I
El trabajo universitario es importante. Cualquiera puede pensar que las materias que están en un pensum son puestas allí para que se vean bonitas o porque a alguien se les antojó. Pero hacer un programa para una carrera como Comunicación Social en un país como el nuestro es algo bastante complejo. Lo sé porque fui testigo del trabajo de periodistas como Ramón Hernández para la escuela de la Universidad Santa María en donde di clases siete años.
Yo estudié en la UCAB y tuve el privilegio de excelentes profesores y un pensum muy completo. Cuando estudiábamos la historia de Venezuela y llegábamos a las épocas de las dictaduras de Juan Vicente Gómez o Marcos Pérez Jiménez, se trataba la censura como una de las características de los regímenes que coartan las libertades.
Dictadura es el nombre que le da las ciencias políticas a estos gobiernos, y censura es su mano derecha. Pero lo que es digno de estudio es la manera heroica como muchos periodistas y escritores evaden el golpe de esta extremidad. Muchos han pasado a la historia, y entonces el periodismo venezolano los exhibe con orgullo.
Aparte de publicaciones clandestinas como las que imprimían los partidos políticos prohibidos durante la dictadura de Pérez Jiménez, lo primero que me viene a la mente son los seudónimos. Cualquier parecido, ya saben, no es coincidencia, es un librito de recetas.
II
Muchos han sido los periodistas que han usado seudónimo para esquivar las consecuencias de la censura y de oponerse a gobiernos totalitarios. La historia contemporánea del periodismo en Venezuela tiene muchos capítulos interesantes sobre el tema.
Por nombrar solo algunos ejemplos, debe sonar en los oídos de algunos todavía Sanín, de Alfredo Tarre Murzi; o Martín Garbán, Edgar Hamilton, Juan E. Zaraza, Eduardo Montes, Manuel Rojas Poleo, Pablo Azuaje, Marcos Hernández y Marcos Bastidas y Álvaro Ruiz, todos usados por el querido Jesús Sanoja Hernández, a quien tuve el gusto de conocer y editarle sus columnas.
A muchos les valió la cárcel el atrevimiento de publicar cosas de manera clandestina o usar seudónimos. Lo bueno es que sobrevivieron para contarlo, como Ramón J. Velásquez.
Lamentablemente, hay quienes ya no se acuerdan de aquellos tiempos. Y no todos usaron esta estrategia para oponerse a gobiernos nefastos; a veces la usaron para satisfacer sus propios intereses. Algunos, quizás por la edad, ya ni se molestan en ocultar que su objetivo final fue estar en el poder al que no pudieron llegar aunque se lanzaron varias veces como candidatos a la presidencia.
III
Ahora la cosa es más difícil. Cuando el régimen se dice a perseguir periodistas, no come cuentos. El escudo del anonimato o del seudónimo ya no es válido. La cúpula gasta bastante dinero en hackers y en expertos en tecnología para sacar hasta debajo de las piedras la identidad de los periodistas que tratan de evadir la censura por las redes sociales.
Esta semana se agregaron dos a la lista. Les dictaron medida de arresto domiciliario por supuestamente estar detrás de una cuenta anónima (yo diría más bien colectiva) que le estorbaba a algún enchufado.
El delito es alzar la voz. Siempre ha sido así en las dictaduras. Chávez demostró que con la libertad de expresión se limpiaba el trasero y su heredero aún peor.
El sábado es el Día del Periodista. Como muchos otros gremios, no hay nada que celebrar. Pero quedarse callado no es la opción.
Ana María Matute
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