viernes, 26 de junio de 2020

RALPH RAICO. EL AUGE, CAÍDA Y RENACIMIENTO DEL LIBERALISMO CLÁSICO, PRIMERA PARTE

El liberalismo clásico, o simplemente liberalismo, como se llamaba hasta el cambio de siglo, es la filosofía política característica de la civilización occidental. Se pueden encontrar pistas y sugerencias de la idea liberal en otras grandes culturas. Pero fue la sociedad distintiva producida en Europa —y en los puestos avanzados de Europa, y sobre todo en los Estados Unidos— la que sirvió de semillero del liberalismo. A su vez, esa sociedad fue decisivamente moldeada por el movimiento liberal.

La descentralización y la división del poder han sido los sellos de la historia de Europa. Después de la caída de Roma, ningún imperio fue capaz de dominar el continente. En su lugar, Europa se convirtió en un complejo mosaico de naciones, principados y ciudades-estado que competían entre sí. Los diversos gobernantes se encontraron en competencia entre sí. Si uno de ellos se entregaba a una fiscalidad depredadora o a la confiscación arbitraria de bienes, podía perder a sus ciudadanos más productivos, que podían «salir», junto con su capital. Los reyes también encontraron poderosos rivales en ambiciosos barones y en autoridades religiosas que estaban respaldadas por una Iglesia internacional. Surgieron parlamentos que limitaban el poder tributario de los reyes, y surgieron ciudades libres con cartas especiales que ponían a la élite mercantil a cargo.

En la Edad Media, muchas partes de Europa, especialmente en el oeste, habían desarrollado una cultura favorable a los derechos de propiedad y al comercio. En el plano filosófico, la doctrina de la ley natural, derivada de los filósofos estoicos de Grecia y Roma, enseñaba que el orden natural era independiente del diseño humano y que los gobernantes estaban subordinados a las leyes eternas de la justicia. La doctrina de la ley natural fue defendida por la Iglesia y promulgada en las grandes universidades, desde Oxford y Salamanca hasta Praga y Cracovia.

Al comenzar la era moderna, los gobernantes comenzaron a liberarse de las viejas restricciones habituales de su poder. El absolutismo real se convirtió en la principal tendencia de la época. Los reyes de Europa plantearon una nueva reivindicación: declararon que fueron designados por Dios para ser la fuente de toda la vida y actividad en la sociedad. En consecuencia, buscaron dirigir la religión, la cultura, la política y, especialmente, la vida económica del pueblo. Para sostener sus florecientes burocracias y sus constantes guerras, los gobernantes exigían cantidades cada vez mayores de impuestos, que trataban de exprimir a sus súbditos de manera contraria a los precedentes y a la costumbre.

Los primeros en rebelarse contra este sistema fueron los holandeses. Después de una lucha que duró décadas, ganaron su independencia de España y procedieron a establecer un sistema de gobierno único. Las Provincias Unidas, como se llamaba el estado radicalmente descentralizado, no tenían rey y tenían poco poder a nivel federal. Ganar dinero era la pasión de estos ocupados fabricantes y comerciantes; no tenían tiempo para cazar herejes o suprimir nuevas ideas. Así, la tolerancia religiosa de facto y una amplia libertad de prensa llegaron a prevalecer. Dedicados a la industria y el comercio, los holandeses establecieron un sistema legal basado sólidamente en el imperio de la ley y la inviolabilidad de la propiedad y el contrato. Los impuestos eran bajos y todos trabajaban. El «milagro económico» holandés fue la maravilla de la época. Observadores atentos de toda Europa observaron el éxito holandés con gran interés.

Ralph Raico
Instituto Mises
@institutomises
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[Este artículo apareció en el Freedom Daily de la Future of Freedom Foundation, agosto de 1992]

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