Ya desde antes de la
muerte de Chávez, ahora menos eterno que para aquel entonces, quedaba claro que
el gobierno no contaba sino con bases eventuales e inestables de apoyo, todas
provenientes de una crisis política pasada y de una renta petrolera transitoriamente
elevada.
Populismo, corrupción
y sumisión, fueron las armas en las que se fundamentó y estimuló el Socialismo
del Siglo XXI. Posteriormente se intentó, sin éxito, disimular el desastre
causado que hoy percibimos en sus manifestaciones más evidentes de pobreza,
hambre, carestía, inseguridad y destrucción del aparato productivo. Cuando se
trate de buscar explicación a los motivos y ubicar a los responsables directos,
intelectuales o materiales, de haber quebrado al país, deberemos acudir, antes que
a la Ciencia Política o la Economía, por tratarse de un vil saqueo, de un
atraco público y notorio, a la administración de justicia y a los sabuesos de
la policía nacional e internacional, sobre todo de allá, en la Corte Penal
Internacional de La Haya.
Toda esa penuria que
hoy observamos al desnudo en su inhumana condición por las calles de Venezuela,
tardó en asomarse en toda su crueldad ya que, amparados en el manejo
inescrupuloso y sin auditoria alguna de una cuenta de gastos, la renta
nacional, proveniente de los petrodólares boyantes de la época, lograron
disimular los efectos connaturales al modelo ideológico, que implicaba
relaciones y compromisos, expresados en
los gastos que acarreaba la implantación internacional de la épica de la
revolución bolivariana.
Empeñado, junto a
todos sus socios, en la construcción de un mundo multipolar, socialista y
anti-imperialista, alguien debía correr con esa inversión que debo suponer,
conociéndonos lo minero que somos, pagaba Venezuela con petróleo. Lo que debió
sembrarse en los proyectos del país, se perdió en inauditables rumbos y
quimeras propias, digo individuales, pero sobre todo ajenas, oprobiosas,
oscuras e inservibles.
Esta debacle se vio
acelerada no solo con la definitiva desaparición física de Chávez y en menor
grado, si acaso, con el entramado de aquellos sospechosos movimientos de
articulación de lugares y fechas mortuorias del susodicho con exigencias
legislativas que dieran visos y ribetes de legalidad a la toma de posesión del
heredo, Nicolás Maduro Moros, el ungido.
A esto se suma en
alguna medida todo lo relacionado con el escándalo, aún
vigente, tejido alrededor del supuesto
forjamiento de partida de nacimiento de éste último y demás
complicidades concomitantes, para poder así cruzar esa alcabala jurídica
y asumir en Derecho la Presidencia de la República. Ahora, con la derrota electoral del 6-D, acompañada por la
caída de los precios petroleros y el control mayoritario de la oposición en la
Asamblea Nacional, no hay mentira que engañe ni radiografía que haga falta pues
todo se ha convertido en evidencia.
En las circunstancias
políticas de hoy, después de 17 años en el poder, el gobierno no puede esconder
su resquemor de amargura que se
evidencia en las conductas de agresividad que lo acompañan, porque no sabe
disimular, esta vez sí que no, su
desengaño cruel y tormentoso frente a tanta derrota. Un cercano tufo de
despedida lo escolta aunado a una solicitud de misericordia entre los labios de
solidaridad revolucionaria en público, muy al estilo y ejemplo de lo ocurrido
recientemente en la reunión de la CELAC, en Quito, donde Maduro, heredero de
aquel descomunal imperio político y económico del comandante, pidió casi que
implora un “Plan Conjunto Anti crisis Económica”
Pero a pesar de estos
resbalones de lástima que se dan a la vista de todos y uno comprende, es
evidente que tanto por auto estima, como por entorno camarada, como por
consejos de expertos bien pagados, Maduro y su gobierno se obligan a exhibir un
discurso confitado de aparente solidez y equilibrio mental mientras dibujan un
hola de empalagoso y exagerado bienestar como si nada o en vez, aquí adentro,
estorban, berrinchan y patalean o intentan digamos por decir una guarida en las
altas esferas del Tribunal Supremo de Justicia y gritan u ocultan en su bramar
resfriado un temblor de rodillas antes de irse, huirse o evadirse o pirarse, al
mejor estilo malandroso. Este gobierno camarada si te pones a ver, una de dos:
o ya dejó de existir o está boqueando.
Porque es que hay que
ser pasado de inocente paloma o gavilán rufián complementario para callarse o
chino prestamista para asustarse o
versado bribón para seguirles la corriente a los que mandan y tratar de
disimular lo inocultable como zamuro que encubre en vano frente a sus iguales
el podrido tesoro que lo embarga: un país putrefacto que huele a putrefacto
donde ya el perfume-petróleo con el que ocultábamos nuestro cuerpo social de
tanto y pobre Guaire, expiró y nos desnudó en plena pasarela del mercado
implacable de las vanidades derrotadas.
Que no sepa el
gobierno pues cómo despedirse a todas estas o eyectarse de la nave en picada
que nos deja es algo tan natural como suicida, que habría pues que en esas
arrimarles el hombro; o que no lo quieran así quienes lo aúpan sinvergüenzas
dale Nicolás que vas ganando; o que le cueste por falta de esa ciencia que
llaman dignidad, pero cómo exigírselo; o porque aún peor que en su
desesperación y su desastre, en su lumpia ideológica, se abra la posibilidad de
una guerra civil que pocos quieren aunque uno nunca sabe si la suerte política
del país o lo que queda de él esté en manos de pranes o de ventosas radicales
incoadas en los letales escondrijos del chavismo o quién sabe en qué otros,
todas son ellas piezas de este ajedrezado juego en busca de salida.
En todo caso el
gobierno expiró así se cambie la envoltura y ello debe resolverse a la brevedad
posible, sin prisa pero sin pausa, constitucionalmente, pensando en el país y
dejando de lado egoísmos políticos y otras cargas venidas de nuestra historia
más profunda.
Leandro Area Pereira
leandro.area@gmail.com
@leandroarea
Miranda – Venezuela
No hay comentarios:
Publicar un comentario