Me atrevería a afirmar que no existe hoy una frase más conocida, a nivel mundial, inspiradora de metas, como la contenida en el dicho que hemos oído desde niños, según el cual ‘en la vida hay que hacer tres cosas: tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro’. Se ha difundido tanto este mensaje, que tiene varios matices; en algunos casos se repite diciendo que antes de morir hay que hacer esas tres cosas; también se transmite afirmando que la vida termina cuando has hecho esas tres cosas.
Pero hace unos días encontré una variante que controvertía el dicho expresando lo siguiente: ‘la vida comienza al tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro’.
Reflexionando sobre el tema, creo que todo depende de la edad a la que se oiga la versión inicial, lo cual ocurre casi siempre, por primera vez, en la niñez, convirtiendo la frase en los tres retos o propósitos de vida. Pero si el dicho llega de nuevo a nuestros oídos cuando se han cumplido esas metas, puede tener mucho sentido afirmar que apenas se comienza a vivir cuando se han cumplido esas tres metas.
Y depende naturalmente de la actitud de las personas; así como frente a la vejez hay quienes se sientan a esperar la muerte porque creen que ya no tienen nada más que dar y otros la esperan porque ya no podrán lograr nada más, también hay un tercer grupo que en cambio siente que están viviendo la mejor época de su vida y en lugar de esperar la muerte, la retan y la alejan diariamente con sus aportes llenos de experiencia.
El origen del dicho sobre las tres cosas que hay que hacer en la vida parece ser una la adaptación de un relato profético de Mujámmad, Mensajero del Islam; aun cuando hay quienes afirman que fue el político y pensador cubano José Martí quien pronunció esa frase por primera vez.
De acuerdo con la primera versión, el relato en sí cita lo siguiente: «La recompensa de todo trabajo que realiza el ser humano, finaliza cuando éste muere, excepto tres cosas: una limosna continua, un saber o un conocimiento beneficioso y un hijo piadoso que pide por él, cuando éste está en la tumba”. Aceptando entonces que el dicho tiene su origen en este mensaje del Islam, se reconocen estas tres cosas como las que trascienden la vida de una persona; las que le sobreviven y perduran.
La interpretación de las tres metas puede ser diversa, pero no cabe duda de que “plantar un árbol” es una invitación a preservar los recursos naturales, a vivir en armonía con la naturaleza, a respetar las especies con las que compartimos el planeta. Hay también algo muy importante en el mensaje: sembrar, crear, desarrollarse, pero no en forma egoísta para uno mismo solamente, sino ante todo para aquellos que vendrán, para aquellos que podrán disfrutar la sombra y los frutos de ese árbol que nos sobrevivirá.
Sobre “escribir un libro”. No implica que si alguien nunca aprendió a escribir, no podrá cumplir la meta del dicho. El mensaje se interpreta como la meta que todos debemos cumplir, de trascender dejando algún bien a la sociedad, no necesariamente material. Es también la capacidad de contar la historia de nuestra vida para que pueda inspirar a otros que vienen, contando los errores, las soluciones y sirviendo de ejemplo.
Y finalmente “tener un hijo”. Muchas personas no podrán biológicamente tener un hijo, no obstante el mensaje no invita sólo a usar la capacidad reproductiva; el hijo debe interpretarse como el ser más preciado a través del cual asumimos la responsabilidad de preservar la especie, pero ante todo es un llamado a educar y a contribuir en la formación de una persona de bien, que nos reconocerá el haber heredado de nosotros, sus padres, lo más significante que se transmitirá a sucesivos descendientes y herederos.
Pero volviendo al sentido literal del dicho vale decir que lo importante no es sembrar, tener y escribir solamente. A un hijo hay que criarlo, alimentarlo, vestirlo y educarlo, no basta tenerlo. A un árbol hay que regarlo, abonarlo, cuidarlo, no basta sembrarlo. Y al libro hay que estudiarlo, corregirlo, editarlo, publicarlo y encontrarle lectores, no basta escribirlo.
Hay una variante del dicho, que a mí me gusta, por la riqueza que ofrece en la interpretación de estos propósitos de vida, según la cual, las tres metas pueden ser sustituidas por: “transplantar un árbol, adoptar un hijo y traducir un libro”.
Pero hay también, lamentablemente, un grupo importante de líderes y gobernantes que se han propuesto las “antimetas”: No quieren tener hijos, pues no defienden ni se comprometen con la educación ni se preocupan por el bienestar, la salud o la alimentación de los niños y jóvenes. Queman los libros porque asfixian a las universidades, disminuyen la investigación, desconocen los estudios y títulos, desprestigian el mérito e irrespetan los símbolos y las distinciones. Talan los árboles, pues no dan prioridad alguna al medio ambiente ni les interesa preservar los recursos o proteger las reservas naturales.
Invito a cada lector a reflexionar sobre la herencia que dejará para las nuevas generaciones cuando haya cumplido con la misión de las tres cosas. ¿Cuáles serán sus libros, sus hijos y sus árboles?
Ignacio Mantilla Prada
@MantillaIgnacio
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