El planeta lleva aproximadamente cuatro meses transitando por una crisis pandémica que está transformando la vida de las personas. Dentro de cada país se adoptan medidas sanitarias y protocolos de convivencia para detener la agresividad del contagio y garantizar la salud de la mayoría de la población dentro del territorio nacional. Sin embargo, el valor de la vida humana, la libertad y la seguridad resultan ser bastante vulnerables en los espacios fronterizos.
Los miles de venezolanos que transitan por Colombia para retornar al territorio venezolano desde Chile, Perú y Ecuador están más desprotegidos y vulnerables que cuando se inició la diáspora, ya que ahora todos tienen un destino común al llegar: Venezuela. No debe haber otro lugar en América Latina con un desplazamiento tan activo en medio de la interminable cuarentena como el eje Cúcuta-Arauca y San Antonio-Guasdualito.
El impacto que la imprevista movilidad de retorno tiene en ambos países, ha generado una crisis sin precedentes en materia sanitaria y de derechos humanos, a pesar de los cuantiosos recursos y logística de parafernalia implementada en los disfuncionales corredores humanitarios.
Al pisar los espacios fronterizos, los venezolanos pierden automáticamente su condición de seres humanos en los puestos de control fronterizo, las bestias para el consumo de carne son tratadas con más premura y dignidad que niños, ancianos y mujeres embarazadas. Es obvio que el problema aparte de ser sanitario, pasa a ser de seguridad y en su defecto económico, pero la frontera viva y de hermandad que hace apenas dos décadas unía a ambos países, se ha convertido en un corredor de discriminación, abandono, precariedad, delincuencia, degeneración, abuso, enfermedad, y en algunos casos la muerte.
El tema de la movilidad pandémica en la frontera colombo-venezolana es grave en materia de derechos humanos y deja un sabor amargo en el paladar de los organismos migratorios de ambos países, cuando deja al descubierto la incapacidad de respuesta de los gobiernos fronterizos ante fenómenos fortuitos.
La condición física, psicológica y económica de los migrantes o desplazados siempre es vulnerable en cualquier lado del planeta; sin embargo, dentro de este contexto pandémico, y a pesar de los recursos disponibles, la condición humana del ciudadano venezolano genera pena e impotencia. El Gobierno Bolivariano de Venezuela en sus dos vertientes, no puede justificar el abandono, maltrato, retaliación, humillación y despojo de la dignidad de miles de hombres, mujeres, niños, jóvenes y ancianos que ejercieron su libertad al salir del país y la ratifican al intentar regresar.
Espero que este espacio sirva para denunciar ante la opinión pública el uso de los protocolos de emergencia sanitaria y climática bajo los principios de los protocolos de guerra; el trato de los funcionarios públicos hacia los migrantes, los cuales suelen confundir con delincuentes y para recordar a los ciudadanos que la nacionalidad y los derechos humanos no se pierden al salir de las fronteras del país de origen.
Lidis Mendez
vivzla@gmail.com
@lidismendezm
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