1.- Cualquier análisis sobre Venezuela tiene que tener el paraguas del covid-19. El origen es un virus; pero su expansión en los niveles actuales y previsibles es obra (in)humana de Maduro y el séquito perverso. Su arrogancia, su desprecio por la vida ajena, su vocación enfermiza por la propaganda para mostrarse como invencibles, su confianza en los brebajes cubanos y su cuidada depravación, han dibujado un panorama nada promisor para el país.
2.- Por fortuna, la conciencia de millones de venezolanos sobre el hecho de que nadie cuidará de ellos si no se cuidan por sí mismos, hace que (aunque con rezagos lamentables) la prevención se instale en los individuos y las familias, un poco a la buena de Dios en la medida en que la urgencia por comida, gasolina y medicinas, no arrope la necesidad de cuidarse.
3.- El caos en Venezuela hace de todo intento de previsión un ejercicio riesgoso; si al caos chavista se añade la pandemia, hay un incremento exponencial del desorden. Esto es lo que ocurre. Ya el régimen de Maduro ni se ocupa de proveer a sus fieles; más bien, están tratando de salvarse de las sanciones de Estados Unidos y las nuevas y más severas que vienen del Altísimo en forma de pérfidos y astutos virus.
4.- En este marco, el régimen y un sector cohabitante que se identifica como opositor, han llegado a convenir unas elecciones parlamentarias para finales de 2020. Dejando de lado que la pandemia y la anemia en el interés público puedan obligar a aplazarlas unos meses o para nunca, esas elecciones lucen más como velorio institucional que como jornada cívica. María Corina Machado y Antonio Ledezma habían anticipado que era un evento inaceptable desde que se comenzó a hablar de este; y recientemente los partidos que controlan el interinato y la Asamblea Nacional actuaron igual.
5.- La inmensa mayoría del país no participará en las elecciones y si la cosa se pone fuerte es posible hasta que las suspendan por razones políticas. La falta de ganas de los soldados que cuidan las mesas electorales, el aburrimiento de los colectivos y la furia ciudadana, también podrían impedirlas por la vía de los hechos; pero, es prematuro saber si ocurrirán o no. Lo que es cierto es que no serán reconocidas por la mayoría del país; no serán reconocidas por la comunidad internacional; y cumplirá –en caso de escogerse la AN– idéntico papel al de la asamblea nacional constituyente que deambulaba en el Palacio Legislativo, disuelta en su propio bostezo.
6.- La abstención se impondrá. Sin embargo, hay que decirlo con claridad, una política que se agote en ese llamado es de corto vuelo. Recordemos que la abstención de 2005 era correcta en el marco de una dinámica insurreccional que seguiría y que los partidos al mando abandonaron. Esa abstención quedó colgada en el aire. La de 2020 tiene otro ambiente, más favorable, porque la mayoría del país asume la necesidad de salir del régimen; pero, de no convertirse la eyección de Maduro y su combo en objetivo explícito, el “empate” actual puede permanecer como equilibrio inestable por un buen tiempo.
7.- Es en este punto donde hay que preguntarse de qué va “el cese de la usurpación” que proclamaba Guaidó antes de la amnesia temporal que sufre sobre el tema. Si esta consigna se abandona y más bien se centran en estirar su mandato interino, se crea una extraña situación: prolongar el interinato es, de suyo, admitir la prolongación del régimen de Maduro y es, aunque sea en forma involuntaria, un estadio de cohabitación, si bien sería en el desvencijado sótano de la mansión. Así se tendría un interinato sin las asperezas del ejercicio real del gobierno y con los beneficios de un poder económico y financiero creciente.
8.- No basta decir que se quieren elecciones libres. En otro contexto bastaría; pero, en la Venezuela de hoy, cuando hay quienes aspiraban elecciones “libres” con Maduro en el poder, “el cese de la usurpación” debe preceder cualquier invocación electoral, de lo contrario sería dejarse imponer una política por parte de los dialogantes y de sus graciosos representantes criollos, afanosos en la venta del “Paquete Noruego”.
Carlos Blanco
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