Este dramático episodio es una evidencia adicional de la más lapidaria de las situaciones: Colombia sigue incendiada por la violencia 4 años después de que Juan Manuel Santos fuera ungido con el Premio Nobel de la Paz por haber llevado a buen término un Acuerdo de Paz que transformaría al país en ese preciso terreno. Hasta ese momento, decía el texto del Premio, que Colombia estaba envuelta “en un guerra que había costado la vida a 220.000 colombianos y desplazado a 6 millones de personas”. La situación hoy en día no es igual… tiende a ser peor…
Es preciso recordarles a nuestros lectores que una vez concluidas las negociaciones de la Habana en 2016, el país fue consultado en un plebiscito acerca del acuerdo alcanzado y el mismo recibió un NO contundente de parte de poco más de la mitad de los votantes. El 50 % de los colombianos que acudieron a las urnas no estuvo de acuerdo con los términos de la paz pactada. Al decir de algunos autores calificados “salió a flote la rebeldía colombiana ante semejante imposición y, de manera intrépida, los ciudadanos le voltearon la torta al gobierno de Santos y a sus secuaces, para convertir esa fecha en una epopeya que demostró lo que es un país digno e inconquistable”.
La Historia reciente cuenta que esa mitad de la población, la que claramente había expresado su desacuerdo, fue ignorada por el gobierno y, pocos días más tarde, el acuerdo de Paz entre las FARC y la institucionalidad asentada en el Palacio de Nariño fue formalmente rubricado y anunciado al mundo.
En los años transcurridos desde ese momento hasta nuestros días, el panorama político colombiano se ha transformado sensiblemente y es un claro opositor a Juan Manuel Santos, Iván Duque, quien desde hace dos años, lleva las riendas del país. Lo que es más protuberante es que, para esta hora, los representantes de las guerrillas que sembraron al país de muerte y desolación hoy se sientan en la Asamblea que legisla sobre los colombianos, a pesar de aquel rotundo NO de la mitad de los connacionales.
Lo que es más dramático es que la violencia no ha desaparecido en el país hermano. Un buen número de combatientes de lo que llaman “disidencias de las FARC” y las fuerzas activas del ELN, hoy operando desde el otro lado de la frontera con Venezuela, se han encargado de que así sea en las ciudades y en el interior del país hermano. Del fortalecimiento de estos movimientos criminales se ha estado encargando el régimen que opera desde Caracas y el gobierno comunista de la Habana, no solo con apoyo económico, sino con apoyo logístico, permitiendo la operación a sus anchas desde su territorio, y asociándolos, igualmente, con la explotación subterránea de ilegal de riquezas venezolanas de su subsuelo.
Ello no explica por si solo el que la violencia en Colombia se haya mantenido o reforzado, pero cuenta en una buena medida. Hay que observar con mayor detenimiento y seguir de cerca el rol que las izquierdas radicales colombianas juegan en el surgimiento durante el post-conflicto de nuevas formas más recientes de violencia ciudadana para explicarse por qué este año, como dijimos, 56 masacres siguen manteniendo a la población en vilo, mientras juegan el peligroso juego de desestabilización del gobierno de Ivan Duque.
Pareciera que esa inteligencia, muy primaria pero muy intuitiva, de la que hacen gala algunos pueblos es capaz de advertir con mucha anticipación el curso perverso que pueden seguir algunos hechos - la violencia en particular- si ellos no son contenidos. De allí provino el NO en contra del proceso de paz inaugurado en La Habana. Nos lo recordó Berta Camprubí, en una reciente publicación, cuando trajo a colación que era Jorge Eliecer Gaitan, caudillo liberal, quien calificaba de “malicia indígena” a esa capacidad colombiana de adelantarse a los acontecimientos. Media Colombia, uno de cada dos ciudadanos, se opuso a ese género de paz que no ha sido más que una mofa de toda la colectividad.
A recordarlo tocan.
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