Como el Senado era una oligarquía de sabios y poderosos, crearon los tribunos de la plebe, y otras instancias para que nadie se moviera de sus posiciones ni amenazara a otros. Emperadores dementes que lo hicieron, perdieron la vida. En 1015, época de Robin Wood, los señores de Inglaterra obligaron al rey Juan a acatar lo que llamaron la Carta Magna, frontera entre el monarca y los derechos ciudadanos, y un siglo después, decapitaron a Carlos I por incumplirla.
Montesquieu consagra que la única manera de vivir sin miedo es que los poderes se controlen entre sí, e impidan la tiranía. Jesuitas y dominicos de la escuela de Salamanca, establecen incluso el “derecho de magnicidio” para el rey que se pase de la raya. Las constituciones norteamericana y francesa llegan a la máxima sofisticación de la paranoia.
Por eso el Terror jacobino 1792-94 la deroga junto con la Declaración de derechos del hombre 1789, con lo que surge el primer régimen bolchevique. Las viejas sociedades aprendieron que la constitución era sagrada, hasta que aparecen los revolucionarios, Lenin, Mussolini, y Hitler con su teórico preferido, Karl Schmitt, quien “demostró” que el poder constituyente estaba en la voluntad que “el pueblo” delegaba en el führer. Perfecto complemento de la teoría leninista.
Jaula abierta, pájaro ido
Es la doctrina que basa la sentencia escrita por unos bribones para derrocar a Carlos Andrés Pérez y luego para autorizar la “constituyente”. Latinoamérica comenzaba a entender qué era la constitución cuando emerge el socialismo XXI, cuyos caudillos decidieron que “encarnaban al pueblo…contra la oligarquía”. Se libraban del freno constitucional, para hacer lo que les daba la gana.
Jellineck, uno de los grandes pensadores democráticos, había escrito “la constitución es la jaula que encierra al poder”. Por eso civiles y militares, dejan de estar obligados a obedecer a quien se sale de sus atribuciones (“el gobierno solo puede hacer lo que las leyes le mandan”) a diferencia de los ciudadanos que “pueden hacer todo lo que las leyes no le prohíban”) Es lo que se llama “la legitimidad de ejercicio”.
Si un Presidente, por ejemplo, ignora el precepto de no reelegirse, es un golpe de Estado y pierde la legitimidad (aunque la oposición venezolana emburdeló hasta ese concepto). Si convoca un referéndum inconstitucional para pedir autorización, es un golpe de Estado. Y si pierde el referéndum e igualmente se lanza, es un golpe de Estado. Y si manda a su compañerita de partido del poder electoral a detener un escrutinio, es un golpe de Estado.
Por desventura, la emergencia de lo que llaman los expertos autoritarismo plebiscitario en los 90 y la aberración del socialismo XXI, han hecho que los ciudadanos desconozcan qué es la Constitución, y muchos parecen no tener idea. Cuando Morales “manda” a suspender los escrutinios, inicia la comisión de un delito, y la fuerza pública estaba obligada a detenerlo en flagrancia.
¡Dispare primero, por favor!
¿Esperará la policía que maten a una familia para que intervenir? En el período democrático el respeto a la constitución era intuitivo en la sociedad, no así hoy cuando parte de la ciudadanía ilustrada apoya un golpista que se niega a salir del poder. Es insólito oír que “lo destituyeron porque era indio”, de quien tenía trece años gobernando, varios de ellos ilegal. Para la ley no existen indios, negros ni blancos sino ciudadanos.
La izquierda asumió la concepción schmittiana-nacionalsocialista desde el siglo pasado. Por eso apoya caudillos vitalicios e introduce sesgos corporativos en los parlamentos. Morales no entragedió al país con políticas económicas socialistas, expropiaciones, controles, acoso a empresarios y mantuvo con “el imperialismo” una relación bastante tranquila. Lo que emociona a algunos ilustrados es el “hombre fuerte”, el Fidel al que añoran pulirle la hebilla.
Si fuera “un indiecito rechazado”, como dicen sus defensores piadosos, sería también, para usar la carcomida jerga ñangarosa, un “indiecito neoliberal” que la pasaba bomba. Venezuela, Argentina y Bolivia, demuestran la ineptitud de los opositores apoyados por este gobierno norteamericano en la región. Honduras, Paraguay y otros, se salvaron porque respondieron en su momento. Nicaragua dejó a Ortega reelegirse ilegalmente.
Trump, también supuesto “hombre fuerte” resultó el sustento vociferante de estos descalabros. Y una amenaza para la democracia en su propio país. La división maniquea de la sociedad, sus agallas supra reeleccionistas y el colado desconocimiento de los resultados electorales, amenazan. No hay por qué suponer que el nuevo Presidente boliviano sea un déspota como Evo. Pero si no es duro sus fans se desengañan y lo dejan de venerar.
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