Ver
las imágenes de lo ocurrido pienso que a muchos le trajo a la memoria por el
impacto de las mismas y la magnitud de sus consecuencias, lo ocurrido el 11 de
septiembre del 2001, cuando el terrorismo destruía lo que hasta ese momento era
considerado igualmente un símbolo, aunque no político sino comercial, el de las
Torres Gemelas en la ciudad de Nueva York; un atentado que le costó la vida a
miles de personas.
En
lo acontecido hace un día, no obstante que hubo víctimas, pudo haberse
producido una tragedia humana de grandes proporciones, pues ahí estuvo
merodeando la mecha de una guerra civil. Basta considerar que la estadounidense
es la población más armada del planeta, y ejemplos de ello los hemos tenido de
manera abundante en los medios durante el año que acaba de finalizar, a través
de las imágenes transmitidas sobre las diversas manifestaciones de protesta
contra el asesinato por la policía de personas de raza negra, mostrando a la
gente con armas de fuego de todos los calibres, al igual que lo estaban quienes
entraron al Congreso de manera violenta.
El Día de Reyes pasado, no fue la destrucción de un edificio y de
innumerables vidas humanas lo único que estuvo en juego sino el de la
democracia, un baluarte en la historia de aquel país, junto con el las
libertades, como base de la forma de vida de la sociedad norteamericana. Lo
cual no significa que no haya quedado resquebrajada y muy, pero muy tocada.
Donal
Trump anunció semanas antes de las elecciones que le iban a hacer trampa y
podía perderlas. Una predicción, la de que no sería reelecto, que se cumplió y
para la cual ya había adelantado una explicación, una excusa, que no deja de
resultar extraña si caemos en la cuenta de que a diferencia de lo que indica el
sentido común, y los ejemplos sobran en países como Venezuela, no es la
oposición demócrata la que advierte de un posible fraude electoral, sino
asombrosamente quien gobierna el país y controla una gran parte de sus
engranajes y mecanismos de poder entre los que se encuentran además del senado,
la fiscalía, la designación de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia,
Trump nombró tres durante su mandato, de varias agencias federales, de la CIA,
el FBI, y de varias gobernaciones, entre otras.
De
entre esas gobernaciones habría que detenerse en la de Georgia, un estado clave
para entender lo que dijo e hizo Trump al incitar a sus seguidores, los que sin
ser los círculos bolivarianos de Chávez se parecían bastante, para que rodearan
el Capitolio del Congreso y luego a que irrumpieran violentamente en su
interior.
En
Georgia, un estado republicano, con un gobernador de ese partido, y convertido
en estas pasadas elecciones en el último reducto del trumpismo, Biden le ganó
por un muy estrecho margen de unos once mil votos, en una muy cerrada votación
que se decidió cuando apenas faltaba un dos por ciento de las papeletas por
contar. Una remontada que al principio parecía imposible porque Trump iba
adelante, pero que finalmente se dio, como en una emocionante carrera de
caballos, en la cual Biden ganó por una nariz. Este comportamiento de la
votación del 3 de noviembre que le sirvió a Trump para alegar fraude y
recordarle a la gente aquello de “se los dije”, tal como lo hizo previamente
con los resultados de Pennsylvania,
Arizona o Wisconsin, donde perdió también en forma apretada, no tendría pleno
sentido, el correcto, el verdadero, si la elección de los dos senadores
pendientes en Georgia no se hubiese efectuado, posteriormente, el pasado lunes
5 de enero. Ese día, en horas de la noche, quienes pudimos seguir el conteo por
televisión observamos exactamente lo mismo del 3 de noviembre. Los dos
candidatos republicanos iban ganando por un estrecho margen, hasta que al
llegar al 95% de los votos escrutados, las posiciones eran de empate técnico,
con diferencias insignificantes, que los candidatos demócratas comenzaron a
superar para obtener la victoria; en el caso de Jon Ossoff, cuando quedaba tan
solo un 1% de los sufragios por leer. El mapa del estado dividido por colores y
condados, era el mismo esa noche que el de las elecciones presidenciales, y el
desarrollo del conteo, idéntico, mostrando un mismo patrón en el voto que no da
pie para interpretarlo como un fraude, sino más bien como prueba de todo lo
contrario. Una prueba final que se suma a otras en los tribunales, donde las
demandas de timo electoral por parte de los abogados de Trump han sido
rechazadas, o, a las acusaciones sin soporte alguno efectuadas a través de los
medios y redes sociales.
Georgia
no solo le dio la razón a Joe Biden, le dio además los dos puestos que
necesitaba para tener también una mayoría en el senado y dejarle el camino
libre de obstáculos a su gobierno. Pero sobre todo, Georgia ha servido para
demostrar de lo que es capaz el populismo cuando no hay escrúpulos y se tiene
el atrevimiento de retar al sistema, de ponerlo a prueba e incluso exacerbarlo,
de convertir el derecho a votar y a
elegir del ciudadano en un sentimiento
de idolatría popular, de culto a la persona y no a la institución, de pleitesía
al hombre y no a la autoridad que representa, o de hacerle creer a los
ciudadanos para los que se gobierna que un golpe de estado es un derecho o una
revolución.
Lo
grave en el caso del presidente Trump, no es no que una muchedumbre en su
apoyo, armada, con banderas de la guerra civil, y actitudes anárquicas de
desprecio a senadores y diputados, sobre alguna de cuyas mesas llegaron a poner
los pies o a sentarse, en franco desafío o desconocimiento de su autoridad, se
hubiese metido a la fuerza en el Congreso para impedir que corroborasen a
Biden, y no pase nada. Lo verdaderamente preocupante es que Trump haya logrado
dividir a los norteamericanos haciéndoles perder la confianza en sus
instituciones, hasta el punto de convencerlos de que son esas instituciones de
más de doscientos años sobre las cuales se levanta el desarrollo y crecimiento
de los Estados Unidos, las protagonistas de una gran conspiración en su
contra.
Hemos
dicho en artículos anteriores que todos los populismos son iguales y que entre
Chávez y Trump, salvo el color de tez o el idioma, no hay mayores diferencias;
pero puede que después de este pasado Día de Reyes, tal vez si haya una. Nos
referimos a la mayor o menos rapidez con la que actúan. A Chávez, por ejemplo,
le llevó una larga década poner a su país patas arriba, a Trump, sin embargo,
solo le bastaron cuatro años.
xlmlf1@gmail.com
@xlmlf
Venezuela
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