Algo similar sucede cuando se conversa con cualquier
venezolano sobre las causas que han llevado en estos veintidós años a que el
país se haya desfigurado y transformado en otro tan diferente. Muchos culpan a
las diversas corrientes políticas, en términos generales, de que no se haya
podido salir de Maduro, aunque la causa en concreto de mayor coincidencia
señalada por todos ellos, es la falta de cohesión de esa dirigencia opositora
alrededor de un objetivo común, antes del cual colocan sus apetencias
personales.
Hacer a la oposición política parte del problema no es
algo nuevo. Es un viejo resabio que veintidós años después del arribo de Chávez
al poder aún se mantiene entre los venezolanos, incluso entre los más jóvenes,
hombres y mujeres, no mayores de treinta años, que eran niños entonces, o que
nacieron en lo que va de siglo, pero desprovistos de memoria para recordar cómo
fue que empezó todo este proceso de descomposición del país. Una realidad que
hay que aceptar y con la cual hay que convivir, y que si bien no inculpa
directamente a ninguno de los dirigentes políticos que se han fijado como
objetivo acabar con la denominada “usurpación”, de las decisiones de Chávez en
el pasado, o de Maduro en el presente,
tampoco los exculpa de las consecuencias de sus propias decisiones
tomadas a la luz de las responsabilidades que bien como dirigentes políticos o
más concretamente como gobernadores, alcaldes, o diputados, durante todo ese
tiempo, han materializado en el
ejercicio de sus cargos. Y decimos esto
porque una vez más la figura de Juan Guaidó, a quien le ha tocado una muy
delicada y difícil tarea en estos dos últimos años, que no todos han
comprendido, ni agradecido, se pone de nuevo en la palestra.
Para muchos venezolanos y también, por qué no decirlo,
algunos dirigentes opositores, la aparición de Juan Guaidó convertido
repentinamente en presidente interino de Venezuela, luego de recibir el
reconocimiento internacional de los Estados Unidos y el respaldo de un medio
centenar de países, vino a ser algo así, como la intromisión inesperada de
alguien que siendo prácticamente un desconocido, más allá de su curul de
diputado, interrumpía con un aval y una fuerza impensada en la escena pública,
o para ser más precisos, en el mazo de la baraja política presidencial. De ahí
que lo primero que se le requirió, fue un pronunciamiento público renunciando a
ser candidato a la presidencia, pues su interinato, cuya finalidad principal
era convocar a elecciones una vez ido Maduro, así lo requería.
Luego de la demostrada inutilidad tanto de las medidas
de presión internacional como de las sanciones económicas mediante las cuales
se pretendía hacer claudicar al régimen de Maduro, pero sobre todo, del fracaso
de la denominada Operación Libertad que dejó para el recuerdo aquella solitaria
imagen de Guaidó y de Leopoldo López parados, ambos, en el medio de una
conocida autopista caraqueña, esperando un final feliz que nunca llegó, y en la cual muchos
venezolanos vieron encarnados a dos de
los candidatos con más chance de ganar unas elecciones que parecían
cercanas, el transcurrir de Guaidó por
los recovecos de su interinato, no ha sido nada fácil. Una especie de limbo
donde el desgaste de su imagen entre propios y extraños, además del de la
propia circunstancia que lo vio nacer como presidente temporal, han dejado
pendiente de un hilo el apoyo externo recibido hasta ahora.
En este sentido se hace difícil interpretar, pues no
ayudan a la causa, las últimas decisiones adoptadas por Guaidó, que pudieran
calificarse de arriesgadas e incluso desesperadas, por decir lo menos,
utilizando la Comisión Delegada, pues el parlamento legalmente se encuentra de
vacaciones, pensadas, no cabe duda, bajo
la óptica de un más que probable triunfo de Trump en las pasadas elecciones y
ante la inminencia de encontrarse con esa calle ciega que supone el día 5 de
enero próximo cuando finaliza el periodo constitucional de la actual Asamblea
Nacional sin que exista ninguna otra electa, válidamente, que pueda
sustituirla. Ese aval tan necesario, en cualquier caso, para el reconocimiento
internacional de esas medidas tomadas por Guaidó, y por las que Maduro,
aprovechando que Trump no estará, amenaza con meterlo en la cárcel, depende
ahora del soporte político que el nuevo gobierno de Biden, aún en formación,
les otorgue, por lo que se hace difícil creer, aun dándole el beneficio de la
duda, que Guaidó lo haya podido obtener al día de hoy.
Quienes piensan todavía que Guaidó ha sido durante
estos dos años de sinsabores, un estorbo dentro de la oposición; una especie de
lance del azar político que no fructificó, ven en esas últimas decisiones el
final de su ciclo. Un desenlace que conoceremos luego de que Biden tome
posesión de su cargo, pero que con Guaidó o sin él al frente de una presidencia
interina, con o sin Asamblea Nacional, con o sin diputados, no debería ser un
obstáculo, sino una oportunidad inmejorable, para que se produzca una
recomposición de la plataforma política opositora cuya única meta sea, dejando
las diferencias a un lado, la de hacer causa común por Venezuela. Eso es lo
que, al menos, todos los venezolanos que quieren salir de Maduro esperan del
próximo año. ¡Brindemos por ello!
No hay comentarios:
Publicar un comentario