Según los biólogos evolutivos, pese al llantén del fundamentalismo ecológico no hay que deprimirse por las especies que desaparecen, pues es la ley de la supervivencia del más apto, e incluso lo consideran una “astucia de la naturaleza” que sobrevivan los fuertes. Los países desarrollados destinan recursos para salvar algunas en vías de extinción, pero eso tiene límites.
Para Darwin el hombre existe porque durante millones
de años, desaparecen los animales que lo extinguirían y cuando apareció, se
posesiona de las demás especies. No hubiera sobrevivido entre los dinosaurios,
por ejemplo. La ley de la selva predominó por miles de años también en la vida
social, y la fuerza era casi la única relación
Pero la racionalidad del homo sapiens, la semilla de
Moisés y luego el cristianismo, minan la barbarie y van creado los valores para
proteger a los débiles (no matarás, no robarás, amarás al prójimo y temerás
Dios). La razón, capacidad, destreza en la vida pública desde Maquiavelo, es
cambiar nuestra posición en la cadena alimentaria, de depredables a depredadores
y eso obliga a desarrollar instintos, habilidades y fortalezas.
Príncipe por un día
En otras palabras, para Maquiavelo un gafo
difícilmente podría ganar ser el Príncipe salvo por azar y por momentos y
tendría un mal final. Pese a la protección que crea la democracia,
representación proporcional, sistemas electorales confiables, métodos de
adjudicación de bancas, fuero parlamentario, etc., quien no tiene con qué, no
sobrevive. No es lugar para débiles dijo Javier Barden mientras disparaba su
pistola neumática.
Pero lo que natura non da, Salamanca no lo presta y si
carecemos hasta del más mínimo sentido común (en el buen sentido de la palabra)
uso de razón o mero instinto para conservarnos, nos devoran. Veamos: una fuerza
que en 2015 se hizo mayoría política amplia en la AN, conquistada con votos, y
que con más o menos refriega ganaría las elecciones posteriores, decide tirarse
al barranco por el que tenía 98% de probabilidades de desnucarse.
La cadena culminó en uno de los episodios más
ridículos de la historia política nacional abstenerse en elecciones de 2018 y
2020 (lo hicieron en 2005 y no aprendieron nada) en las que el gobierno
rechazado por 80% de la ciudadanía gana todo. Desataron a través de sus
palangristas una campaña desaforada, inclemente, feroz contra la convivencia
política, las reputaciones de otros.
Gobierno organillero
Lo que es más grave: contra el voto como tal y el
diálogo, únicos mecanismos reales para resolver las crisis políticas. Me he
esmerado en buscar ejemplos de puerilidad comparables, pero necesito ayuda,
“solo no puedo”. No los destruyeron en una confrontación, masacres brutales,
estilo Videla, paredones como el Che, sino simplemente con darle al organillo y
ponerlos a bailar.
Así se extinguieron como cualquier especie frágil.
Invocan que “la dictadura quitó a los partidos sus directivas legales”. Y da
ganas de llorar que alguien no tenga el instinto de conservación de un grillo
como para saber que en medio del drone de la Av. Bolívar, la invasión frustrada
del 23F, la autoproclamación, el golpe de la autopista y Gedeón, vendría una
respuesta de la dictadura totalitaria, que hace sonar el organillo y los deja
en libertad.
Me pregunto si algún gobierno en el mundo, después de
semejantes eventos, hubiera procedido así pero los datos evidencian que les
conviene activa semejante comparsa. Según encuesta que circula en las redes,
88% desaprueba gestión de Guaidó, 7 puntos de rechazo más que Maduro, quien
aparece con 81%. El desagrado por los políticos (todos) repite 88%, y a 84% solo
le interesa que se enfrente la situación económica y la crisis de los
servicios. Cero política.
El grupo mantequilla
50% no se identifica con gobierno ni oposición.
Después de provocar semejante naufragio, los enconados anti colaboracionistas,
anti apaciguadores, los que sacarían la usurpación, menean la colita y dicen
que ahora si hay que participar en las elecciones de gobernadores. Como si se
tratara del desliz en una partida de dominó y no de un debate en el que se
jugaba la suerte del país, dicen coquetamente: “¡me pelé darling!” y preparan
sus candidatos.
“!Qué mantequilla!” comentó una amiga y a partir de
ahí los llama el grupo mantequilla. Por si fuera menuda la paliza electoral
recibida el 6D, ahora surge otro error comparable con abstenerse: ir a una
megaelección a finales de año. El equivalente de que alguien, luego de un
accidente con poli fracturas, decida participar en el maratón de N.Y en unos
cuantos meses
He oído los argumentos más surrealistas: que la mega
permitiría mayor capacidad de acuerdo entre los partidos porque hay más cargos
para negociar, que los activistas “están cansados”: elecciones en 2018 y en
2020 los agotaron. La mala noticia es que con los resultados del 6D, la
oposición céteris paribus, no ganaría ni un solo alcalde ni un solo gobernador.
Y esas negociaciones satisfactorias sería el
intercambio de elefantes rosados, por unicornios azules, cronopios y pegasos,
una feria de criaturas imaginarias. Más bien, cualquier entrenador medianamente
apto recomendaría “haz todo lo que puedas para defender las gobernaciones que
tienes, gana otras y prepárate para competir el año que viene por las alcaldías”.
carlosraulhernandez@gmail.com
@CarlosRaulHer
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Venezuela
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