Es una realidad que describe situaciones, en las que
el promedio cultural del país es deficiente y los niveles de ingresos son
bajos. También que el grueso de la población tan sólo pueda preocuparse y
ocuparse primordialmente de cubrir sus necesidades alimenticias básicas, si
acaso. Mientras que, adicionalmente, los
hechos terminan obligando a la juventud y a las nuevas generaciones, desde muy
temprana edad, y sin ninguna formación, a dedicarse a formar parte del sector
obrero del país, ganando salarios mínimos, como a verse obligados a limitar sus posibilidades de crecimiento
económico, como de desarrollo social.
Esta real situación, obviamente, no permite que los
pueblos y países colmados de pobreza y necesidades puedan preocuparse ni
ocuparse de ideologías, de partidos
políticos y mucho menos del desarrollo económico y social de los lugares donde
residen, mucho menos de las naciones en donde nacieron. A la vez que su
principal y casi única preocupación es “matar el hambre” y rebuscarse un
ingreso de la mejor manera que sea, o se pueda. Eso, lamentablemente, los convierte en un recurso pasivo e
indefenso como seguidores del político o candidato de gobierno que más les
ofrezca, dándole nacimiento a la perversa politiquería en la que se combinan
los siameses históricos del “paternalismo
y populismo”, siempre abundante en nuestro Continente.
Es en esa combinación, precisamente, en la que el politiquero líder o burócrata ofrece
dádivas y el pueblo se acostumbra a votar por el que más le regale. Hace creer
a ese líder que es dueño del país y que puede disponer de los bienes de la
Nación a su discreción, prácticamente
como poseedor de un latifundio personal. Si se quiere, es un vicio histórico
que termina convirtiéndose -o prolongando- el nacimiento y perdurabilidad de
"Caudillismos" y "Dictaduras". Y olvidándose de que su
deber, obligación y hasta subordinación se le debe es al merecidamente
calificado pueblo soberano que lo elige.
Interesante decirlo, una y otra vez: es que ese pueblo
que lo elige, es la Sociedad Civil, la cual,
ya cansada, ha comenzado a unirse
y a reclamar sus derechos. De hecho, hoy en Venezuela se estima que un 90% de
la población está exigiendo un cambio, mientras convierte su hambre y demás
necesidades en el más visible instrumento de lucha.
En el caso venezolano, donde esta realidad histórica
ha prevalecido durante toda la
trayectoria republicana de la Nación, ha condenado al país a permanecer rezagado en su legítima
demanda alrededor de su derecho al desarrollo; también a vivir sometido a la voluntad, por pasividad e ignorancia, de
un caudillo o de un dictador disfrazado de Presidente, y, en el peor de los
casos, a un “cachuchazo” militar,
convirtiendo a la nación en un cuartel, a la vez que se le da paso a cualquier
falso izquierdista o resentido social de ocasión, dedicado a justificar
comienzos y desarrollos de supuestas luchas de clases, mientras inventan a sus
útiles Judas que pasan a ser convertidos
en los culpables de sus malas gestiones, corrupción y errores.
Hay que recordar que la consulta realizada por la Sociedad Civil venezolana el pasado 12 de diciembre de 2020, fue un campanazo de alerta. Y lo hizo dejando constancia de que, con ello, estaba anunciando su despertar como pueblo Soberano. De igual manera, que estaba dando una orden como mandato constitucional, con la que exigía el cese de la usurpación, a la vez que demandaba la realización de unas elecciones libres, promovidas por un Consejo Electoral imparcial, apoyado en un nuevo y legítimo registro electoral, como de un control transparente, y de una supervisión nacional e internacional calificados.
Definitivamente, a los venezolanos les llegó el
momento de NO permitir imposiciones de ideologías o intereses de ningún tipo,
atendiendo a finalidades ajenas a las de su nación. El país está en la ruina
más extrema. Ningún servicio público funciona medianamente bien. Los niveles de
producción de todo tipo están en las condiciones más críticas, y la población
está huyendo por millones; y lo hace con la expectativa y esperanza de
encontrar en algún lugar lo que su país le está negando, según la voluntad de
quienes le dirigen y hablan de gobernarle.
Mientras en
muchos casos deambulan de algún lugar a otro, ante la ausencia de condiciones
medianamente satisfactorias, en otras ocasiones, esos mismos compatriotas tienen que someterse al ya habitual proceso
de la humillación, del maltrato, de la xenofobia administrada como violencia
corporal, y la obligación de cargar con la violencia estimulada por las culpas
de desplazar a locales en las fuentes de trabajo.
Ya no cuenta ni priva, ni tampoco importa, el hecho de
que en la historia política latinoamericana, inclusive, en la europea, exista siempre
un capítulo que registra honrosamente los momentos cuando en Venezuela, sin
exigir mediatizaciones ni condiciones, abría las puertas del país, y afirmaba
que estaban abiertas para todo el que
necesitara amparo y protección, o un lugar en donde permanecer, mientras que el
crimen y los criminales de sus países les perseguían. 0, como lo citan otros,
les impedían satisfacer necesidades de sobrevivencia, o acordes con lo que
representan los derechos humanos.
“Pueblo somos todos los Ciudadanos que constituimos la
gran SOCIEDAD CIVIL”, rezan las expresiones de quienes manifiestan estar
cansados y saturados con la afirmación de que “algún día, los duros momentos de
hoy serán apenas un reflejo del recuerdo”.
Además de que esa misma ciudadanía constituye la innegable población que
puede demostrar que sí son los dueños
soberanos del país.
Guste o no, agrade o no escucharlo, no hay otros dueños. Y son ellos los únicos
que mandan, ordenan y pueden disponer. Es por eso por lo que también tienen cabida
en los derechos ciudadanos, lo que representa el hecho de que Venezuela,
integrada por más de 30 millones de ciudadanos, no puede seguir estimulando o
promoviendo divisiones, mucho menos priorizando la incontenible promoción de
intereses personales.
Cada paso, acuerdo o manipulación dirigida a fracturar los propósitos sanos y legítimos a los que tiene derecho la ciudadanía, definitivamente, no puede ser admitido. Admitirlo traduce que es la cuestionable permisividad de quienes, muchas veces desde la sombra, terminan convertidos en un minúsculo sector de la población dedicado a promover cada segundo de cada día, en la ruina del país.
No debería ser necesario citarlo y recordarlo: los
venezolanos que quieren y trabajan por un país con un futuro convertido en un
ejemplo de bienestar y no de ruinas, no pueden ni deben seguir divididos. De igual manera, los
partidos políticos, como parte integral de la sociedad civil, deben unirse a
esa misma sociedad, para que, todos unidos, puedan iniciar la gran marcha
hacia objetivos y propósitos en
beneficio de un pronto renacimiento democrático.
Sólo así, de paso, será posible lograr que se pueda
demostrar ante el mundo de naciones amigas, el verdadero deseo venezolano de
rescatar al país. Pero, además, de darle repuesta al mandato de la consulta
electoral del año pasado, para reconstruir la vocación democrática que siempre
distinguió a Venezuela y a los venezolanos, sumarnos al coro de naciones
desarrollados y democráticas del mundo, hasta restituir el orden ciudadano, el
bienestar social y el progreso de la
que sí puede volver a ser una nación de trabajo, nunca más la que, como
hoy, naufraga en la peor de la crisis de valores a la que ha sido sometida,
mientras que los responsables de semejante tragedia, sencillamente, presumen de
su supuesta ejemplar andanza.
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