“El viejo mundo
se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los
monstruos”. Antonio Gramsci
Nadie, ni siquiera los dueños de las más poderosas
encuestadoras ni los “expertos” en publicidad y medios masivos o los “asesores”
y “científicos” del marketing político, poseen una varita mágica capaz de
modificar la realidad de un momento para otro. Tampoco tan entusiastas
emprendedores cuentan -que se sepa- con el impelable poder de los oráculos, ni
tienen, entre su staff, astrólogos dedicados al divinari de lo que le deparará
el futuro al gansterato. Claro que uno nunca sabe. Pero, en todo caso, conviene
advertir que los cubanos llevan años esperando que Walter Mercado resuelva
finalmente el misterio, no sólo del cómo, sino sobre todo del cuándo. Y no
valdrá la pena mencionar a los numerosos especialistas en la interpretación de
la astrología criolla, quienes, hasta el presente, han dejado a sus seguidores
a la expectativa de lo que en algún momento recibió el pomposo nombre de “la
salida”, porque era cosa, si no de horas, de escasos días.
Han pasado veintitrés largos años y, por lo que puede
observarse, desde la perspectiva de un “estricto diagnóstico clínico” -al decir
de Groucho Marx-, el régimen narco-terrorista que mantiene secuestrada a
Venezuela es “un enfermo que goza de muy buena salud”. En un territorio -dado
que ya no resulta adecuado hablar de un país- en el cual “el Coqui” o “Wilexis”
son considerados como unos auténticos supehéroes dignos de ser imitados, como
la nueva generación de los Avengers, protectores de los marginados y
desposeídos, las soluciones “rápidas”, los llamados a “María” –o a Sorte, da lo
mismo– no parecen tener mucho sentido. Ni Maître Luis Vicente, ni Don Chicho,
fieles seguidores de las profundidades de Coelho, ni la mismísima Madame Aziz
-en el fondo, da lo mismo- parecieran estar en condiciones, ni materiales ni
espirituales, de revelar los ocultos misterios que guardan en sus entrañas las
estrellas, las revelaciones o, en todo caso –y, de nuevo, da lo mismo–, los
resultados de la “metodología”.
Y es que si algún aprendizaje se ha de sacar después
de toda esta dolorosa experiencia venezolana, es la confirmación del rotundo
fracaso de las llamadas “metodologías científicas” y, en consecuencia, de sus
constelaciones ilusorias -cuyo mayor interés consiste en la pretensión de
“facilitar” el trabajo de tener que pensar, como si el pensamiento necesitara
de “facilitadores” y no, más bien, de la dedicación al estudio de las
complejidades de aquello que crece y concrece. No hay tal cosa como un
“instrumento de aprehensión de la realidad”. Creen que lo real es como un
pajarito que, tarde o temprano, quedará atrapado en una vara preparada con
pegamento, a la que han decidido dar el pomposo nombre de “metodología”. Pero
el saber no es una astucia. En efecto, como dice Hegel, “si el instrumento se
limitara a acercar a nosotros lo absoluto –léase, la verdad– como la vara con
pegamento nos acerca el pájaro apresado, sin hacerlo cambiar en lo más mínimo,
lo absoluto se burlaría de esta astucia, si es que ya en sí y para sí no
estuviera y quisiera estar en nosotros”. En fin, si algo conviene realmente
capturar –cacciare, se dice en italiano, de donde proviene el cachar criollo–
no es al pobre pajarito que confunden con la realidad de verdad. Después de
todos los intentos hechos para salir de “esto”, no parecen haber dudas sobre la
confirmación de la bancarrota de la figura del coaching –y de sus coaches– en lo
que respecta a la interpretación del devenir político. Aunque, de todas
maneras, los asesores cubanos, al servicio del gansterato, ya se han encargado,
objetivamente, de hacérselos saber y de demostrárselos con creces, in der
Praktischen.
Lo cierto es que ni las gráficas Excel ni las cartas
astrales están funcionando. 6 millones de exiliados –la mayoría de los cuales
salieron, en su momento, a plenar las calles del expaís en las impresionantes
manifestaciones multitudinarias convocadas contra el régimen– lo confirman. Tal
vez hubiese sido más fácil, y menos doloroso, decir la verdad desde el
principio, en vez de asumir como forma de hacer política el decir “mentiras
blancas” con las manitos pintadas. Unos cuantos cultores del conservatismo de
uña en el rabo, con su cara de mocasín estilado -y estirado-, le echan la culpa
a Gramsci de lo que sucede en Venezuela, sin tan siquiera haberlo leído. Y es
que en esto consiste el problema: suponen que leen, es decir, que saben leer.
No saben lo que dicen y dicen lo que no saben. Vale la pena recordar que fue
Gramsci –quien obviamente no fue un gánster y que más bien se enfrentó en su
momento contra el gansterato fascista– el autor de esta frase: “Decir la verdad
es siempre revolucionario”.
Claro que –se
dirá– es inútil ponerse a “llorar sobre la leche derramada”. Pero algo queda de
la lección. Siempre se puede comenzar de nuevo a partir de las lecciones
aprendidas por los errores cometidos. Aufhebung quiere decir “superar y
conservar a un tiempo”. Lo que quiere decir que el “esto” es, ni más ni menos,
que el resultado de la propia experiencia. Los chivos expiatorios sobran. Por
eso mismo, más que un asunto de financiamiento, es cuestión de redimensionar
las ideas –ya será bastante con tenerlas– y abandonar las abstracciones y
representaciones ficticias. Sin ideas no se puede. Sin un lenguaje rico el
espíritu se empobrece. Si no hay Concepto –actio mentis– no habrá modificación.
Para comenzar, sería más que conveniente el socrático “conocerse a sí mismo” y,
como consecuencia, saberse, en tanto político y demócrata, distinto –y en
ningún caso opuesto– al gansterato. La criminalidad es competencia de la
policía. De manera que conviene elaborar políticas que pongan fin al crimen
organizado.
De ahí la necesidad de que la llamada “oposición” tenga que
redefinirse, reconceptualizarse, rediseñarse y reorganizarse. No es asunto de
cambiar de siglas, ni de hacer “enroques” partidistas. La unidad es con el
país, incluso con quienes, alguna vez, creyeron con entusiasmo en las bondades
del populismo devenido narcoterrorismo.
Es hora de abandonar una “pureza” que
en nada expresa la condición del ser venezolano. Es tiempo de “desechar las
ilusiones y prepararse para la lucha”, como sentenciaba la vieja consigna de
los años setenta. Nadie va a venir a hacer el trabajo quiere decir que tampoco
lo harán los astros o los sagrados habitantes del más allá. “Las cosas bellas
son difíciles”, afirmaba Platón. Es el momento de cambiar la ceguera técnica y
el vacío mensaje de “esperanza” por la pasión de un gentilicio que bien lo
merece, porque, más allá de los apasionamientos desbordados, “nada grande en el
mundo se ha hecho sin una gran pasión”.
Venezuela bien vale el sacrificio.
José
Rafael Herrera,
jrherreraucv2000@gmail.com
@jrherreraucv
Venezuela
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