
Entre lo que se dice claro y lo que
se hace, existe una abrumadora diferencia. Es ahí donde se advierten las
brechas que obstruyen el recorrido no sólo de las palabras. También de los
hechos. Sin embargo, iguales o peores problemas se suscitan de situaciones que
terminan agudizando realidades de todo género y dimensión. Es el terreno donde
mejor calza el proselitismo político. Sobre todo, cuando raya con habladurías o
discursos retóricos.
Particularmente, cuando el
ejercicio de la política busca plantar ideas en medio de realidades cuya
oscuridad y confusiones hacen fácil mutar palabras por votos. O promesas por el
respaldo necesario sobre el cual se posibilita construir el realismo mágico. El
que sirvió a Gabriel García Márquez para levantar la historia de la fundación
de Macondo, en su libro Cien años de soledad. O que igualmente le funcionó al
guatemalteco Miguel Ángel Asturias, Premio Nobel de Literatura en 1967, para darle carácter alegórico a su obra
“Hombres de maíz”.
Es la manera de cómo la literatura
incursiona en el surrealismo. Pero que en política, sucede algo distinto. Pasa
a verse como un vulgar y manido modo de hacer política. Y no es otra cosa que
caer en el populismo. Con su enorme colección de excusas que se pasean entre lo
real y lo soñado. Entre lo real y lo imaginario. O entre lo real y lo que se
inventa. Todo, con la intención de captar incautos, ilusos e idealistas a la
causa expuesta.
Es la cara politizada del “realismo
mágico”. Esto en la palabra del escritor Miguel Ángel Asturias, aparece
definido como “lo real maravilloso”.
Sin embargo, traducir estos
señalamientos a la situación que tiene caracterizada a Venezuela en cuanto a la
subyugación que padece, no resulta tan sencillo como pareciera. Sencillamente,
por las dificultades que saltan al momento de buscar una explicación inmediata.
Aunque asistida por el concepto de “necesidades creadas”. Un concepto de la
Economía prestado a la Sociología.
Pero tan prolífico problema, se
cobija y recuesta en la ambición, la
vanidad, la soberbia, el orgullo y el envanecimiento que confiere el poder
político O sea, contravalores que coadyuvan a esclavizar a quienes pretenden
vivir de la política. Aunque sea solamente hasta alcanzar la jerarquía de “politiquero”.
Desde tan obtuso estadio de
realidades forzadas por la magia de la verborrea, los politiqueros de oficio,
aspirantes y aficionados, juegan impunemente con la “verdad” y la “libertad”.
De esa forma, disfrazan todo lo posible que consigan es el camino provocando
aquellas distorsiones que traban el desarrollo económico y social de un país.
Sin medir consecuencia alguna. Eso fue lo que deformó la Venezuela que,
osadamente, había emprendido su recorrido al ansiado desarrollo. A pesar de los
conflictos que devinieron en el curso de dicho periplo.
En la actualidad, la crisis
venezolana, calificada de “emergencia humanitaria”, determinó la incursión de
principiantes y catequizados de la política en el ejercicio de la
“politiquería”. En consecuencia, se ha estado debatiendo la redacción de un
acuerdo político con el fin de aliviar los problemas que afectan el devenir
nacional. Pero tal intención, ha sido reiteradamente asomada sin ningún
resultado convincente a ese respecto.
Sin embargo, el problema no ha
podido aminorarse por cuanto lo que está en el fondo de tan embrollada
situación es lo que se dice. Pero igualmente, es lo que no se dice. Peor aún,
es lo que no se hace. Y precisamente no se hace, porque pareciera de mayor
provecho en términos de recursos y tiempo, ir detrás del estancamiento de lo
que configura el foco de la crisis venezolana.
Hay reticencia en salir de dicha
crisis pues, por lo que se infiere, su obstrucción resulta más ventajosa en
términos de los dividendos que de la misma obtienen. Y que se reparten los
protagonistas de su palabreado arreglo.
Justo, es el meollo donde sus
actores se topan con la posibilidad, no sólo de manipular sus razones
explicativas, dispositivos funcionales y accesorios suplementarios con la ayuda
de un populismo irónicamente ataviado de democracia. También, de beneficiarse
del hecho de procurar una administración no del todo transparente de cada uno
de los eventos que son obligados a darse bajo el escrutinio de la política.
¿Casualidad o causalidad?
De manera que en medio de
situaciones así de retorcidas, la crisis venezolana sigue tan campante como en
principio se percibía. Podría decirse que el país sigue atascado en el marasmo
de una épica siniestra. Tanto así, que ahora Venezuela casi es un país que vive
de no hacer nada. O de meros discursos que no llegan a ningún lado en concreto.
La política, en contrario a lo que
es su esencia como razón de confluencia, basada en la pluralidad, ha caído en
un espasmo del cual no logra salir. Y dicho problema, ha motivado la
animadversión que define a la antipolítica.
Por dónde puede verse, el ejercicio
de la política dejó de ser tal para reducirse a lo que es el ejercicio de la
politiquería. Así de triste es la situación nacional.
Y exactamente, es ahí donde
conviven las condiciones que han acentuado la parálisis de la política. En su
verdadero significado. Por eso, el país vive padeciendo todo el conflicto que
deriva de lo que se dice y lo que no se dice.
Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
Venezuela
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