El gansterato es un resultado. No nace de la nada. Es
la consecuencia inmanente de la experiencia de la conciencia extraviada y
desventurada -infeliz- de un Estado-Nación, primero, escindido, más tarde,
fallido y, ya prácticamente, inexistente. Experiencia es -muy por encima de lo
que presupone la vulgata empirista o la desbordada imaginación de los
entusiastas promotores de “los hechos” sin sujeto- “el movimiento dialéctico
que la conciencia lleva a cabo en sí misma, tanto en su saber como en su
objetivo, en cuanto brota ante ella el nuevo objeto verdadero”. Y en la medida
en la cual se hace mayor la objetivación del dominio gansteril sobre el ser
social, mayor resulta ser su pobreza espiritual y material. En ese mismo orden.
De las virtudes republicanas y civilizatorias de la antigua Roma a las
vergüenzas de la República de Saló. De la inteligencia superior del idealismo
clásico alemán al “Tercer Reich”. Se trata de un “modelo” de “sociedad” que el
stalinismo y el maoísmo fueron diligentemente copiando y perfeccionando con el
tiempo.
Praxis y práctica ni tienen el mismo significado ni
son lo mismo. Praxis es “actividad sensitiva humana”, comprehensión del
movimiento continuo de la relación sujeto-objeto. Práctica es una técnica
específica de aplicación a la realidad inmediata. Lo uno y lo otro hacen la
diferencia entre razón y entendimiento, entre verdad y certeza, entre
Wirklichkeit y realiter. Pero, además, y por eso mismo, comprenden la
diferencia entre justicia y venganza.
La praxis política, propiamente dicha, va desde la
lucha -elevada a conciencia social- por las exigencias de la sociedad civil -de
la cual surge- y, devenida Espíritu de pueblo, marcha hacia su eventual
objetivación en la sociedad política y a su ulterior conformación -legítima y
legal- en un nuevo Estado. La práctica gansteril se aprovecha de las primeras
manifestaciones de agotamiento -y desgarramiento- de un Estado para imponer sus
intereses particulares al resto de la sociedad, primero, corrompiéndolo
mediante la imposición de sus “valores”, de su “lenguaje”, de sus hábitos y
costumbres, para, poco después, consumar su secuestro. Y, una vez perpetuado,
convierte los restos putrefactos -corrompidos- de la vieja sociedad política en
instrumento de represión y sometimiento en beneficio de sus intereses
particulares, es decir, de sus “negocios”, utilizándola como fachada
“institucional” que oculta sus auténticos propósitos. No es, en consecuencia,
arriesgado afirmar que la praxis política, stricto sensu, es absolutamente
distinta de la práctica gansteril. Y que si bien la práctica gansteril puede
prosperar bajo el cobijo de la praxis política, ambas son distintas y
constituyen dos dimensiones, dos logos, dos modos de concebir e interpretar el
ser social. La praxis política es productiva y reproductiva. La práctica
gansteril es parasitaria y degenerativa. La primera es fuente de riqueza y
civilidad. La segunda conduce a la depauperación y la barbarie.
En 1993, el historiador francés Paul Veyne publicó el
resultado de una de sus más reveladoras investigaciones, en un artículo
sinóptico editado por la prestigiosa revista L´Histoire, en número especial,
dedicado al estudio y comprensión de la historia de la criminalidad. En el
artículo en cuestión, Veyne sostiene que la estructura del Imperio romano fue
adquiriendo, con el tiempo, las características organizacionales propias de la
mafia, a causa de lo cual inevitablemente se fue corrompiendo hasta su completa
disolución. El fraude, la corrupción, la estafa, el robo, la venganza, la
violencia, el clientelismo, las violaciones, no eran consideradas como delitos
penales, sino como asuntos de competencia civil, por lo que cada ciudadano
comenzó a tomar la justicia en sus propias manos. El crimen, la gansterilidad,
bajo sus más diversas figuras, terminó siendo el fluido que movía la economía
romana. De pronto, el Imperio se encontró dominado por capos que controlaban
sus respectivas “zonas de paz”, con organizaciones que practicaban “políticas”
de venganza en sustitución de la justicia. La omertà y la “ley del más fuerte”
se transformaron en norma de vida. Una larga cadena de delincuentes, los
militum -más tarde, llamados soldati– penetraron todas las esferas del Estado.
Cadena que terminaba en las manos de un gran capo, il capo di tutti capi. Al
final, el Imperio terminó siendo gobernado por el crimen organizado, que en
nombre del Estado administraba y -en último análisis- dirigía por entero todas
las instancias de la sociedad.
Era a esas “glorias” imperiales a las que con tanto afán se refería Mussolini en sus discursos, y que tanto entusiasmo despertaron en Hittler, al punto de llegar a considerarlo como su auténtico “maestro”. Il Duce, de hecho, le abrió los ojos al Führer, porque le enseñó la alquimia capaz de transmutar la lógica política en gansteril. De hecho, el movimiento de esta experiencia de la conciencia tuvo sus inicios a finales del siglo XIX, en Sicilia. Los gansters se habían apoderado por completo de la isla. El gobierno italiano decidió tomar cartas en el asunto y envió tropas militares en busca de reordenar normalizar la situación. Pero el conflicto terminó provocando la caída del gobierno y permitiendo el ascenso al poder de un gobierno “socialista” dirigido, tras bambalinas, por la mafia. Más tarde, después de la Primera Guerra Mundial, el movimiento fascista -nombre que, de suyo, evoca el fasces como la fuente del poder imperial romano-, en boca de su capo mayor, se definía del siguiente modo: “Hablemos francamente: no importa cómo. El fascismo no es antitético sino más bien convergente con el programa socialista, sobre todo en lo relacionado con la reorganización técnica, administrativa y política de nuestro país”. Il Duce supo ocultar bien los intereses gansteriles detrás de una aparente tendencia ideológico-política. Lo mismo haría más tarde el Führer con el partido “nacional socialista obrero alemán”, al cual, si, por ejemplo, Bolivar hubiese nacido en Alemania, sin duda le hubiese puesto “bolivariano”: Nationalsozialistische Bolivarianen Deutsche Arbeiter Partei.
Stalin y Mao aprendieron muy bien la lección y la pusieron en
práctica con excelentes resultados. De Stalin a Putin, de Fidel a Chávez y
Maduro No pocas veces, la pérdida de los principios, el pragmatismo ramplón, la
confianza excesiva o, simplemente, la desidia, permiten ciertas laxitudes que
son aprovechadas por los delincuentes, no solo para penetrar el tejido social y
político de una determinada sociedad, sino para sustituirlo, imponiendo sus
propias reglas. El gansterato no nace como los hongos, a pesar de ser un
parásito. Siempre es un resultado de la experiencia histórica.
José
Rafael Herrera,
jrherreraucv2000@gmail.com
@jrherreraucv
Venezuela
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