El Fondo Monetario Internacional le acaba de recordar
al Gobierno de Venezuela, lo que, seguramente, el régimen no habría querido
escuchar. Le dijo que “para ti no hay reales”. Y unos 5.000 millones de dólares
que aquí, posiblemente, ya habrían sido cuantificados en su potencial uso, y
calificados en el rutinario aprovechamiento en el que se emplea todo lo que
ingresa a las arcas nacionales sin tener que rendirle cuentas a ningún ente
administrativo, de repente sólo han servido para alimentar las informaciones
internacionales, y servir de referencia a los pocos medios de comunicación
social venezolanos que se las ingenian para mantener vivas las expectativas de
la población.
Y debía ser así, en vista de que a ese mismo ente, en
23 años de andanzas, distintos voceros sobrecargados de poder y de soberbia,
desde la misma Venezuela, se permitieron decirle fanfarronamente, a la vez que
presumían de rebosante dinero proveniente del negocio petrolero, que dicha
institución, emblema global del capitalismo, no era querida ni necesitado en
esta parte de América Latina.
Inclusive, un poco más, y casi le recuerdan que sus
recursos se los podía guardar en donde mejor pudiera darles cabida. Y era
posible en vista de que si algo sobraba aquí, aparte de arrogancia, petulancia
y menosprecio, era capacidad para comprar adulancia y aduladores, cazadores de
fondos fáciles. También de facilidades para hacer posible que un emblema de la
Espada Libertadora, sencillamente, casi pudiera convertirse en la útil y presuntuosa manera de ostentar la
representación cuasidiplomática de la voz del mando nacional.
Habrá que esperar la aparición de quienes, conscientes
de que la escasez de fondos en Venezuela no es actualmente un cuento falso,
traten de justificar lo injustificable, argumentando que el FMI está actuando
de acuerdo a su sometimiento a la voluntad norteamericana. Pero, además, que
los derechos venezolanos son tan
legítimos como los de todos los países que están literalmente en la lista de
quienes son víctimas de “sancioneros”, como de
las consecuencias del Covid 19.
Sin embargo, más allá de dicha espera, de los
argumentos y de los señalamientos sobre a quiénes se les deben semejante
maltrato, hay otras realidades cuyas características, definitivamente, no
pueden seguir siendo utilizadas como si hubieran convertido a Venezuela en su
víctima privilegiada. Sí. Porque lo
cierto es que aquí, pudieran escasear fondos como consecuencia de la
destrucción de fueron objeto -entre otras firmas nacionales- la Industria
Petrolera y las demás empresas básicas del Estado venezolano y lideradas por
quienes decidió algún día el régimen nacional.
Es que, además, el suelo venezolano es un terreno en
donde se combinan, por igual, empresas privadas expropiadas e inutilizadas,
espacios agropecuarios cargados de ineficiencia y convertidos en albergues del
canto nacional al populismo y la mentira productiva, y espacios de recreo y
resguardo de algunos favorecidos de países vecinos, por el sólo hecho de haber
construido “hermandad” ideológica en tierra venezolana.
En pocos meses, mientras tanto, a la vez que se
difunden y multiplican descripciones sobre las glorias que emergerán de una
recuperación económica que sigue imposibilitada de poder crecer, ante la
ausencia de una básica estrategia que haga posible un entendimiento mínimo
entre el Estado y la cada vez más golpeada y menospreciada empresa privada, la
inquietud que reina es mucho peor que lo expuesto. Y tiene que ver, triste y
dolorosamente, con la vida y capacidad productiva de los venezolanos a los que
la pandemia china les anulará su derecho a ser testigo y activista de lo que
fue Venezuela hasta hace 23 años.
¿Cuántos venezolanos se quedarán en el camino?.
Ciertamente, más de 5 millones de hijos del país, como lo definen muchos, ya
“se la están jugando” fuera del sitio
donde apreciaron el sol por primera vez. No obstante, las dudas giran alrededor
de lo que ha estado sucediendo internamente, la preocupación que provoca un
descalabrado e infuncional sistema de salud apropiado para hacerlo frente a lo
que, día a día, se impone en cualquier puerta hospitalaria.
Pero ya no por la desatención e imposibilidad familiar
para, unidos con médicos, enfermeras y personal de apoyo, salir airosos del
desigual conflicto existencial. Sino debido a que, como si fuera poco, ese
mismo contingente de profesionales está siendo derrotado en los esfuerzos
conjuntos que desempeñan aquellos que se atreven a aliarse para luchar. No para
esperar eternamente a que el mundo se
conduela del caso venezolano, en vista de que el llamado recurso vacuna,
sencillamente, es una esperanza y nada más que eso. Difícilmente la opción de
sobrevivir.
Es posible que, entre discursos, acusaciones y
señalamientos oportunos para los que no han podido demostrar cuál es su
verdadera función en el desempeño del poder, surja alguna tesis dirigida a acusar a los “enemigos del país” de ser los
únicos y verdaderos culpables de que el Covid se desplace libre y felizmente
por los rincones de Venezuela.
Sin embargo, aquellos que ya fueron debidamente
informados acerca de que el Jefe de Estado “ya se vacunó”, por lo que él goza
de la ventaja de la protección que le garantiza el hecho de estar en donde
está, tendrán que seguir esperando. No por la vacuna. Sino por el favor que,
“de buena nota”, pueden ofrecer los socios criollos de nacionalidad rusa,
turca, cubana, china o de Irán, Nicaragua y hasta de Corea del Norte.
Mientras tanto, entre “la fórmula venezolana” 7 x 7,
las empresas venezolanas sometidas a restricciones que no terminan de evidenciar
el avance de una lucha abierta a favor de poder seguir viviendo, la tarea
colectiva de encontrar respuestas serias
y concretas, no pasan de ser otra cosa
que seguir siendo espectadores de un proceso de Tapar Huecos en Pleno Desierto.
En parte por la
sensación predominante de que, en primer lugar, no se sabe en dónde está el
desierto. Luego de que quienes lo han ubicado, no tienen claro en qué consiste
tapar los huecos, y, por último, que, identificados los dos impedimentos
iniciales, carecen de gasolina y de diésel para asegurar la movilización de los
afectados, y retornar al sitio de resguardo.
Al final, todo concluye en lo mismo. Y se trata de que
ayer, literalmente, se pateó al Fondo
Monetario Internacional por lo que es y representa para quienes afirman
ostentar el ejercicio del poder, como se traduce en muchas decisiones
administrativas. Después que el ejercicio del poder, para quienes afirman
gobernar, es una simple posibilidad de permanencia en puestos improductivos. Y
la población venezolana sigue soñando con lo que ya se le decía en 1979, cuando
algún dirigente escribía que
“debemos adoptar un diseño o
proyecto del país , ampliamente compartido, pero que no sea producto de la necesidad política
inmediata, sino de la visión a largo plazo de la nación en perspectiva, para lo
cual es necesario formar una capacidad de acción”.
Guste o no admitir, la gran verdad es que el sistema
político actual se está agotando, porque está perdiendo la capacidad de acción.
Vale decir, una gestión eficiente y unas metas previsibles. Eso, y que es lo
inquietante, ha comenzado a convertirse en un argumento de valía e importancia
innegable para quienes creen en que la pandemia “puede servir para todo”.
Tanto, de hecho, como para que parte del nuevo discurso político comience a
tratar como factible -y necesaria- la instauración de una nueva forma de hacer
política, más allá, inclusive, de lo que “algunos aventureros” denominan
izquierda, derecha, democracia.
Egildo
Lujan
egildoarticulos@gmail.com
egildolujan@gmail.com
@egildolujan
Venezuela
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