En diciembre de 1960, El Salvador resultaba un país
con tensos problemas sociales debido a su densidad demográfica y a la
concentración de la propiedad rural en una élite militar, manteniendo la
polarización social y la pobreza urbana. Escenario ideal para una aventura
revolucionaria.
La primera expresión de apoyo cubano al movimiento
revolucionario salvadoreño se evidencio el 10 de octubre de 1980 cuando las
cinco organizaciones guerrilleras fundaron en La Habana el Frente Farabundo
Martí para la Liberación Nacional (FMLN), dando inicio a la guerra civil
salvadoreña.
El ex guerrillero Juan Ramón Medrano confesó, a
principios de 1980, que, junto con, Joaquín Villalobos y Jorge Meléndez, se
reunió varias veces con Fidel Castro, quien los asistía con dineros de la URSS.
Mientras el FMLN recibía el apoyo cubano, sandinista y
de la URSS, Estados Unidos brindaba una millonaria asistencia militar y
económica al gobierno local, convirtiendo a El Salvador en un frente más de la
confrontación de la “Guerra Fría”.
Cuando se derrumbó la URRS y se le acabo el dinero a
Fidel Castro, recurrió al narcotráfico para obtener divisas y sobrevivir al
“periodo especial” cubano; la balanza de la guerra civil salvadoreña se inclinó
a favor de EE.UU, por lo que, en abril de 1990, las partes convinieron negociar
el fin del conflicto bajo la mediación de Las Naciones Unidas.
La guerra civil que duró 12 años, concluyó el 16 de
enero de 1992, con saldo de más de 75.000 muertos, 7.000 desaparecidos y 1.579
millones de dólares en pérdidas económicas. Con la firma del acuerdo de paz, El
FMLN se desarmó, el 14 diciembre de 1992, y se transformó en partido político.
Tras la firma del armisticio, uno de los casos que
quedó pendiente fue el asesinato del arzobispo de San Salvador, monseñor Oscar
Arnulfo Romero, que había conmovido a la sociedad mundial.
El 2 de febrero de 1980, la Universidad Católica de
Lovaina distinguió a Romero con un doctorado honoris causa como reconocimiento
en su lucha en defensa de los derechos humanos. En ocasión de recibir ese
título honorífico, Romero pronunció un discurso considerado como su testamento
profético: (...) Las mayorías pobres de nuestro país son oprimidas y reprimidas
cotidianamente por las estructuras económicas y políticas de nuestro país.
Entre nosotros siguen siendo verdad las terribles palabras de los profetas de
Israel. Existen entre nosotros los que venden el justo por dinero y al pobre
por un par de sandalias; los que amontonan violencia y despojo en sus palacios;
[...]. Es, pues, un hecho claro que nuestra Iglesia ha sido perseguida en los
tres últimos años. Pero lo más importante es observar por qué ha sido
perseguida. No se ha perseguido a cualquier sacerdote ni atacado a cualquier
institución. Se ha perseguido y atacado aquella parte de la Iglesia que se ha
puesto del lado del pueblo pobre y ha salidos en su defensa…
El día 9 de marzo de 1980, en la basílica del Sagrado
Corazón de Jesús el sacerdote Ramiro Jiménez, había encontrado un portafolios
debajo del altar mayor. Inmediatamente notificó a la Policía Nacional que envió
a un detective para desactivar la bomba integrada por un interruptor, un
radiotransmisor con 2 detonadores eléctricos, accionados por control remoto,
atados a 72 tacos de dinamita.
Según las investigaciones posteriores, la bomba se accionaría
en el momento que monseñor Oscar Arnulfo Romero oficiaría una misa en memoria
de Mario Zamora Rivas, siendo este exprocurador general y exsecretario general
del Partido Demócrata Cristiano, asesinado el 23 de febrero de 1980 en su lugar
de residencia. La Fiscalía General de la República no hizo ninguna
investigación formal del caso.
El día 23 de marzo de 1980, un día antes de su muerte,
Romero hizo desde la catedral, un enérgico llamamiento al ejército salvadoreño,
en su homilía titulada “La Iglesia: un servicio de liberación personal,
comunitaria, trascendente”, que más tarde se conoció como Homilía de fuego: Yo
quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército;
en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los
cuarteles... Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos
campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley
de Dios que dice: “No matar”.
El día lunes 24 de marzo de 1980, aproximadamente a las
6:30 p.m., un disparo hecho por un francotirador desde un auto con capota de
color rojo impactó en el corazón de Romero, momentos antes de la consagración.
Fue asesinado durante una misa en la capilla del hospital Divina Providencia,
en la colonia Miramonte de San Salvador. Tenía 62 años.
El 6 de noviembre de 2009, el Gobierno salvadoreño,
presidido por Mauricio Funes, decidió investigar el asesinato de Romero para
acatar un mandato de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos del año
2000.
Treinta y un años después del asesinato, se conoció el
nombre del asesino de Romero: fue Marino Samayor Acosta, un subsargento de la
sección II de la extinta Guardia Nacional, y miembro del equipo de seguridad
del expresidente de la República, quien manifestó que la orden para cometer el
crimen la recibió del mayor Roberto d’Aubuisson, creador de los escuadrones de
la muerte y fundador de ARENA, y del coronel Arturo Armando Molina. El asesino
habría recibido 114 dólares por ejecutar ese crimen.
Nadie estaba a salvo de los ataques de Fidel Castro y
su locura revolucionaria al servicio de la Unión Soviética. Venezuela, 4 de
abril de 2021.
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Ruben Dario Bustillos Ravago
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Frente Institucional Militar,FIM,
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@frentemil
Venezuela
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