Cuatro
sencillas y fácilmente comprensibles palabras le bastaron a Luis Herrera
Campins para comunicar su estrategia y conquistar a los electores. En la más
elegante mansión y en el más humilde rancho entendieron ese mensaje tipo
"arepa" que se expresó en un "¿Dónde están los reales?"
El mundo
sufre de hipercomunicación. Eso no es nuevo pero en los últimos años, con el
advenimiento de nuevas tecnologías, la situación se ha agravado. La confusión y
el atasco es brutal. Lo único que sirve para colarse en esa autopista
congestionada y vencer a ese enredo de la hipercomunicación es la
hipersimplificación del mensaje.
La
complicación del lenguaje de los políticos juega en su contra.
La clase
política parece enfocarse solo (o al menos mayormente) en el asunto electoral,
que no es lo que está en las prioridades de la población que sufre calamidades
indescriptibles. Eso hace que la zanja que los separa del pueblo aumente y se
profundice.
Puede ser
que algunos asesores, que están en Venezuela o en el exterior (y que ninguno
pasa privaciones), les aconsejen a los políticos dedicarse a recuperar espacios
de poder desde los cuales poder trabajar para mejorar la grave situación de los
ciudadanos de a pie. Eso no carece de lógica. Se basa en el argumento de que
para recuperar la democracia hay que usar los instrumentos de la democracia.
Pero, si esto es así, si tal es el objetivo primordial, pues no se lo están
haciendo entender a la mayoría de la gente y, para más, tampoco están logrando
que se comprenda que los políticos (buenos) no son gente picada de ambición a
la que no le importa el sufrimiento de los venezolanos. Para el ciudadano de a
pie los políticos tienden a privilegiar su propia agenda. Y los ciudadanos no
son sino peones en su juego de poder.
A largos
meses de un proceso electoral ya convocado (faltan siete meses), la gente del
común no tiene energías para pensar en elecciones. Y siente que la clase
política le habla en cuti. En la calle y en la casa, las angustias y
preocupaciones son otras, por cierto imperantes.
Los
políticos tienen que lograr que los ciudadanos los vean y sientan como
liderazgos preocupados por el pueblo. Tienen que transmitir con gestos y con
palabras que los ciudadanos son importantes en tanto personas y no en tanto
potenciales electores. Y si eventualmente quieren convencer a la población de una ruta a seguir, pues tienen que hacer
sentir a los venezolanos que ellos son
el centro de su esfuerzo y prioridad, que su misión es servir a los venezolanos, no servirse de ellos. El
liderazgo tiene todo que ver con acciones, sensaciones y percepciones.
Lo más
triste del caso es que en realidad muchos políticos no tienen una existencia
para nada cómoda y no son manipuladores irresponsables. Muchos tienen una vida
de agotadoras jornadas, tienen serios apremios económicos y, para completar,
están en constante riesgo de ser perseguidos políticos. Pero los cultores de la
antipolítica y los errores en estrategia comunicacional les han creado fama de
vagabundos.
Claro que
hay políticos de pacotilla. Muy palurdos, muy mediocres y muy sinvergüenzas. De
hecho, créame, algunos son todavía peores de lo que parecen. Pero hay políticos
buenos; decentes, valientes y preparados. Así que meter a todos, justos y
pecadores, en el mismo saco es caer en
el vicio de la generalización, error garrafal que hace que la sociedad rechace
por igual a los buenos, que los hay, y a los mediocres, que son una plaga que
merodea.
Sin duda,
los ciudadanos desconfían. Con sobrada razón. Y deben estar alertas para no
(volver a) caer en las trampas de los
vagabundos de oficio. Hacer los cuestionamientos que toca. Ser
implacables en las preguntas. Exigir respuestas claras.
¿Cuáles son
los asuntos claves hoy? Eso no es tan
difícil de identificar. Gas, gasolina, agua, electricidad, transporte,
salud, empleo, inseguridad, escuelas cerradas, alimentación imposible de pagar,
el miedo a la pandemia. Son los dolores insufribles de todos los días. Es la
injusticia omnipresente. Con eso lidia la población mañana, tarde y noche. A
siete meses de unas elecciones, que alguien se presente de visita en una
comunidad como candidato buscando votos es pura frivolidad. En cambio, no es
baladí decirle al país que los políticos se van a pelear en el CNE, con el CNE
y con quien sea por hacer respetar el derecho de los ciudadanos a elegir. Ir a
un barrio o a una urbanización a gastar el tiempo de los angustiados ciudadanos
explicándoles cómo deberían ser unas elecciones decentes, pues eso genera en la
gente la sensación de que a los muchos problemas con los que tiene que cargar,
encima llegan unos políticos a recargarlos, a decirles que son ellos, los ciudadanos, quienes tienen que
luchar por esos derechos. Ante eso, pues con parroquiana y sabia lógica, la
gente se pregunta para qué diablos se metieron a políticos si ese pleito y esa
pelea no la pueden dar y ganar.
Seguramente
hoy hay una campaña que busca liderazgo político, la vacunación. Toca a
quienes desean conquistar los corazones
de los ciudadanos (y eventualmente sus votos), pegar todos los gritos que sean
necesarios, en Venezuela y en el exterior, para que haya vacunación para todos
los venezolanos, sin costo, universal, ordenada, segura, confiable. Porque hoy,
como ocurrió en el pasado, una pregunta flota en todo el aire de Venezuela:
¿Dónde están las vacunas?
Cuatro
palabras, sencillas, comprensibles, que pondrían de manifiesto lo que es
crucial para el tan abandonado pueblo de Venezuela. No existe nada más antidemocrático
que el no tener acceso a vacunarse. Nada más injusto y clasista que saber que
unos pocos miles, a punta de plata o de palancas, constituyen los privilegiados
que pudieron vacunarse, mientras la inmensa mayoría de venezolanos estamos en
riesgo de contagio y muerte.
Por
supuesto que se cae de maduro que la vacunación es una responsabilidad de
Maduro. Ni pare ni pone ni deja anidar. Eso está clarísimo. Pero también debe
estar claro (y lo está para el pueblo)
que las fuerzas de oposición deben ser la voz de los ciudadanos
abandonados a su suerte por un régimen pecaminosamente irresponsable.
Así, todos
los días, mañana, tarde y noche, debe escucharse en toda Venezuela una
pregunta, un grito, una exigencia: ¿Dónde están las vacunas?
Al fin y al
cabo, para los que solo piensan en elecciones, es bueno que entiendan que los
contagiados de COVID y los muertos por esta terrible pandemia no votarán.
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