Desde el
año 2012 China entró en un ciclo de relaciones preferidas con 17 países Europa
Central y de Europa del Este. El Grupo de los 17+1, que aún hoy sigue
celebrando una reunión anual de mandatarios, fue concebido por Pekín como una
vía para acrecentar su esfera de influencia en el Viejo Continente y siempre
fue visto por la Unión Europea como una manera velada de generar fricciones en
el entorno integracionista que se ha llevado a cabo entre los 27 con tanta
dificultad. La realidad es que esa inicial puerta de entrada asiática en Europa
nunca consiguió rendir frutos, se convirtió en una plétora de proyectos y
promesas incumplidas, y sentó las bases para el descrédito de los propósitos de
cooperación proclamados desde la capital china hacia Europa.
Es por ello
que el anuncio de la Nueva Ruta de la Seda provocó en las sedes gubernamentales
europeas más reticencia que otra cosa. Apenas el populista gobierno de Italia
fue el único país de la Unión en embarcarse tardíamente con Xi Jing pin, en
2019, en un apoyo a sus inversiones en suelo italiano. Dejarse cortejar no le
aportó gran cosa a los italianos a pesar de que en el medio empresarial, los
nuevos capitales chinos representaban un bol de aire fresco. Lo que se ha
podido demostrar hoy, cuando todas las inversiones están en revisión oficial,
es que un componente estratégico importante determinaba el género de actividad
económica favorecida por los capitales chinos dentro de esta iniciativa de la
Ruta de la Seda que luce a primera vista inocua.
Todo esto
salió a la luz pública cuando a fin del año pasado los funcionarios del
gobierno de Draghi se vieron obligados a invocar la llamada “Norma de la Acción
Dorada” a través de la cual la Administración puede bloquear adquisiciones
hostiles de terceros en suelo italiano. El primer caso para su aplicación fue
una fábrica de semiconductores utilizados para aplicaciones electrónicas
particularmente en el sector militar que estaba siendo adquirida por una
sociedad mixta china. La empresa solo tenía 50 trabajadores. Ello destapó una
búsqueda de empresas detentoras de inversiones chinas en sectores estratégicos
y los hallazgos pulsaron un botón de alarma. Más de 400 grupos chinos mantenían
intereses en 750 empresas italianas, fue lo que encontró el Comité Parlamentario
de Seguridad nacional.
Asi es como
lo que inicialmente sonaba a paradoja, es decir la desasociación de Italia de
sus benefactores ha comenzado a cobrar sentido y los movimientos empresariales
chinos en toda Europa están siendo revisados con lupa de alta potencia.
A primera
vista, la reciente tibieza de la Europa unida en torno a las propuestas de
interacción económica y de inversiones con China, pueden ser interpretadas como
una presión sostenida de Washington, pero ello dista bastante de ser así. No puede
atribuirse solo a la tenacidad e influencia de los Estados Unidos el que
algunos países del mundo estén colocándose de su lado en la ecuación que lo
enfrenta a China. En el caso de la Europa de los 27, un primer paso lo ha dado
la Italia de Mario Draghi pero ello servirá de soporte y ejemplo al resto para
continuar con prudencia en el trato de las propuestas de la gran potencia de
Asia.
Una
política nueva en torno a China no va a ser enunciada dentro del corto plazo al
igual que Roma no ha desistido formalmente del convenio suscrito con ocasión de
la implantación de la Ruta de la Seda.
Ocurre que
la Unión Europea de hoy es el socio económico más importante de China y ésta es
el segundo socio más relevante de los europeos después de los Estados Unidos.
No es extraño que en Bruselas hayan decidido andar en este terreno con pies de
plomo.
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