“No fuimos tan solo las víctimas de un sistema sino
quienes lo alimentábamos y manteníamos.” (Vaclav Havel, 1 de enero de 1990)
Vaclav Havel, líder de la Revolución de Terciopelo que
significó la derrota del Partido Comunista de Checoslovaquia, asumió la
presidencia que transformaría a su país en lo que es hoy la República Checa,
con un discurso trasmitido el 1 de enero de 1990, en el que lejos de ser
complaciente con el pueblo que le eligió, hacía un duro reclamo y llamado a la
conciencia moral de sus conciudadanos al decir:
"Por miedo, la gente se ha acostumbrado a ignorar
la realidad para centrarse sólo en la suya propia, como si su entorno no
existiese. A callar o decir lo contrario a lo que se piensa por miedo. El miedo
nos ha llevado a encerrarnos en nuestros asuntos y a ignorar las injusticias,
las violaciones más flagrantes a nuestros derechos humanos, ciudadanos y
políticos más elementales e incluso la desgracia del otro, para ver a quienes
dedican su tiempo a la lucha por la justicia o la democracia como tontos,
románticos".
"Todos nos acostumbramos al régimen totalitario y
lo aceptamos como un hecho irrevocable y, con ello, sustentábamos su
existencia. En otras palabras: todos nosotros -aunque cada uno en distinta
medida- somos responsables del funcionamiento de la maquinaria totalitaria. Ninguno
de nosotros es sólo su víctima, sino que todos somos, al mismo tiempo, sus
creadores. No fuimos tan solo las víctimas de un sistema sino quienes lo
alimentábamos y manteníamos."
Hoy, el miedo y la lucha por la sobrevivencia nos ha
venido hundiendo en una dinámica enfermiza e inmoral. Pero esto no es una
situación extraña de la que es imposible salir, sino la enfermedad propia que
contamina a las naciones cuando se debilita el sistema y su espíritu
democrático, como lo evidencia este discurso en el que Vaclav Havel,
refiriéndose a un país que está al otro lado del mundo hace 26 años, bien
podría estarle hablando a la Venezuela de hoy.
Esta dinámica inmoral y cínica solo nos lleva a un
resultado: la resignación.
La resignación, que no es más que esa especie de droga
que nos adormece y paraliza como resultado de la desesperanza aprendida, y
reforzada por un discurso que pretende ser la única verdad, creída o impuesta,
pero la única verdad contra la cual no se puede hacer nada porque luchar contra
ella puede tener consecuencias muy graves para quienes se atrevan a desafiar el
paradigma impuesto, como si estuviéramos en una nueva etapa del oscurantismo.
Así que es mejor bajar la cabeza resignados y simular que creemos que los
problemas que vivimos son el resultado de una conspiración y no de las malas
decisiones que se imponen sin resistencia alguna en un sistema sin contrapesos
institucionales que eviten su auto-destrucción. Acallar la conciencia, callar
lo que pensamos, ignorar las injusticias, limitar nuestra existencia al rol
miserable de pasar agachados y sobrevivir encerrándonos en nuestras propias
vidas es una forma de control social que elimina el último y más importante
contrapeso en cualquier sistema democrático: la soberanía del pueblo, que no es
más que EL PODER DE LA GENTE. Pero la realidad siempre corre más rápido que
quienes prefieren ignorarla y tiene extrañas habilidades para alcanzarnos y
arrollarnos. Mientras actuemos de esta forma, como decía Vaclav Havel, no
seremos tan solo las víctimas de un sistema sino quienes lo alimentamos y
mantenemos.
El camino de la democracia nunca ha sido fácil, los
pueblos han tenido que pagar costos muy altos por su libertad. La democracia no
es el resultado de lo que está escrito en una Constitución. Una constitución
por sí sola no es más que un pedazo de papel. Una constitución para que esté
viva necesita del compromiso de la gente con los valores allí expresados y la
disposición a luchar por ellos.
Los cambios se logran solo cuando las personas de a
pie, las personas decentes, que somos la gran mayoría de este país, y con
conciencia de lo que es ser ciudadano, lo deciden, se involucran, y se
comprometen en las acciones necesarias para lograrlo. Sin la participación de
la gente decente, de los ciudadanos, nada puede cambiar, pero cuando lo
deciden, nada los puede detener. En esto consiste EL PODER DE LA GENTE.
Esta es una cruzada en donde nos toca conquistar el
corazón de la gente, y despertar las conciencias y la esperanza para iniciar la
construcción de un nuevo sistema democrático al servicio de TODOS. Esta es
nuestra responsabilidad con la Venezuela en las que nos tocó vivir si queremos
ver con orgullo, y no con vergüenza, a los ojos de nuestras próximas
generaciones.
Benigno Alarcón Deza
Benigno Alarcón
@benalarcon
@centrogumilla
Venezuela
Director del Centro de Estudios Políticos de la
Universidad Católica Andrés Bello.
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