De nada ha servido crear leyes electorales y dotar de
autoridad discrecional (¿) a los organismos que rigen esta materia, porque la
máxima de Maquiavelo de que “el fin justifica los medios” termina por demostrar
que la lucha por el poder se hace más cruenta, más bárbara, pues no importa
pisotear dignidades y sentimientos, mediante la mofa y falta de respeto a sus adversarios
políticos y al país nacional., como suele recurrentemente hacerlo el inquilino
de Miraflores y sus acólitos enchufados, y militantes del partido del
oficialismo (PSUV).
Y esto ocurre debido a la pobreza de la cultura
política que exhiben ciertos representantes tanto en el Poder Ejecutivo como
Legislativo. El debate por parte de actores del oficialismo consiste en
acusaciones sin sustento, sin pruebas y se convierten en meros pleitos
callejeros con lenguaje procaz, grosero, intimatorio y sarcástica burla de la
que hacen gala con postura radical contra quienes se encuentran en la acera de
enfrente, por no compartir sus maneras de pensar y de sentir.
Además de los ataques personales, los sucesos
ocurridos en tiempos pasados en la Asamblea Nacional convirtieron a la sede del
Poder Legislativo, en un escenario dantesco como si se tratara de un circo
romano, en el que las fieras dan rienda suelta a su voraz apetito destrozando a
sus presas indefensas. Postura que no ha cambiado en absoluto, pues a menudo se
sigue denostando contra sus víctimas de la oposición, a través de correos
electrónicos, redes sociales, canales de televisión y medios impresos
oficiales., en los que se despotrica contra los “bandidos, ladrones,
traficantes, imperialistas, mercenarios y vende patrias” (sic), sin el menor
recato y vergüenza.
Estas campañas del miedo, de ataques personales y
demás argucias falaces son conocidas bajo el concepto de violencia política o
bien, bullying político. El incremento de la perversión del poder, ha provocado
que quienes disfrutan el privilegio de mandar, cometan actos que atentan en
contra de la dignidad de la persona, implementando situaciones deshonestas que
denigran de la integridad de sus adversarios, además de campañas y guerras
sucias con solo el objetivo de dañar su imagen. Y es que la perversión de los
actores del oficialismo ha llegado a extremos insospechables e inauditos.
En numerosas ocasiones hemos escuchado a los
personeros del oficialismo invocar a connotados líderes de procesos políticos,
como paradigmas de la llamada revolución bolivariana del siglo XXI, entre otros
al parlamentario, abogado y político colombiano Jorge Eliécer Gaitán, vilmente
asesinado en Bogotá el 9 de abril de 1948. Pero desconocen que este ilustre
hombre, pese a haberse declarado socialista, pues hasta incorporó muchos de los
postulados marxistas en su lectura de la realidad, no proponía un cambio
radical del sistema sino una transformación gradual, que beneficiaría no sólo a
las clases populares sino a sectores de la clase media y los empresarios.
Históricos son sus discursos en la calle y en el
parlamento. Uno de ellos, pronunciado en la Plaza Bolívar de Bogotá y que
denominó “Una oración por la paz”, que debería ser de necesaria lectura para
los apóstoles de socialismo, marxismo, y mal llamado bolivariano del siglo XXI,
por lo que nos permitimos transcribir parte del mismo, para que les de luz y
taladre su cerebro evitándoles caer en lugares comunes con burdos mensajes como
el de “Chávez vive”.
"Señor Presidente Mariano Ospina Pérez: Bajo el
peso de una honda emoción me dirijo a vuestra Excelencia, interpretando el
querer y la voluntad de esta inmensa multitud que esconde su ardiente corazón,
lacerado por tanta injusticia, bajo un silencio clamoroso, para pedir que haya
paz y piedad para la patria.
Señor Presidente: Serenamente, tranquilamente, con la
emoción que atraviesa el espíritu de los ciudadanos que llenan esta plaza, os
pedimos que ejerzáis vuestro mandato, el mismo que os ha dado el pueblo, para
devolver al país la tranquilidad pública. ¡Todo depende ahora de vos! Quienes
anegan en sangre el territorio de la patria, cesarían en su ciega perfidia.
Esos espíritus de mala intención callarían al simple imperio de vuestra
voluntad.
Amamos hondamente a esta nación y no queremos que
nuestra barca victoriosa tenga que navegar sobre ríos de sangre hacia el puerto
de su destino inexorable.
Nosotros, señor Presidente, no somos cobardes. Somos
descendientes de los bravos que aniquilaron las tiranías en este suelo sagrado.
¡Somos capaces de sacrificar nuestras vidas para salvar la paz y la libertad de
Colombia!
Impedid, señor, la violencia. Queremos la defensa de
la vida humana, que es lo que puede pedir un pueblo. En vez de esta fuerza
ciega desatada, debemos aprovechar la capacidad de trabajo del pueblo para
beneficio del progreso de Colombia.
Señor Presidente: Nuestra bandera está enlutada y esta
silenciosa muchedumbre y este grito mudo de nuestros corazones solo os reclama:
¡que nos tratéis a nosotros, a nuestras madres, a nuestras esposas, a nuestros
hijos y a nuestros bienes, como queráis que os traten a vos, a vuestra madre, a
vuestra esposa, a vuestros hijos y a vuestros bienes!
Os decimos finalmente, Excelentísimo señor:
Bienaventurados los que entienden que las palabras de concordia y de paz no
deben servir para ocultar sentimientos de rencor y exterminio. ¡Malaventurados
los que en el gobierno ocultan tras la bondad de las palabras la impiedad para
los hombres de su pueblo, porque ellos serán señalados con el dedo de la
ignominia en las páginas de la historia!"
¡He allí, la lección!!
Una clara y diáfana demostración del verdadero talante
democrático del caudillo colombiano, que debería ser asimilado por Maduro,
Cabello y por quienes exhiben falsos ropajes de socialistas, contrariando la
esencia y el espíritu de un pueblo que anhela vivir en paz y armonía, sin
odios, rencores, injusticias y atropellos a la dignidad del ser humano.
Carlos E. Aguilera
A.
careduagui@gmail.com
@_toquedediana
Miembro fundador del
Colegio Nacional de Periodistas (CNP-122)
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