Demos una mirada a AMLO, quien lleva tres años en el
poder en México. Algunos veían su régimen con verdadero pavor porque sus
altísimas mayorías legislativas hacían temer que pudiera poner al país patas arriba
y se perpetuara en el poder; otros aplicaron la vieja noción del póker: “pago
por ver”. Pues bien, a la mitad del camino ya es mucho lo que se puede ver.
¿Qué soluciones perdurables y virtuosas está planteando, o al menos qué cambios
de fondo y perdurables implantó, después de recibir un mandato tan contundente?
Muy pocos, la verdad. Se ha repetido el parto de los montes del que hablaba el
poeta latino.
Escarbando en las promesas de campaña, al menos se
esperaban resultados contundentes en materia de la legalización de la
marihuana, la cual parece haberse materializado muy a medias. O sea, casi casi
que no, sobre todo si se compara con las legislaciones equivalentes de Uruguay
o Canadá. La posesión de más de 200 gramos de yerba sigue siendo un delito, así
como su comercialización. Las autoridades tienen el poder de entrar sin orden
judicial al domicilio de quienes cultiven cannabis, dizque para comprobar el
cumplimiento de la ley. En fin, hipocresía legal por todas partes.
De resto, ¿alguna idea que por ejemplo desmovilice a
los carteles de traficantes que se adueñaron del país? Déjate de bromas, mi
cuate. Si algo ha afectado a los carteles fue la legalización de la marihuana
en varios estados americanos porque les disminuyó drásticamente los ingresos.
En buena parte de eso se trataba. Sobra decir que el negocio principal, el
tráfico de cocaína, sigue viento en popa bajo las propias narices de don Andrés
Manuel.
Bueno, ¿y en qué va la idea por vacunar a México
contra el neoliberalismo, concepto que obsesiona a AMLO? En nada. Los ricos
siguen siendo igual de ricos, pagan pocos impuestos y montan en aviones
privados, mientras que el presidente malbarató el que tenía asignado.
¿Beneficios de esta venta ruinosa? Ninguno visible. En fin, a los únicos a los que
ha irritado de veras es a los intelectuales que no le son afectos. ¿Ellos
llevaron a México al atolladero actual? Dejo la inquietud a los lectores.
El COVID-19 ha pegado muy duro en México, más que en
países comparables. Revisando hoy la bravuconería de AMLO al comienzo de la
pandemia, su tendencia a no usar tapabocas hasta que se contagió, aquello luce
bastante ridículo. Ignorar los problemas no los hace desaparecer, claro que no.
En fin, además de descarrilar el nuevo aeropuerto para
Ciudad de México y trastear el proyecto a un lugar más incómodo, 45 km al norte
en la base de Santa Lucía, la tal Cuarta Transformación se anuncia como un gran
fracaso. Las elecciones del domingo 6 de junio no fueron una debacle para el
presidente, pero sí limitaron sus mayorías, lo que ahora lo obliga a negociar
cualquier cambio de fondo con sus opositores. Dicho de otro modo, ellos no
necesitaban que el régimen colapsara, sino que moderara su dominio, como pasó.
En apretada síntesis, el presidente se va para su casa en 2024, sí o sí, supone
uno que a treparse por las paredes de frustración por dejar una obra de
gobierno tan precaria e intrascendente, pues a partir de ese año mandará otra
persona. ¿Alguno de sus delfines, Marcelo Ebrard o Claudia Sheinbaum? Puede que
sí, puede que no. Por si acaso, recuerden el síndrome de Lenin Moreno, más
probable con el primero que con la segunda.
Demos una mirada a AMLO, quien lleva tres años en el
poder en México. Algunos veían su régimen con verdadero pavor porque sus
altísimas mayorías legislativas hacían temer que pudiera poner al país patas
arriba y se perpetuara en el poder; otros aplicaron la vieja noción del póker:
“pago por ver”. Pues bien, a la mitad del camino ya es mucho lo que se puede
ver. ¿Qué soluciones perdurables y virtuosas está planteando, o al menos qué
cambios de fondo y perdurables implantó, después de recibir un mandato tan
contundente? Muy pocos, la verdad. Se ha repetido el parto de los montes del
que hablaba el poeta latino.
Escarbando en las promesas de campaña, al menos se
esperaban resultados contundentes en materia de la legalización de la
marihuana, la cual parece haberse materializado muy a medias. O sea, casi casi
que no, sobre todo si se compara con las legislaciones equivalentes de Uruguay
o Canadá. La posesión de más de 200 gramos de yerba sigue siendo un delito, así
como su comercialización. Las autoridades tienen el poder de entrar sin orden
judicial al domicilio de quienes cultiven cannabis, dizque para comprobar el
cumplimiento de la ley. En fin, hipocresía legal por todas partes.
De resto, ¿alguna idea que por ejemplo desmovilice a
los carteles de traficantes que se adueñaron del país? Déjate de bromas, mi
cuate. Si algo ha afectado a los carteles fue la legalización de la marihuana
en varios estados americanos porque les disminuyó drásticamente los ingresos.
En buena parte de eso se trataba. Sobra decir que el negocio principal, el
tráfico de cocaína, sigue viento en popa bajo las propias narices de don Andrés
Manuel.
Bueno, ¿y en qué va la idea por vacunar a México
contra el neoliberalismo, concepto que obsesiona a AMLO? En nada. Los ricos
siguen siendo igual de ricos, pagan pocos impuestos y montan en aviones
privados, mientras que el presidente malbarató el que tenía asignado.
¿Beneficios de esta venta ruinosa? Ninguno visible. En fin, a los únicos a los
que ha irritado de veras es a los intelectuales que no le son afectos. ¿Ellos
llevaron a México al atolladero actual? Dejo la inquietud a los lectores.
El COVID-19 ha pegado muy duro en México, más que en
países comparables. Revisando hoy la bravuconería de AMLO al comienzo de la
pandemia, su tendencia a no usar tapabocas hasta que se contagió, aquello luce
bastante ridículo. Ignorar los problemas no los hace desaparecer, claro que no.
En fin, además de descarrilar el nuevo aeropuerto para
Ciudad de México y trastear el proyecto a un lugar más incómodo, 45 km al norte
en la base de Santa Lucía, la tal Cuarta Transformación se anuncia como un gran
fracaso. Las elecciones del domingo 6 de junio no fueron una debacle para el
presidente, pero sí limitaron sus mayorías, lo que ahora lo obliga a negociar
cualquier cambio de fondo con sus opositores. Dicho de otro modo, ellos no
necesitaban que el régimen colapsara, sino que moderara su dominio, como pasó.
En apretada síntesis, el presidente se va para su casa en 2024, sí o sí, supone
uno que a treparse por las paredes de frustración por dejar una obra de
gobierno tan precaria e intrascendente, pues a partir de ese año mandará otra
persona. ¿Alguno de sus delfines, Marcelo Ebrard o Claudia Sheinbaum? Puede que
sí, puede que no. Por si acaso, recuerden el síndrome de Lenin Moreno, más
probable con el primero que con la segunda.
Andres Hoyos
andreshoyos@elmalpensante.com
@andrewholes
Colombia
https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/andres-hoyos/rancheras-que-no-sonaron/
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