viernes, 2 de julio de 2021

ANDRÉS HOYOS: RANCHERAS QUE NO SONARON

Demos una mirada a AMLO, quien lleva tres años en el poder en México. Algunos veían su régimen con verdadero pavor porque sus altísimas mayorías legislativas hacían temer que pudiera poner al país patas arriba y se perpetuara en el poder; otros aplicaron la vieja noción del póker: “pago por ver”. Pues bien, a la mitad del camino ya es mucho lo que se puede ver. ¿Qué soluciones perdurables y virtuosas está planteando, o al menos qué cambios de fondo y perdurables implantó, después de recibir un mandato tan contundente? Muy pocos, la verdad. Se ha repetido el parto de los montes del que hablaba el poeta latino.
 
Escarbando en las promesas de campaña, al menos se esperaban resultados contundentes en materia de la legalización de la marihuana, la cual parece haberse materializado muy a medias. O sea, casi casi que no, sobre todo si se compara con las legislaciones equivalentes de Uruguay o Canadá. La posesión de más de 200 gramos de yerba sigue siendo un delito, así como su comercialización. Las autoridades tienen el poder de entrar sin orden judicial al domicilio de quienes cultiven cannabis, dizque para comprobar el cumplimiento de la ley. En fin, hipocresía legal por todas partes.
 
De resto, ¿alguna idea que por ejemplo desmovilice a los carteles de traficantes que se adueñaron del país? Déjate de bromas, mi cuate. Si algo ha afectado a los carteles fue la legalización de la marihuana en varios estados americanos porque les disminuyó drásticamente los ingresos. En buena parte de eso se trataba. Sobra decir que el negocio principal, el tráfico de cocaína, sigue viento en popa bajo las propias narices de don Andrés Manuel.
 
Bueno, ¿y en qué va la idea por vacunar a México contra el neoliberalismo, concepto que obsesiona a AMLO? En nada. Los ricos siguen siendo igual de ricos, pagan pocos impuestos y montan en aviones privados, mientras que el presidente malbarató el que tenía asignado. ¿Beneficios de esta venta ruinosa? Ninguno visible. En fin, a los únicos a los que ha irritado de veras es a los intelectuales que no le son afectos. ¿Ellos llevaron a México al atolladero actual? Dejo la inquietud a los lectores.
 
El COVID-19 ha pegado muy duro en México, más que en países comparables. Revisando hoy la bravuconería de AMLO al comienzo de la pandemia, su tendencia a no usar tapabocas hasta que se contagió, aquello luce bastante ridículo. Ignorar los problemas no los hace desaparecer, claro que no.
 
En fin, además de descarrilar el nuevo aeropuerto para Ciudad de México y trastear el proyecto a un lugar más incómodo, 45 km al norte en la base de Santa Lucía, la tal Cuarta Transformación se anuncia como un gran fracaso. Las elecciones del domingo 6 de junio no fueron una debacle para el presidente, pero sí limitaron sus mayorías, lo que ahora lo obliga a negociar cualquier cambio de fondo con sus opositores. Dicho de otro modo, ellos no necesitaban que el régimen colapsara, sino que moderara su dominio, como pasó. En apretada síntesis, el presidente se va para su casa en 2024, sí o sí, supone uno que a treparse por las paredes de frustración por dejar una obra de gobierno tan precaria e intrascendente, pues a partir de ese año mandará otra persona. ¿Alguno de sus delfines, Marcelo Ebrard o Claudia Sheinbaum? Puede que sí, puede que no. Por si acaso, recuerden el síndrome de Lenin Moreno, más probable con el primero que con la segunda. 
 
Demos una mirada a AMLO, quien lleva tres años en el poder en México. Algunos veían su régimen con verdadero pavor porque sus altísimas mayorías legislativas hacían temer que pudiera poner al país patas arriba y se perpetuara en el poder; otros aplicaron la vieja noción del póker: “pago por ver”. Pues bien, a la mitad del camino ya es mucho lo que se puede ver. ¿Qué soluciones perdurables y virtuosas está planteando, o al menos qué cambios de fondo y perdurables implantó, después de recibir un mandato tan contundente? Muy pocos, la verdad. Se ha repetido el parto de los montes del que hablaba el poeta latino.
 
Escarbando en las promesas de campaña, al menos se esperaban resultados contundentes en materia de la legalización de la marihuana, la cual parece haberse materializado muy a medias. O sea, casi casi que no, sobre todo si se compara con las legislaciones equivalentes de Uruguay o Canadá. La posesión de más de 200 gramos de yerba sigue siendo un delito, así como su comercialización. Las autoridades tienen el poder de entrar sin orden judicial al domicilio de quienes cultiven cannabis, dizque para comprobar el cumplimiento de la ley. En fin, hipocresía legal por todas partes.
 
De resto, ¿alguna idea que por ejemplo desmovilice a los carteles de traficantes que se adueñaron del país? Déjate de bromas, mi cuate. Si algo ha afectado a los carteles fue la legalización de la marihuana en varios estados americanos porque les disminuyó drásticamente los ingresos. En buena parte de eso se trataba. Sobra decir que el negocio principal, el tráfico de cocaína, sigue viento en popa bajo las propias narices de don Andrés Manuel.
 
Bueno, ¿y en qué va la idea por vacunar a México contra el neoliberalismo, concepto que obsesiona a AMLO? En nada. Los ricos siguen siendo igual de ricos, pagan pocos impuestos y montan en aviones privados, mientras que el presidente malbarató el que tenía asignado. ¿Beneficios de esta venta ruinosa? Ninguno visible. En fin, a los únicos a los que ha irritado de veras es a los intelectuales que no le son afectos. ¿Ellos llevaron a México al atolladero actual? Dejo la inquietud a los lectores.
 
El COVID-19 ha pegado muy duro en México, más que en países comparables. Revisando hoy la bravuconería de AMLO al comienzo de la pandemia, su tendencia a no usar tapabocas hasta que se contagió, aquello luce bastante ridículo. Ignorar los problemas no los hace desaparecer, claro que no.
 
En fin, además de descarrilar el nuevo aeropuerto para Ciudad de México y trastear el proyecto a un lugar más incómodo, 45 km al norte en la base de Santa Lucía, la tal Cuarta Transformación se anuncia como un gran fracaso. Las elecciones del domingo 6 de junio no fueron una debacle para el presidente, pero sí limitaron sus mayorías, lo que ahora lo obliga a negociar cualquier cambio de fondo con sus opositores. Dicho de otro modo, ellos no necesitaban que el régimen colapsara, sino que moderara su dominio, como pasó. En apretada síntesis, el presidente se va para su casa en 2024, sí o sí, supone uno que a treparse por las paredes de frustración por dejar una obra de gobierno tan precaria e intrascendente, pues a partir de ese año mandará otra persona. ¿Alguno de sus delfines, Marcelo Ebrard o Claudia Sheinbaum? Puede que sí, puede que no. Por si acaso, recuerden el síndrome de Lenin Moreno, más probable con el primero que con la segunda.
 
Andres Hoyos
andreshoyos@elmalpensante.com
@andrewholes
Colombia
https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/andres-hoyos/rancheras-que-no-sonaron/

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