Los grandes personajes de la historia son solo seres humanos. Es una frase que hemos escuchado muchas veces. Y eso tiene mucho de verdad. En el neto, la suma en positivo y negativo de sus aciertos y fracasos hace para el mundo que sean un ejemplo a seguir; y a pesar de ser tan humanos como nosotros, finalmente resultan ser seres humanos muy especiales. Tal es el caso de Don Simón Rodríguez, Maestro del Libertador.
De acuerdo a Augusto Mijares, escritor, historiador y educador venezolano, Ministro de Educación en el famoso Trienio adeco (1948), explicaba en un compendio de ensayos acerca de los héroes cívicos latinoamericanos sobre Don Simón Rodríguez, escrito hoy hace 80 años y publicado en 1946, titulado “Hombres e ideas en América”, lo siguiente:
“Nunca hizo nada por sí mismo y su vida es una serie de fracasos lamentables, a veces grotescos. ¿Es posible admitir que aquel soñador excéntrico, que jamás dominó su propio destino, ejerciera influencia alguna sobre el espíritu del héroe, cuya característica más notable es, el querer inflexible e infatigable, el saber pensar y el saber hacer?” (ver ensayo de Augusto Mijares, “Cuando el Maestro del Libertador quiso ser el Maestro de “Los niños pobres””, en https://tinyurl.com/44sufejj).
En efecto, el Libertador en 1824 escribió en una carta un reconocimiento dirigido a su Maestro exaltando su figura, que no se entendería hacia un individuo con ese perfil. Pero Mijares resuelve la aparente contradicción:
“Como sucede con todos los inadaptados, la verdadera vida de Rodríguez es la de sus pensamientos. Allí está su espíritu, y no en los sucesos exteriores, entre los cuales va dando tumbos su desconcierto. Allí si encontramos, vivientes, esas “grandes sentencias” que, según el discípulo (Bolívar), habían formado su corazón “para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso” (leer carta de Bolívar a Simón Rodríguez de 1824, pág. 141).
Pero lo más importante de esta historia es este descubrimiento: “…las lecciones del Maestro fueron sobre todo incitaciones a la acción, normas de tenacidad y de paciencia; y que eran las que mejor podían adaptarse a la índole de Bolívar y a la obra que le estaba reservada” (resaltado nuestro).
El pensamiento que inicia esta nota, “El camino de la perfección se compone de modificaciones favorables” es realmente como se cita: “un programa sagaz y completo de cultura moral”.
Los venezolanos nos hemos hundido en la desesperanza porque las cosas aun no nos han salido como hemos esperado. Y resulta que hay que repetirlas no una, sino muchísimas veces hasta que salgan. Muchos se han ido porque “ya no hay más nada que hacer en Venezuela” y esa es precisamente la enseñanza de persistencia que le transmitió el Maestro Simón Rodríguez al Libertador de tal manera que repetía que “las cosas para hacerlas bien es preciso hacerlas dos veces: es decir, que la primera enseña la segunda”. Pero añadía:
“¡No dos veces, muchas, muchísimas veces tuvo él que recomenzar su obra durante aquellos 20 años! No dos veces, sino muchas, muchísimas veces, tenemos todos los hombres que recomenzar la ejecución de nuestros propósitos; quizá recomenzar la vida misma, cuando el destino es hostil, o nuestras propias flaquezas parecen habernos arrebatado para siempre el fruto de nuestros empeños”.
Pero esas enseñanzas deben ser recordadas y mantenidas como verdades. Ya los venezolanos hemos olvidado la quintaesencia de lo que aprendieron de sus maestros aquellos que construyeron nuestra nacionalidad. Y eso hay que recordarlo, conversarlo, discutirlo, escribirlo y machacarlo una y otra vez para que no se nos olvide, con la intención de que renazca del fondo de cada uno de nosotros como venezolanos. De un amarillento libro de más de 80 años redescubro lo que el Libertador aprendió de un Maestro que a fin de cuentas fue el responsable de que su pupilo entendiera y actuara cuando fue necesario para el rescate de nuestra libertad.
Mijares remata: “Tanto la observación de Bolívar, como la de D. Simón Rodríguez, son, pues, de aplicación indefinida y universal. Traducidas de su generalidad filosófica, ambas significan lo mismo: nunca consideramos el suceso adverso como un fracaso total; la persistencia del infortunio puede ser anulada por la persistencia de la acción y de la fe; que no nos arredre el fracaso, porque “las cosas para hacerlas bien es preciso hacerlas dos veces” que ni siquiera nos desaliente nuestro propio desaliento, porque “el camino de la perfección se compone de modificaciones favorables” (resaltado nuestro).
Los venezolanos nos vemos ahora en la desesperación y el decaimiento, tanto, que ya es contagioso en quienes los hemos evitado, por tanta mala noticia que incluye la rendición y la entrega de las banderas opositoras al régimen a manos de quienes no merecen tener la representación del pueblo venezolano.
El 21N los venezolanos le daremos mayoritariamente la espalda a quienes nos traicionaron, de eso no me cabe la menor duda, trayendo como consecuencia que el régimen, de nuevo, se salga con la suya a la sombra de un sistema electoral corrupto. Pero eso no puede significar que este suceso adverso signifique un fracaso total porque “el camino de la perfección se compone de modificaciones favorables”. Después del 21N otras propuestas que no eran escuchadas por el ruido estridente de quienes nunca estuvieron interesados en el bienestar de la Nación, finalmente podrán ser atendidas. Esa será la primera de muchas modificaciones favorables que tendrá este nuevo escenario post 21N. Y como indicó Mijares en ese maravilloso ensayo: “No podemos aspirar a un “estado de perfección” pero si debemos imponernos “un camino de perfección””. Esa es una incitación a la acción y una lección que deberemos aprender muy bien a partir de ahora…
Luis Manuel Aguana
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@laguana
Venezuela
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