En pocos días, los venezolanos enfrentaremos una nueva elección, regional y local, para escoger nuestros representantes en gobernaciones, alcaldías, asambleas legislativas y concejos municipales. Con una oposición dividida, que además viene de arrastrar una política errada de negación del voto como instrumento principal en la lucha por el rescate de la democracia, tendremos que insistir en estos días sobre la necesidad de enfrentar al régimen a punta de marcar cada papeleta digital en la máquina de votación con nuestra opción contraria, que indique de manera diáfana nuestro rechazo al statu quo.
Que vivimos en dictadura lo sabemos. Lo ratifica Freedom House, esa organización que desde 1973 evalúa los derechos políticos y libertades cívicas alrededor del mundo. En su reporte 2021, de cuyo título me he apropiado para encabezar este texto, Freedom House evalúa el estado de la democracia en más de 180 países, y destaca que en los últimos 15 años Venezuela ha sufrido la pérdida de 40 puntos sobre 100, para ubicarse en apenas 28 tantos, por debajo de Islandia (96), Costa Rica y Canadá (87), Argentina (71), Brasil (64), Colombia (61) o México (60), ubicándonos más bien al fondo de la escala, en compañía de China (10), Irán (16), Cuba (21), Vietnam (22) o Arabia Saudita (24), en una vecindad que para nada nos enorgullece.
«Esperanzas rotas» es la expresión de Freedom House para calificar el descalabro sufrido por 6 países, de los que se esperaba en el pasado un avance sin pausa hacia sociedades cada vez más democráticas. Uno de ellos, lamentablemente, Venezuela. Y ahora la pandemia, con su terrible secuela de muertes, enfermedad y bancarrotas financieras, sumó también déficits democráticos, sobre todo «de Venezuela a Cambodia, cuyos gobiernos dictatoriales explotaron la crisis para aplastar a la oposición y fortificar su poder».
Si el siglo XX trajo un progresivo avance en la prevalencia de la democracia sobre otras ideologías (comunismo, fascismo, nacionalismos), el siglo XXI, por el contrario, es la historia en reverso. Así lo comenta Anne Applebaum, destacada periodista y analista norteamericana/polaca, autora de varios libros sobre la marcha de la democracia en el mundo, el más reciente, «El ocaso de la democracia. La seducción del autoritarismo». Relatando una historia para nosotros harto conocida y vivenciada, la autora describe a las autocracias de este siglo no como las encabezadas antaño por el muchacho malo que en solitario se alzaba con el poder, sino más bien como sofisticadas redes de estructuras financieras cleptocráticas, servicios de seguridad (militares, policías, grupos paramilitares) y agrupaciones fuera de la ley, redes que además enlazan con gobiernos similares, unidos por negocios y no por ideales, lo que Applebaum llama «Autocracy Inc.», asociación que otorga a sus miembros dinero, seguridad y sobretodo, impunidad.
De esa forma, «Autocracy Inc.» apoyaría al régimen: préstamos e inversiones petroleras de Rusia y China, negocio del oro con Turquía, consejeros cubanos en seguridad, y actividades ilegales para corromper a miembros de la nomenclatura con toda clase de lujos. Como si fuera poco, se aseguran entre ellos de ser nombrados en altos cargos de los organismos internacionales para socavarlos desde adentro. De otra manera ¿cómo se explica la presencia de China, Cuba, Pakistán o Venezuela en el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, países con amplias y documentadas falencias en la materia de dicho Consejo?
Hace medio siglo, Venezuela era tenida en el mundo como una democracia en ascenso, de la cual pudimos sentirnos orgullosos, sobre todo cuando nos comparábamos con las despiadadas dictaduras del sur del continente. Ahora, la evaluación sobre nuestro país viene dada por juicios tan duros como los expresados por la periodista al citar a Srđa Popović, biólogo y activista serbio por la democracia, quien ha bautizado como «Modelo Maduro» a los gobiernos autocráticos dispuestos a pagar el precio de convertirse en estados fallidos, aceptando colapso económico, aislamiento y pobreza masiva si eso se requiere para permanecer en el poder. Ejemplos de modelo Maduro, además de Venezuela: Siria y Afganistán.
Ante este panorama ¿vale la pena seguir luchando? Por supuesto que sí, más que nunca, porque si nos consideramos ciudadanos, debemos actuar como tales, lo que involucra, entre otras acciones, participar en la vida ciudadana a través del voto.
La democracia es una criatura frágil que no solo debe ser luchada para conseguirla sino, sobre todo, cultivada permanentemente para mantenerla, habida cuenta de las persistentes amenazas en su contra, o rescatarla cuando se nos escamotea, como es el caso venezolano. Un paso en este sentido será votar el 21 de noviembre.
Gioconda San-Blas
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Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales,
Individuo de Número, Sillón XX
Caracas, Venezuela
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