En el barrio Barra Funda de la atronadora Sao Paulo, se encuentra el Memorial de América Latina un gran auditorium para varias decenas de miles de personas, diseñado por el genial arquitecto Oscar Niemeyer. Al frente del Metro, la escultura de una mano gigante, cuya palma tenía una mancha de sangre con la forma del mapa de Latinoamérica. Las venas abiertas de América latina (1971) de Eduardo Galeano, seductoramente escrita, inspira esta sublime interpretación de la historia. Su autor la forjó de metales comunes: equivocaciones, mitos, fanatismo, resentimientos históricos y distorsiones de la realidad, una guía para la acción que lleva medio siglo de sembrar indigencia intelectual y de la otra. Aunque al final de su vida, Galeano la repudió, para nadie es negocio darse por enterado. Es la versión masiva de la teoría de la dependencia que en los setenta replantea los problemas de América Latina en términos de comunismo duro, para descubrir que la felicidad vendría luego de la “ruptura de la relación neocolonial” con el “capitalismo” a la manera de Fidel Castro.
Su hermana mayor era “la teoría del desarrollo” de Cepal, con varios puntos en común: repudio “administrado” a los capitales nacionales y extranjeros, que aceptaba con asco, mientras “la dependencia” los execraba. Ambas concebían que “el desarrollo” debía ser con capitales del Estado, empresas “estratégicas” bajo control nacional. Cepal recomendaba controles de cambio, precios y comercio exterior para subordinar las inversiones privadas, a regusto del populismo y el progresismo; y la segunda, manejo total de la economía por gobiernos revolucionarios. La sustitución de importaciones cepaliana pretendía superar la exportación de productos primarios, que había hecho de Latinoamérica una sociedad pujante, para crear industrias “nacionales dirigidas al mercado interno”, principalmente cerradas a la competencia extranjera. Nacieron industrias no competitivas, ineficientes, sustentadas por subsidios del gobierno, que no producían ingresos en divisas, sino al contrario monstruosos endeudamientos nacionales para sostenerlas.
A la entrada de los 80, los países llegaron a niveles extremos de empréstitos para mantener semejantes parásitos, con hiperinflaciones, hiperdevaluaciones, pobreza, desempleo, estancamiento. En 1982, México y luego Argentina y Brasil declaran default, vulgar bancarrota, y estalló un volcán que puso en peligro a Latinoamérica y el sistema financiero mundial. Debían 330 mil millones de dólares, tres veces el valor de las exportaciones. Los irresponsables causantes del desastre, cuyos colosales errores crearon una crisis mundial, ahora se frotaban las manos por “el fin del capitalismo”. Y se defienden atacando, atribuyen los daños, no a Cepal… ¡sino a los bomberos del FMI! que apagan el incendio. La izquierda crea su Golem, el “neoliberalismo”. El sabio Pablo Iglesias dijo que Galeano “le había dado voz a Latinoamérica”. Ciertamente, dejaron una huella profunda Darcy Ribeiro, Theotonio Dos Santos, Enzo Faletto, Ruy Mauro Marini, Octavio Ianni, Tomás Vasconi, André Gunder-Frank, Carlos Lesa, Aníbal Quijano, Vania Vambirra, Martha Harnecker, junto a Prebisch, Helio Jaguaribe, Oswaldo Sunkel, Celso Furtado y Alonso Aguilar.
Tan profunda que las venas abiertas no terminan de cerrar y todavía muchos profesores, estudiantes, sindicalistas, políticos, empresarios e intelectuales, inconscientemente, como el personaje de Moliere que hablaba en prosa y no lo sabía, se refieren al “neoliberalismo” y las “expropiaciones” como si las experiencias de Latinoamérica de los 80, Cuba y Norcorea, por un lado, y su antítesis China, Vietnam, Indonesia, Laos, Brunei, Malasia, Singapur, Japón, Australia y Surcorea de hoy, por el otro, no existieran. Latinoamérica en los 80 sale de la crisis gracias al FMI, en lucha agónica contra la izquierda más estúpida del planeta que quiso sabotearlos para liquidar el sistema capitalista (a la chilena ya la vimos en acción en 1973 y la seguimos observando). Luego, el cadáver insepulto del cepalismo regresa en la hermética cabeza de Caldera y más tarde el criptofidelismo económico de Giordani y Ramírez.
Los estragos de las “sanciones económicas” globales, permitiría entender que lo que “subdesarrolla”, es si y solo si, la ausencia de inversiones internacionales. Según el pensamiento anacrónico que revelan los debates en la “constituyente” chilena, hubiera ido mejor si nadie nos conociera nunca, como algunas tribus del Amazonas que viven en la Edad de Piedra. La lucha es contra la sociedad abierta, los factores modernos y productivos, para cerrarla al estilo soviético o africano, expropiaciones o nacionalizaciones, sin registrar lo ocurrido con el comunismo de Galeano. Lejos de ser una lucha contra el atraso latinoamericano es contra su avance y algunos tontos todavía cuestionan abiertamente la modernidad. La “dependencia” ni el cepalismo nunca pudieron responder por qué EEUU y Canadá, tan dependientes como Cuba o Nicaragua en su momento, son hoy grandes potencias mundiales. Tampoco por qué Venezuela se hundió en medio de los mayores precios históricos del petróleo y, la una vez desarrollada Argentina, hoy es pasto de la improductividad, corrupción, pobreza, y clama por el FMI.
Carlos Raul Hernández
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Venezuela
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