«En tu mano un cincel pincel se hubiera vuelto, pincel, sólo pincel, pájaro suelto». Rafael Alberti a Velázquez
Para cerrar el ciclo de artículos sobre el Siglo de Oro español, he escogido a Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, quien pasa a la Historia como Diego Velázquez. Nació en Sevilla en 1599 y falleció en Madrid el 6 de agosto de 1660. Es considerado un representante eximio del barroco español y maestro de la pintura universal. Cultivó por igual todos los géneros, no solo pintó retratos, sino que fue un verdadero maestro en temas históricos, en paisajismo, en naturaleza muerta, en cuadros religiosos, mitológicos y un extenso etcétera. No cabe duda de que es uno de los mejores artistas de todos los tiempos. Desarrolló su obra en la primera mitad del siglo XVII y en España reinaba la Casa Austria. De hecho, Velázquez se convertirá en el pintor de cámara de Felipe IV.
Será Sevilla el lugar donde adquiere su formación como pintor. Sevilla ocupaba un lugar destacado en la España de esos años; considerada como la ciudad con mayor renombre internacional y abierta al mundo; de hecho, monopolizaba la comercialización con los territorios del Nuevo Mundo.
Ingresó muy joven al taller de pintura dirigido por Francisco Pacheco, pintor y tratadista de arte español del periodo manierista, quien se convirtió en maestro del joven Velázquez y también será el suegro de este. Allí, Velázquez fue adquiriendo un estilo que tenía influjo de los artistas manieristas, además de adquirir algunas técnicas propias de los pintores que cultivaron el llamado arte veneciano. Por este arte se entiende la corriente que se impuso en la Venecia de los siglos XVI XVII y XVIII. Las principales características del arte veneciano son la luz y el color, que se convierten en dominantes hasta bien avanzado el siglo XVIII. Con el paso del tiempo, Velázquez también se vio influido por el llamado realismo barroco, con un uso notable de contrastes; esta vez tomó como base las obras de pintores de la talla de Francisco de Zurbarán y Alonso Cano. Además, hay quienes le han atribuido influencia del tenebrismo de Caravaggio, aun cuando otros analistas de su obra lo niegan.
Si de preferencias debemos hablar, Velázquez convierte al realismo en su estilo favorito. Esto es visible en las producciones del pintor que, en su mayoría, respondían a cuadros religiosos, como pedido de sus clientes. Podemos citar como parte de este grupo de solicitudes la Inmaculada Concepción, pintura realizada en los años jóvenes de Velázquez que, junto con el San Juan Evangelista en Patmos, fue un encargo de los carmelitas calzados para la Sala Capitular del Convento del Carmen de Sevilla, con motivo de la celebración del día de la Concepción Inmaculada de María. Estuvo en el convento hasta los inicios del siglo XIX, cuando fue vendida a un diplomático británico. Hoy día, ambos cuadros se exhiben Galería Nacional de Londres (Reino Unido). Pertenecen también a este grupo de encargo, la Adoración de los Magos» y la Imposición de la casulla a San Ildefonso del Ayuntamiento.
Estas pinturas muestran la gran capacidad de Velázquez para pintar retratos; conseguía de manera magistral develar la fortaleza interior y la naturaleza de los personajes retratados. Siempre se cita, para ejemplificar este don del pintor, el retrato de La Venerable Madre Jerónima de la Fuente, pintado en 1620. Es un óleo sobre lienzo y, hoy en día, puede admirarse en el Museo Nacional del Prado.
El famoso lienzo de La adoración de los Reyes Magos, exhibido también en el Museo del Prado, fue elaborado en 1619, durante la conocida etapa sevillana del pintor; Velázquez hace un homenaje a su propia familia, en tanto aparecen su esposa, Juana Pacheco, su hija Francisca y se ha logrado identificar a Pacheco gracias a un autorretrato que se encontró recientemente. En las páginas del Museo del Prado se señala que el rey mago más anciano es el suegro de Velázquez.
Poco tiempo después, se dirigió de nuevo a Madrid y allí tuvo el apoyo del conocido Conde-Duque de Olivares; gracias a este patrocinio, fue recomendado para pintar un retrato del rey. Esto le valió a Velázquez el nombramiento de pintor de la corte.
De 1628 es el famoso cuadro conocido popularmente como Los borrachos (El triunfo de Baco), un óleo sobre lienzo que también reposa en el Museo Nacional del Prado.
Esta es la época durante la cual conoció al gran Pedro Pablo Rubens, con quien estableció estrechos lazos de amistad. Rubens lo animó a familiarizarse con Italia y Velázquez consiguió que el rey le otorgase la licencia para realizar estos periplos. Así viajó por diferentes lugares de Italia donde se fue empapando de nuevos conocimientos. A su regreso, comenzó a usar distintas gamas de colores, audaces composiciones, raras atmósferas y luces insólitas. Aunque tuvo que viajar nuevamente, y de este aprendizaje surgieron los dos lienzos sobre la Villa Medici. En estas obras aprovechó al máximo los bellos parajes, el aire limpio y quieto capturado por la tupida vegetación y la magnífica arquitectura. Son un reflejo de la suprema sabiduría alcanzada por Velázquez y definen con claridad la idea que tiene del paisaje.
Son lienzos de pequeñas dimensiones: Vista del jardín de la Villa Médici en Roma (La entrada de la gruta) junto con Vista del jardín de la Villa Medici de Roma con la estatua de Ariadna que constituyen un grupo de dos paisajes cuyo motivo central es Villa Médici; ambas se exhiben en el Museo Nacional del Prado. Los estudiosos de Diego Velázquez siempre señalan, reiteradamente, que tanto la luz como el aire son dos excelsos protagonistas de estos cuadros.
Al volver de Italia, Velázquez ejecutó obras mucho más complejas, como es el caso de La rendición de Breda, conocida como «Las lanzas», óleo sobre lienzo, terminado en 1635 y llevado al Salón de reinos en el Palacio del Buen Retiro. Este salón era un recinto donde el rey Felipe IV hacía los honores a embajadores y otros funcionarios extranjeros.
La manera como Velázquez realiza el tema rompe con la habitual imagen de una capitulación. Es una escena donde están ausentes la vanidad y la sangre. Ambos protagonistas, Ambrosio Spínola Doria, marqués de los Balbases y Justino de Nassau, de la casa de Orange, son el centro del cuadro; más parecen dialogar amistosamente que representar una rendición. Nassau le está haciendo entrega de las llaves de la ciudad de Breda al general Spínola y con las llaves de Breda en la mano intenta hincarse; ello es frenado por su contendiente, quien pone sobre su hombro la mano y le impide llevar a cabo la humillación. En la descripción que se encuentra en la página del Museo del Prado, dedicada a Velázquez, puede leerse: «Toda la composición tiene como objetivo subrayar ese gesto, y tanto el grupo de soldados holandeses (a la izquierda) como el de los españoles no hace sino enmarcar, acompañar y cobijar ese motivo principal, dirigiendo nuestra atención hacia él».
Pero, debo detenerme en Las Meninas o La Familia de Felipe IV. Este retrato ha sido el más célebre de Velázquez. Son incontables los análisis y comentarios que se han hecho de este cuadro. La recámara del pintor en el Palacio Real es el lugar escogido para la ejecución del motivo del retrato. Se distinguen tres planos, en el primero, está la infanta Margarita acompañada por sus damas de honor: «las meninas»; también se sitúan este plano los bufones de la corte y el mastín. En el segundo plano, está el propio pintor frente a su caballete, a la izquierda de la infanta; a la derecha de esta podemos observar al guardadamas y la guardamujeres; en el tercer plano, podemos ver al aposentador y a la pareja real, que aparentemente no son los protagonistas del cuadro.
Algunos de las personas retratadas dan la impresión de estar mirando hacia la parte exterior del cuadro, es decir, hacia los espectadores. Obviamente, existe algo que les ha despertado curiosidad.
Al nosotros ver el retrato, observamos que los reyes no están en la habitación, aparecen reflejados en un espejo. Entonces, Velázquez los está pintando y, por ello, los otros personajes miran hacia donde están posando. Lo real es que ellos están ¡donde estamos situados nosotros! Es una técnica fabulosa. Mientras admiramos a Las Meninas, observamos el reverso del enorme lienzo. Es decir, estamos viendo el cuadro al derecho y al revés.
Se cuenta que Pablo Picasso se fascinó de tal manera por Las Meninas que expresó en una ocasión que «se encerraría en una habitación y no saldría hasta comprender el significado de Las Meninas«.
Por su parte, Salvador Dalí, cuando alguien le preguntó que, si hubiese un incendio en el Museo Nacional del Prado, qué salvaría, dijo, haciendo célebre su respuesta: «Dalí se llevaría el aire nada menos, y específicamente el aire contenido en Las Meninas de Velázquez, que es el aire de mejor calidad que existe».
La Escuela de Salamanca, Tirso de Molina, Lope de Vega, Teresa de Jesús, Cervantes, Quevedo, Zurbarán y Velázquez, glorias de la Filosofía, Literatura y Pintura, así, con mayúsculas, realzan y dan brillo a una etapa que no puede borrarse de la Historia, porque quedó tallada en la cultura universal.
Espero haber contribuido a que estos símbolos del Siglo de Oro español sean conocidos y leídos. Estoy absolutamente convencida de que, sin Cultura, no hay país alguno que se sostenga.
Corina Yoris-Villasana
cyoris@gmail.com
@yorisvillasana
Venezuela
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