domingo, 13 de marzo de 2016

DARÍO ACEVEDO CARMONA, PUÑALADA TRAPERA

Para encontrar el título apropiado para esta columna me inspiré en lo dicho por Luis Carlos Restrepo cuando pintó al presidente Santos como un gentleman que saluda con su mano derecha mientras con la izquierda esconde un puñal en su gabán. El exalto Comisionado de Paz da la clave para entender el artero ataque que Santos le propinó al expresidente Uribe, en su afán por ganarse la opinión pública para su cuestionable política de paz.

En el trasfondo se esconde la tragedia de un país que enredó su curso después de haberlo casi enderezado. Esa tragedia se puede apreciar en al menos dos asuntos claves. Uno de ellos, haber resucitado unas guerrillas prácticamente derrotadas, y dos, la utilización de la justicia y el poder judicial como arma política.
Lo primero es claro, las guerrillas más feroces fueron equiparadas al Estado legítimo, ese fue el punto de partida de unas conversaciones que desembocarán no en la paz, como ya lo advirtió en días pasados el negociador Humberto De la Calle, sino en su comienzo, por un lapso de diez años, llamado “la transición”, durante el cual el país debe realizar todos los compromisos asumidos con las Farc. Las guerrillas estarán en decenas de campamentos con las armas a discreción lo que es igual a  un armisticio.
Las consecuencias de tal desatino las estamos ya sufriendo. En materia de justicia, verdad, reparación de víctimas, no habrá nada que contraríe las pretensiones impuestas por los comandantes de esta guerrilla. En el plano institucional estamos ad portas de una sustitución de la Constitución Nacional que, en estricto sentido no es otra cosa que un golpe de estado, no a la vieja usanza, con tanques, presos y muertos sino a través del método del harakiri o bonapartista o nazista consistente en romper la institucionalidad, la separación de poderes y otras arbitrariedades con el apoyo de unos poderes que quedarán emasculados.
En lo que respecta a la utilización de la Justicia como garrote, nada más patética que la maniobra que Santos en su alocada carrera por el nobel ha realizado contra del expresidente Uribe y su familia. Hundió el puñal escondido sobre la parte más dolorosa para el exprimermandatario: su familia. Despeja todas las dudas que se pudieran abrigar respecto de a dónde puede llegar el odio visceral de quien le debe su proyección a la presidencia a quien hoy quiere lapidar con su abyecto ataque, y, se ratifica en su calidad de persecutor inmisericorde del uribismo, de sus colaboradores, del Centro Democrático y de Oscar Iván Zuluaga.
No contento con poner de su lado, para efectos políticos al poder judicial, clava sobre la cabeza del principal crítico del falso proceso de paz la espada de Damocles con la que lo amenazó desde los tiempos en que negoció con la Corte Suprema el cambio de la terna para Fiscal.
Santos se suma sin pudor a la horda mamerta en su vieja y vil campaña para destruir al expresidente Uribe.
Es bochornoso el espectáculo que Colombia y el mundo están presenciando. La guerrilla y sus áulicos del frente civil no ceden en su objetivo de ver coronado  su relato “verdadero” del “conflicto armado colombiano”, ellos, limpios de toda culpa, Uribe en la cárcel, el “stablisment” dividido y en crisis, el uribismo perseguido y anulado, los medios controlados, el poder judicial suplantado por la Jurisdicción Especial de Paz y el Tribunal Supremo de Justicia…
La conversión de la paz, consagrada en la Constitución, en ideal superior es el fundamento de esta locura, de este tsunami político, jurídico y moral. No hablemos de las condiciones, bien conocidas por lo deprimentes, del jefe  de Estado. No hay que hacer mucha fuerza mental para entender que ante la precariedad de su corpus ideológico y doctrinario, ante la ausencia de condiciones para convencer, nuestro presidente apela a lo que dicen que sabe hacer, apostar. Él cree que la política se parece al juego de póker, y en esa presunción recibe aclamaciones de periodistas y académicos a quienes se les olvida que juega la suerte del país como si fuera plata de su bolsillo. Para Santos, no es posible hacer política sin engañar, trampear, jugar sucio, amenazar, golpear bajo y cañar.
A falta de argumentos apela a la estigmatización del rival, se molesta, se queja, se presenta como un mandatario incomprendido. En su lógica solo cabe el plegamiento incondicional.
Persiguiendo a sus colegas de gabinete pretendía acobardar a Uribe y como no pudo quebrarlo, hunde la daga en el círculo familiar. Un atarván barriobajero, al menos, no extendería su venganza contra la familia del contrincante. Pero ese umbral lo sobrepasó el presidente engolosinado con la gloria.
En suma, estamos ante un proceso que ya ni siquiera es de paz y que destruye la casa para dar cabida a quienes intentaron destruirla sin éxito. Y una descarada persecución contra la Oposición en la que se recurre al ataque de la familia del líder. Por más que insistan en que no hay concierto entre el presidente y el fiscal, el nombramiento de este como embajador en Alemania suena a premio.
Ruben Dario Acevedo Carmona
rdaceved@unal.edu.co
@darioacevedoc
Colombia

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