miércoles, 17 de junio de 2020

LINDA D'AMBROSIO, JUICIOS Y PREJUICIOS

El reciente fallecimiento de George Floyd, calificado por la prensa internacional como “el último episodio de brutalidad policial contra afroamericanos en Estados Unidos”, ha desatado una oleada de disturbios y protestas, sin duda alguna justificados, y trae al tapete, una vez más, el asunto del racismo.

El pre-juicio involucra una creencia aprendida, elaborada antes de examinar (juzgar) una situación específica. Simplemente, extendemos a todos los individuos que agrupamos en un mismo conjunto ciertos atributos que hemos identificado en uno de ellos. En el caso del racismo, la clasificación se efectúa en atención a la pertenencia a un grupo étnico o a ciertos rasgos fisonómicos compartidos. Lo hacemos, además, en plan dicotómico: todos o ninguno. 

Gordon Allport, psicólogo de la Universidad de Harvard, quien centró gran parte de su trabajo en torno a la discriminación étnica de que eran objeto los judíos y los negros en Estados Unidos, explicó que los prejuicios eran generalizaciones surgidas de la necesidad de tomar decisiones rápidas en base a la información disponible, sin someterla a verificación ninguna.

En los últimos tiempos hemos sido testigos de otros casos de discriminación menos violentos físicamente, pero igualmente agresivos. Aunque atente contra nuestros valores, incurrimos en actos racistas sin ni siquiera ser conscientes de ello. 

En días pasados cierto amigo, que además suele ser bastante razonable en sus redes, afirmaba que se negaría a efectuar compras en lo sucesivo en negocios regentados por chinos. Tal decisión tenía su origen en la creencia de que los asiáticos habían cerrado los locales para proteger sus vidas, en tanto los occidentales habían permanecido sirviendo a los clientes. Quedó asombrado cuando califiqué su post de racista. ¿En qué basaba yo mi posición?

Se trataba obviamente de una generalización. Su decisión se extendía a todos los que pertenecían a un mismo grupo étnico, sin tomar en cuenta su comportamiento individual. En condiciones óptimas, dicha decisión ha debido formularse valorando si las personas habían permanecido al servicio de la comunidad o no, no en el hecho de si las personas eran asiáticas u occidentales. La formulación razonable hubiera debido ser: “Me niego a comprar en los negocios de quienes hayan permanecido cerrados durante la pandemia, anteponiendo su bienestar al de los otros”. 

Para realizar con justicia una afirmación como la que hizo, hubiera tenido que investigar y saber con certeza: a) si todos los chinos habían cerrado; y b) si todos los occidentales habían abierto. Y ello pasando por alto las razones particulares que tuviera cada quien para abrir o cerrar sus negocios. Basar su juicio en un criterio étnico le quitaba validez a su observación.

Traigo este caso a colación como ejemplo de los pequeños prejuicios que enarbolamos inadvertidamente cada día a la hora de actuar o de valorar a las personas. Rasgos como el origen geográfico, la orientación sexual o la pertenencia a un grupo religioso cimentan con frecuencia nuestras actitudes, lo cual no es adecuado y, por añadidura, puede llevarnos a excluir a personas muy valiosas. Tomamos decisiones a priori restringiéndonos a uno solo de sus atributos, y obviamos todo lo demás. 

Uno de los prejuicios más comunes y que pasa con frecuencia más inadvertido es el relacionado con la edad. Ponemos en duda la habilidad, la sensatez, la agilidad y hasta la capacidad de las personas mayores, lo cual puede carecer absolutamente de fundamento. 

En cualquier caso, la invitación es a revisar nuestras creencias.

Linda D´ambrosio
l.dambrosiom@gmail.com
linda.dambrosiom@gmail.com
@ldambrosiom
España

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