A CADA QUIEN SU RAZÓN
Hace bien el presidente Donald Trump en respaldar a Israel, pero no debe
cancelar la idea de la creación de un estado palestino.
El apoyo de Washington ha ido incrementándose con cada gobierno que ha
pasado por la Casa Blanca. Eso es moralmente justo y políticamente conveniente.
Al fin y al cabo, el estado judío es la única democracia existente en esa
torturada zona del planeta.
Pese al espaldarazo inicial de Truman en 1948 para la creación de Israel y
de un estado palestino por medio de una resolución de la ONU, a la que se unió
la URSS gobernada por Stalin, acaso entusiasmado por los orígenes socialistas
del país que estaba naciendo, la verdad es que en los años de Eisenhower no
hubo simpatías especiales por el estado judío. Es a partir de esa
administración cuando se inició, realmente, el respaldo a Israel.
¿Por qué no ha sido posible la solución de dos Estados, uno israelí y otro
palestino? Básicamente, por la incapacidad de los árabes de aceptar que los
judíos se reinsertaran en ese territorio que un día les perteneció, y al cual
volvieron acosados por la inveterada costumbre de sus enemigos de maltratarlos,
expulsarlos o asesinarlos a su antojo.
Los judíos más cultos y europeizados, de donde partió el impulso sionista,
no llegaron festinadamente a la conclusión de crear en Palestina, en la tierra
de sus antepasados, un Hogar judío que acabó transformándose en un Estado
judío, sino fue el producto de una amarga necesidad impuesta por siglos de
incomprensión y rechazo.
Fue un claro sacrificio realizado por un puñado de idealistas. ¿Quién en su
sano juicio abandonaría la vida razonablemente cómoda del Imperio
Austro-Húngaro, de Londres o París, incluso de las aldeas de Polonia, por la
polvorienta aventura de fabricar un destino mejor en el Medio Oriente pobre e
insalubre de finales del XIX y principios del XX?
¿Qué buscaban aquellos primeros sionistas convocados por el periodista
Theodor Herzl? Procuraban crear un sitio propio, sin miedo a los pogromos, en
el cual ser judío no fuera un estigma, porque estaban hartos de la
discriminación, de las persecuciones, de los capirotes y de las miles de
injurias y calumnias sufridas a lo largo de los siglos que ya presagiaban lo
que luego sería el nazismo.
Para quien quiera entender la historia de lo ocurrido en la llamada Tierra
Santa, que bien pudo ser llamada Tierra Sangrienta, le recomiendo un libro
titulado Mi tierra prometida, excepcionalmente bien escrito por el periodista
Ari Shavit. Me lo recomendó y obsequió mi amiga Alicia Freilich. Es estupendo.
Ahí están todas las claves y todos los hechos. Los asesinatos y las
barbaridades cometidos por unos y otros, por los judíos y por los palestinos.
No es una obra del choque entre buenos y malos, sino del enfrentamiento entre
dos derechos y dos visiones excluyentes que generaban un desencuentro tal vez
inevitable.
Netanyahu lo dijo claramente en su visita a Washington: nadie duda que los
chinos proceden de China y los japoneses de Japón. ¿Es tan difícil entender que
los judíos provienen de Judea?
Pero ahí no termina el razonamiento. Tampoco sirve el argumento de que
jamás existió una nación palestina. Existe ahora, surgió en contraposición al
sionismo, animada por su ejemplo, y es necesario abrirle un espacio, pero
siempre y cuando esa sociedad admita que los judíos constituyeron un estado con
el que deben convivir en paz.
Esto fue lo que la ONU aprobó en 1948, dando por sentado que ambos estados
estaban condenados a entenderse, algo inmediatamente desmentido por la guerra
desatada por varios países árabes, milagrosamente derrotados por Israel.
Pero ésa sigue siendo la clave de un conflicto que no comenzará a
solucionarse hasta que los palestinos acepten que no pueden extirpar a los
israelíes de la faz de la Tierra. Los judíos llegaron para quedarse y la
existencia de Israel trasciende la idea del hogar de una etnia enquistada en
una nación extraña, como pretenden algunos árabes.
Una patria común palestina sería confinar a los judíos en un nuevo gueto a
la espera del pogromo definitivo. Eso no tiene sentido. Tampoco lo tendría al
revés. Los palestinos tienen que aprender a ceder y de nada les vale invocar un
derecho que, de existir, se tropieza con una realidad inconmovible. No hay otra
solución, a largo plazo, que la existencia de dos naciones.
Carlos Alberto Montaner
montaner.ca@gmail.com
@CarlosAMontaner
Vicepresidente de la Internacional Liberal
Estados Unidos
No hay comentarios:
Publicar un comentario