"Acaso su primer
propósito no era devolver las libertades al pueblo y llamarlo a elecciones libres y nominales para entregar
el gobierno
a los civiles"
Simón Bolívar
FORMATO DEL FUTURO...
En política, no hay soluciones mágicas. Tampoco hechos espontáneos que
sean capaces de provocar una reacción colectiva inmediata, y una respuesta que
se convierta en la ansiada aspiración popular de la transición y hasta del
cambio estructural. Todo hay que construirlo. Armarlo organizadamente, hasta
que los hechos circundantes que le restan posibilidades y derechos a los
ciudadanos, sean capaces de provocar la ignición que se procura, a partir del
propósito inicial.
Tan exigentes son dichos procesos -y así lo ha demostrado la historia de
la mayoría de los países del mundo- que no son pocos los que afirman que el
cementerio de la política, está lleno de impacientes. Aunque eso pudiera ser
válido para quienes se ocupan de ejercer el oficio de la política; jamás para
los ciudadanos, conscientes como siempre están ante la dura verdad que agita a
cualquier espíritu, cuando se vive en situaciones como la venezolana. Y es que
una cosa es el tiempo del país, y otra el tiempo del ser humano, del hombre,
aun consciente de su condición de activista político mientras convive, comparte
espacios, se hermana en el rechazo –o la lucha- en contra de las restricciones
del derecho de ser, sentirse y vivir libremente. En libertad.
Es esta la situación que hoy se plantea en Venezuela; un país -con su
población a cuestas- que luce puesto contra la pared, irónicamente por los
propios venezolanos, hoy divididos en tres grupos: los que, por voluntad y
decisión popular, fueron convertidos en gobernantes; los que interpretando el
fracaso estrepitoso de los que gobiernan, se plantean un reemplazo de dicho
grupo. Y una mayoría determinante que, sencillamente, considera inevitable que
haya un replanteamiento político en la nación, en vista de que esas otras dos
partes lucen más dedicadas a disputarse espacios de mando, y no a garantizarle respuestas
satisfactorias a más de 30 millones de personas convertidas en víctimas de esa
diferencia cuasivisceral, responsable innegable de que Venezuela sea hoy campo
franco para el hambre, la inseguridad, el desempleo, la injusticia, el
empobrecimiento, la ruina.
Es esa mayoría de supuestos no comprometidos con expresiones sectarias,
la que hoy puja por formular nuevas propuestas
dirigidas a ofrecerle respuestas a una población rebasada por la
desesperación, luego de que las diferencias políticas terminaron por sepultar
las instituciones funcionales de toda
población civilizada, y construir una situación huérfana de estado de derecho,
sobrecargada de anarquía, además de una multiplicidad de factores sustentadoras
de una violencia que, día a día, se potencia y pone en vilo hasta la
posibilidad de verse a los ojos.
Por supuesto, soluciones mágicas no hay. Es verdad. Pero tampoco debe
seguírsele haciendo el juego a la
indiferencia, especialmente cuando, dentro de la desesperación creciente, el
venezolano de a pie pregunta: ¿Y cuál, entonces, es la solución?. ¿Por dónde
comenzar?.¿0 es que la verdad es que ya no hay soluciones porque terminó
imponiéndose la cultura del guayuco mental, y Venezuela ha decidido, por
voluntad de unos pocos, convertirse en la Corea del Norte del Caribe, o en la
China de Latinoamérica?.
Sí hay soluciones, aun cuando ese mismo ciudadano cargado de decepciones
y frustraciones insista en afirmar que, como aquí nada sirve ni funciona, no es
posible alcanzar respuestas satisfactorias y salidas a la situación que hoy
agobia a cuanto venezolano puede pensar y andar.
El rosario de las adversidades lo describe el sometimiento ciudadano a
lo que le rodea: Venezuela convertida en la nación del mundo más violenta, con
el mayor número de asesinatos por habitante; en el país con la inflación más
alta del planeta; en el petroestado que se permitió derrochar la fortuna más
grande que ha tenido país alguno en el Planeta; la nación que posee las
reservas de hidrocarburos probadas más
grandes del mundo, pero que vive con niveles de empobrecimiento entre los
peores de Latinoamérica; un territorio que ayer fue modelo de avance y
vanguardia continental, y en donde hoy no funciona con un mínimo de eficiencia
un solo servicio público. Además, un supuesto paraíso revolucionario en donde
el legado de sus mentores sólo se traduce en crisis alimentaria y medicinal, y
en el que más de 3 millones -poco menos del 10% de la población- de sus
habitantes debe alimentarse diariamente con los desperdicios de aquellos que
tienen la ventaja de echar restos de comida al basurero.
¿Soluciones?. Sí las hay. Pero hay que hacerlas posible. Y el reto del
reconocimiento y de la aceptación incluye, desde luego, la obligación política
e histórica de convertir la unión en el recurso imprescindible para poder
comenzar a recomponer al diezmado país.
Esa unión, sin duda alguna, no puede darse a partir de la falsa creencia
de que ella debe depender de lo que pueda aportar el Gobierno actual. Porque es un Gobierno definitivamente
desacreditado, desesperado por reversar el hecho de no gozar siquiera del 15%
de aceptación y que, para su peor desempeño, insiste en monopolizar y eternizarse en el poder. Sin
duda alguna, es evidente que su orientación y manejo es culpable de tanta ruina
y calamidades. Que todo fue de buena o mala fe, ya eso no puede interesarle a
nadie.
En Venezuela, hoy el cambio es obligatorio e impostergable. No hacerlo,
implica la posibilidad de que el país, en barrena, entre en un proceso de mayor
agravamiento de su empobrecimiento y en un baño de sangre. También en la
multiplicación de responsables y de
culpabilidades, más allá de los escarceos simplistas con los que se actúa en
templetes populacheros y disertaciones desde redes sociales y medios
radioeléctricos.
No es tiempo de aclarar quién o quiénes son los culpables. Se sabrá
quiénes son y serán castigados, dentro o fuera del país. Hay que actuar en
respuesta al gran compromiso: refundar el país; reestructurarlo desde sus
cimientos; reconstituirlo. Y, de ser posible, hacerlo sin violencia.
Sin violencia, equivale a
desarrollar el mayor esfuerzo para que la gran mayoría ciudadana se
vuelque a trabajar en función de la
única salida constitucional posible a corto plazo sin sangre y como solución
definitiva. Esa no es otra que Convocar y Coordinar, por iniciativa popular del
electorado, una Asamblea Nacional Constituyente Originaria, sin intervención de
los poderes constituidos.
Hacerlo de esa manera, es actuar en consonancia con lo que contempla la
Constitución vigente en sus artículos 347, 348 y 349. Lo que dicho articulado
reza, es que esa Asamblea se encargue de elaborar una nueva Constitución cuyo
objetivo central sea el de sustituir el Estado Federal Centralizado por un
Estado Federal Descentralizado.
Ese nuevo Estado respondería a una
reestructuración de toda su operatividad funcional, garantizando una
perfecta independencia de los poderes públicos y de la descentralización administrativa de todas
las regiones, permitiendo su desarrollo
con autonomía y respeto. Asimismo, a una definición con claridad de las
funciones y objetivo de las Fuerzas Armadas, además de una descripción clara de
los deberes y derechos del ciudadano, y precisión de la garantía de un
desenvolvimiento económico, a partir del reconocimiento verdadero del derecho
de propiedad. En fin, el establecimiento de que habrá la garantía plena para
que Venezuela pudiera desenvolverse en un futuro con posibilidades de alcanzar un desarrollo integral, en un
ambiente en el que predomine el propósito de adentrarse en un un futuro libre y
programable, con un proyecto nacional de desarrollo a mediano y largo plazo.
De lo que se trata, en fin, es de
estructurar una propuesta a ser presentada por el poder originario. No la
salida, ni la enmienda constitucional para el momento histórico, tampoco una
variable de la petición de la Partida de Nacimiento del Presidente, o del
Revocatorio, ni la declaración de Ausencia del Presidente. No. Mucho menos otra antorcha de fuego fatuo.
Porque ya se agotaron las propuestas
basadas en la producción de falsas expectativas que terminan multiplicando desilusiones ciudadanas. Sí de apelar a una
alternativa que, sin ser mágica, se corresponda con una forma de responder a
necesidades que, si no se atendieran, pudieran terminar convirtiéndose en
tragedia.
La alternativa válida, realizable y constitucional es, definitivamente,
la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente. Si se quiere, es hoy la
única opción que se plantea como posibilidad válida, capaz de servir de soporte
para que, sin odios ni violencia, Venezuela pueda reencontrarse con una
expedita vía hacia la paz y el progreso.
Egildo Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
@egildolujan
Coordinador Nacional
de Independientes por el Progreso (IPP)
Gente
Miranda - Venezuela
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Edecio Brito Escobar
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CNP-314
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