“Se comienza por declarar impotente al
individuo y se concluye por justificar la intervención de la sociedad en su
acción. Destruyendo la libertad, sujetando sus pensamientos, sus más íntimas
afecciones, sus necesidades, sus acciones todas”.
Mayor General Ignacio
Agramonte
Ésta es una magnífica
oportunidad de abordar el tema de la propiedad. La estructura de poder en Cuba,
incluido Raúl Castro, sabe que se equivocó totalmente al suscribir el
comunismo, especialmente desde 1968, cuando Fidel Castro decretó la “ofensiva
revolucionaria” y fueron confiscadas hasta las herramientas de los zapateros.
Entonces, unas 60.000
microempresas, casi todas familiares, pasaron a ser operadas por el Estado, con
todo lo que ello tiene de ineficiencia y desidia. La situación, que ya era
catastrófica, se agravó hasta la desesperación. La Isla se convirtió en el país
más comunista del planeta y así le ha ido a esa pobre nación.
Hoy, quienes erraron y
traicionaron la revolución colocándola bajo la advocación del marxismo-leninismo
y la dictadura, tratan de enmendar el desastre, pero no saben cómo hacerlo. Han
convocado a una nueva Constituyente, pero no permiten que los intelectuales y
artistas afines, agrupados en la UNEAC, muchos de ellos aparentemente
partidarios de la Revolución, participen en las discusiones. Les temen a las
ideas no controladas.
Ni siquiera se atreven a
elegir el camino chino o el vietnamita (cero libertades políticas y abundante
propiedad privada). Los paraliza el fantasma de Fidel Castro. ¿Qué hubiera hecho
o dicho el Máximo Líder? Durante más de medio siglo abdicaron de la facultad de
pensar con cabeza propia y ya no saben cómo hacerlo. Tienen la certeza de haber
destruido los fundamentos de una sociedad, pero carecen del coraje de
admitirlo.
Comencemos.
La primera persona que
declaró que algo era suyo no cometió un delito. Lo que afirmaba que le
pertenecía, probablemente así era. Quien arrancó una fruta o mató a un animal
para comérselo, sintió que eran suyos. Había invertido su propio esfuerzo y
tiempo en lograrlo.
Entre los mamíferos
superiores dedicados a la cacería se repite la tendencia. La criatura alfa que
dirige la manada, captura y mata a su presa, sacia su apetito y luego deja los
restos, que a veces son abundantes, a los miembros de su grupo.
Ese es el comienzo
remoto de la prosperidad y el progreso: la propiedad. La propiedad podía ser
privada, de un individuo o de una familia, del grupo o del Estado, pero alguien
debía asumir la posesión del bien.
¿Es la propiedad un
robo?
“La propiedad es un
robo”, escribió Pierre Joseph Proudhon en 1840.
Era una frase para
epatar a la burguesía, pero se trasformó en un juicio moral compartido
absolutamente injusto. La propiedad, por el contrario, es un elemento clave en
cualquier sociedad. Otras personas respondieron a la frase de Proudhon
agregando que el verdadero robo era apoderarse de unos bienes por los que no
habían luchado.
La propiedad privada, en
cualquiera de sus formas, es una manera objetiva de remunerar a los
emprendedores, lo que a veces no está reñido con el altruismo. Bill Gates
dedica el 90% de su inmensa fortuna a ejercer la caridad por medio de su
fundación. Y si EE.UU. es una nación extremadamente rica y poderosa, es porque
ha alentado la labor de los emprendedores: los Edison, los Ford, los Steve Jobs
de este mundo.
La democracia liberal no
les encuentra inconvenientes a los emprendedores y mucho menos le teme al éxito
económico que pueden obtener. Es al revés: son los empresarios que fracasan los
que destruyen el capital. Los triunfadores lo crean y todos nos beneficiamos de
ellos directa o indirectamente.
Directamente, se
benefician los trabajadores que devengan un salario, los consumidores que
obtienen un bien o un servicio que valoran positivamente, o los accionistas que
ven cómo se multiplica el precio de sus acciones al tiempo que reciben
dividendos.
Indirectamente, se
beneficia el conjunto de la sociedad con el pago de impuestos de estos
empresarios. ¿Para qué arriesgar el capital colectivo en una empresa pública,
cuando recibimos el 20 o 25% (o más) de los beneficios de las empresas
privadas? Si ganan, ganamos todos. Si pierden, pierden ellos, los capitalistas.
En los Estados bien
administrados, sin corrupción o amiguismos, esos beneficios se convierten en
escuelas, alcantarillados, electricidad, puentes y otras obras de
infraestructura que multiplican la eficacia de los empresarios privados.
Por otra parte, sabemos
que la empresa pública suele ser una fuente de corrupción, de clientelismo y de
pérdidas de recursos. Por eso, entre los criterios empleados por la Unión
Europea para admitir a las naciones ex comunistas que llamaron a sus puertas,
estuvo que privatizaran todas las empresas en manos del Estado. Fue una sabia
medida.
La discusión sobre las
virtudes y defectos de la propiedad privada o pública es muy antigua y desde
entonces no se ha terminado de debatir. Los griegos tuvieron dos modelos
clásicos: Esparta y Atenas. La sociedad espartana era un apéndice del Estado.
El Estado ateniense, en cambio, era un apéndice de la sociedad. Platón era un
defensor del modelo estatista espartano. Aristóteles, del modelo liberal
ateniense.
Aristóteles afirmaba
algo que todavía es un razonamiento correcto: cuando todo es de todos, nada es
de nadie. Nadie se responsabiliza con el mantenimiento de los bienes comunes y
es inevitable la decadencia.
En las ciudades cubanas,
especialmente en La Habana, el señalamiento de Aristóteles es absolutamente
claro. ¿Por qué, después de seis décadas de comunismo, las calles, los parques,
las viviendas están destruida como si hubieran sufrido un bombardeo? Porque
nada era de nadie, y porque las decisiones sobre el mantenimiento de esas
infraestructuras eran tomadas por unos apparatchicks remotos que carecían de un
interés directo en los bienes.
En donde existe
propiedad privada, los dueños quieren preservarlas y aportan una parte de sus
ahorros a estos fines. Yo adquirí en Madrid un hermoso piso construido en 1807
sobre los muros de donde había vivido y donde murió Cervantes dos siglos antes.
Mi familia y yo vivimos diez años en esa vivienda. Luego la vendimos. La casa
se mantiene en perfecto estado, pese a los defectos de la construcción
original.
La “plusvalía”
Marx hablaba en Das
Kapital de “la acumulación primaria de capital” como una forma de despojar a
los trabajadores de lo que les pertenecía. Esta operación de despojo es la raíz
de su teoría de “la plusvalía”, un error conceptual que muchas personas
continúan propagando. La plusvalía era esa diferencia entre lo que vale el trabajo
de una persona y lo que realmente le pagan. El capitalista se queda con la
plusvalía y acumulaba más capital.
Hasta que, en su propia
época, Eugen von Böhm-Bawerk, de la Escuela Austriaca de economía, definió esa
diferencia como un premio que, a veces, recibían los inversionistas por
arriesgar su capital generando bienes o servicios que las personas podían o no
adquirir. Cuando uno sabe que las empresas de nueva creación fracasan un 75% de
las veces, advierte que Marx estaba minuciosamente equivocado.
Cuando uno sabe que una
deriva de la regla de Pareto, esa que establece que apenas el 20% de los
productos que se ofertan alcanzan el 80% de las ventas, advierte que Marx no
tenía una idea muy clara de cómo se creaba la riqueza o cómo se perdía.
Estaba tan afianzada la
definición marxista de la plusvalía que recuerdo en Moscú, durante la
transición a la economía de mercado, a un excamarada que a voz en cuello
justificaba los atropellos y la corrupción con la hipótesis que se trataba de
“una forma de acumulación primaria de capital”. Había dejado de ser marxista,
pero no podía alejarse del razonamiento fundamental del fundador de la secta.
La plusvalía era algo
tan esencial en el pensamiento de Karl Marx que cuando éste muere, en 1883, en
la despedida de duelo que le hace Friedrich Engels, su amigo del alma y del
bolsillo, quien mejor conocía su obra, afirma que al pensador alemán se le
deben dos hallazgos clave para la humanidad: la plusvalía y el materialismo
dialéctico. Dos errores –agrego– basados en dos ilustres pensadores también
equivocados: David Ricardo con su “teoría del valor”, donde se origina la
hipótesis de la plusvalía, y Georg Hegel, punto de partida del materialismo
dialéctico.
¿Hay algún asidero que
demuestre el carácter de “derecho natural” de la propiedad. Creo que sí. Las
personas son capaces de dar la vida por lo que les pertenece o por lo que creen
que les pertenece. Están dispuestas a matar o morir por adquirir ciertos
bienes. No hay nada más humano que defender “lo nuestro” con los dientes. Así
como también protestar contra cualquier “agravio comparativo” en la posesión de
los bienes.
Egoísmo y altruismo
No obstante, frente a
ese “derecho natural” a la propiedad, quienes se oponen a ella no sólo opinan
que ahí radica el inicio de las actitudes egoístas que dan lugar a sangrientas
querellas, sino que existen determinadas personas que muestran su disposición a
compartir los bienes en comunas, cooperativas y otras formas de propiedad
colectiva.
Eso en gran medida
cierto. Nadie debe dudar que hay algunas personas extremadamente solidarias que
se sienten moralmente compensadas en sociedades igualitarias en las que no
existe la propiedad privada. La Madre Teresa es un buen ejemplo. Al Dr. Albert
Schweitzer le concedieron el Premio Nobel en 1952 por haber dedicado su vida al
bienestar de las personas más pobres y enfermas del planeta.
El problema surge cuando
se les trata de imponer a todos los seres humanos lo que parece ser la
tendencia de una minoría. Esto suele ocurrir en las sociedades colectivistas.
Al fin y al cabo, la “dictadura del proletariado” fue proclamada por el propio
Marx y durante los 74 años que duró el experimento de la URSS todo lo que se
consiguió fue endurecer la represión hasta que que resultaba obvio que no se
trataba de un fenómeno temporal, sino que el carácter contra natura del sistema
requería de la mano dura y los gulags para poder prevalecer.
Afortunadamente, la
“democracia liberal” ha resuelto ese dilema autorizando todo tipo de propiedad,
siempre que la vinculación sea libremente escogida por los ciudadanos. En
Israel, España o EE.UU., en cualquier “democracia liberal”, las personas pueden
acceder a una cooperativa, sumarse a una comuna, poseer una empresa por
acciones o tener una empresa personal o familiar. La afinidad puede ser
religiosa, ideológica, étnica o de cualquier índole. Lo esencial es la
existencia de libertad para elegir y cumplir con las leyes.
¿Es mejor o peor la
propiedad colectiva o la privada en cualquiera de sus formas? A mi juicio, y al
de cualquier observador que no vea los resultados a través de los anteojos
ideológicos, le privada es infinitamente mejor.
Es mejor, en la creación
de riquezas. Ahí están los ejemplos de las dos Alemania y las dos Corea para
demostrarlo.
He utilizado el ejemplo
decenas de veces: los mismos ingenieros alemanes que en Occidente fabricaban
los Mercedes Benz, en la Alemania Oriental creaban los Trabant, y apenas
lograban alcanzar el 50% del per cápita de los occidentales. Los de la Alemania
comunista, ante la competencia, habían creado un muro en Berlín y dado órdenes
de disparar a matar para evitar que sus ciudadanos continuaran huyendo del
“paraíso del proletariado”.
En 1953, cuando terminó
la Guerra de Corea con un precario armisticio, los surcoreanos, esencialmente
la zona agrícola de la Península, tenían los niveles de pobreza de Honduras.
Los del norte, los colectivistas, en cambio, contaban con una base industrial
muy afectada por los bombardeos, pero con una tradición de éxitos indiscutible.
Hoy los surcoreanos alcanzan la riqueza de Holanda y es la tierra de Samsung,
Kia, Hyundai y un honroso etcétera. Los del norte tienen el per cápita de
Honduras y han provocado hambrunas que han matado a dos millones de personas.
Es bastante evidente: la
propiedad no es un robo. Es un derecho humano que a todos nos conviene que
exista.
Carlos Alberto Montaner
montaner.ca@gmail.com
@CarlosAMontaner
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