El intenso
enfrentamiento político verbal existente durante dos décadas en Venezuela, a
veces acompañado de hechos que han ido más allá y han entrado en el campo de la
violencia, con todas sus nefastas consecuencias: persecuciones, exilios,
detenciones, maltratos, torturas, heridos, muertos y pérdida de los derechos
ciudadanos, ha llevado a la merma de valores fundamentales en toda sociedad y
ha enloquecido, de muchas formas, a buena parte de la población. Conceptos como
patriotismo, pluralismo, bolivariano, tolerancia, soberanía, revolución,
socialismo y democracia, se han resquebrajado y distorsionado y han perdido o
alterado su verdadero significado. Otro tanto ha ocurrido con palabras como
diálogo, negociación, acuerdo, que se son hoy insolencias inaceptables y
condenables.
Hace como 15 años o más,
el profesor Arnaldo Esté me hizo señalamientos parecidos y añadió irónicamente
que los grupos de izquierda tendrían casi que inventar nuevas palabras, para
poder actuar en la política venezolana. Esta observación indica que la cuestión
viene prácticamente desde los inicios del gobierno de Chávez, y tuvo en él a su
principal promotor. En su necesidad de profundizar la polarización que le llevó
al triunfo electoral en 1998, de manera de seguir manteniendo una mayoría
confortable que le asegurara seguir en el poder, Chávez le dio su propio
significado a palabras y conceptos existentes, para adjudicárselos como
virtudes revolucionarias y humanas o
para enrostrárselos a
quienes se le oponían, como las más pavorosas perversiones que seres humanos o
grupos políticos pudieran tener.
El fenómeno ha derivado
en una derechización de la política venezolana, que radicalizada pareciera
aceptar todo aquello que signifique la terminación de este régimen por
cualquier medio, sin importar si sus consecuencias futuras son iguales o peores
que lo existente. Pero el extremismo no termina ahí, se trata de erradicar para
siempre cualquier esbozo que recuerde de alguna manera las políticas
chavecistas. Hay que exterminarlos de la misma forma como debió haber sido
hecho con las reminiscencias del pasado adeco copeyano, según afirman los
ultraizquierdistas del sector gubernamental. Ninguno de ellos quiere
reconciliación nacional, ni pluralismo político, ni salidas electorales, ni
nada que signifique la pervivencia del contrario, pues lo menos que desean es
una sociedad sin hegemonías.
Algunos extremistas de
derecha hoy consideran a Borges, Leopoldo y Capriles, para sólo mencionar tres,
más enemigos que Maduro, Diosdado o Jorge Rodríguez. Sus líderes son Marcos
Rubio, Uribe, Duque, Bolsonaro y, está por verse, si Trump. Añoran a Pinochet y
a Franco y no van más allá simplemente por ignorantes. El Papa Francisco es un
depravado castro comunista y quien se haya fotografiado o alguna vez hablado
con Gorrín, no porque éste sea corrupto sino por gobiernero, hay que empalarlo
en la Plaza Bolívar. Dentro del gobierno existe la contrapartida radical, que
encabeza Diosdado y que tiene como exponentes a Mario Silva, la Fosforito y
cabeza ´e mango. Dicen que los
radicales son el 10 por ciento en el campo opositor y el 4 por ciento en el del
gobierno, cifras de las que no puedo dar fe, pero que son extremadamente
elevadas.
Si estos son quienes se
imponen y van más allá de la simple habladera de pendejadas, cosa que dificulto
pues la cobardía es un denominador común en este tipo de seres, vamos hacia una
matazón. Como no podemos estar seguros, vale el alerta, así como señalar que
sólo las políticas coherentes que impulsen salidas pacíficas, nacionales,
constitucionales y electorales, pueden vacunarnos contra esa grave enfermedad.
Los comicios del 9 de diciembre son un momento y una forma de comenzar esa
necesaria vacunación. Vacúnate contra los extremismos antinacionales el 9 de
diciembre próximo.
Luis Fuenmayor Toro
@LFuenmayorToro
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