Para todos los venezolanos y para
quienes sin serlo padecen la catástrofe, pareciera que la única forma de
alegría es la esperanza. Es esa idea insistente, terca a más no poder, de que
este colosal infierno no puede durar para siempre y que hay rendijas iluminadas
que anuncian lo que vendrá. Ese espacio del sueño está sometido al asedio de
los tiranos. No quieren que te imagines algo diferente; quieren tenerte en las
colas del mercado, de la gasolina, de la pensión, para que tu espíritu no tenga
tiempo de vibrar con otros redobles. Sin embargo, esos espacios de penuria,
convertidos en la nueva plaza pública y lugar de constitución de una nueva
ciudadanía, son también espacios por donde se filtra, a veces tenuemente, la
esperanza. Y cuando hay esperanza la tiranía no logra copar todos los rincones.
Mucho se ha discutido sobre el
carnaval de los perniles, tirados como carnada a la plebe para provocar que
olviden a los criminales en el poder. Quiero ver en esa disputa carnicera con
los matarifes, más que la degradación total, la máscara de una furia que se
acumula en cada humillación.
Hace poco un video mostraba tres
edificios en Fuerte Tiuna, bóveda de la militarada a cargo, y al cabo de un
grito nocturno que convocaba: “Maduro…”, seguía la letanía que lo abomina. El estado natural de los ciudadanos de cualquier nivel social
y en cualquier lugar del planeta es maldecir a los tiranos; hoy los venezolanos
no parecen dispuestos a exculpar a Barrabás y condenar a Jesús.
Observo la resistencia en los
miniespacios a los que se confina la ciudadanía. Las reuniones familiares y
amistosas, muy especialmente en esta época, son territorios de resistencia.
Compartir la comida y algún trago –el pan y el vino– son formas de comunión.
Los hogares, convertidos en catacumbas un poco más protegidas frente a las
asechanzas, cobran el sabor de la complicidad contra la tiranía que se
desenvuelve allá afuera apenas traspuesta la entrada.
Este esfuerzo por compartir, a
través de una inimaginable red de relaciones, es resistir. La máquina del régimen
intenta transformar a los seres humanos en máquinas cebadas en el comer y el
descomer; intenta convertir la manutención más básica en el único sentido de la
vida. Me temo que tal es solo un aspecto de los acontecimientos. Creo ver que
en el subsuelo de la tragedia hay un sentido de solidaridad creciente y un
grito que le dice al tirano: no me quitarás mis afectos, no evitarás que
comparta el pan y el vino; no podrás conmigo.
Hoy la esperanza no es “la libélula
vaga de una vaga ilusión”, sino una fuerza material anclada en las rendijas que
la tiranía no puede vencer.
El disfrute que se pueda, la alegría
que se pueda, la sonrisa que se pueda… son formas de enfrentarse al mal.
Carlos Blanco
@carlosblancog
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