Todo proyecto de
dominación nacional necesita debilitar a la nación que pretende dominar. Y
mientras más la debilite, más oportunidad de consolidación y continuismo tendrá
el proyecto de dominación. En síntesis, esa es la trágica historia de Venezuela
durante el siglo XXI, es decir durante el despliegue de la hegemonía despótica,
depredadora y corrupta que ha venido destruyendo a la nación venezolana.
El primigenio asesor
ideológico del señor Chávez, Norberto Ceresole, estaba muy claro al respecto:
la fórmula de dominación es caudillo más ejército más pueblo; pero no pueblo en
el sentido de nación, sino en el sentido marxista de lumpen proletariat. Para
que la referida fórmula funcionara había que debilitar todas las instituciones,
sectores y ámbitos que conformaran el tejido del conjunto nacional. Y así fue,
y así sigue siendo…
El supremo ductor del
predecesor y del sucesor, Fidel Castro, también estaba muy claro al respecto.
La “revolución” en Venezuela pasa por debilitar en extremo a todo lo que esté
fuera del llamado “núcleo revolucionario”. No necesariamente erradicarlo, pero
sí debilitarlo hasta el punto en que sea incapaz de convertirse en un
contrapeso del “nuevo poder revolucionario”.
Después de casi veinte
años de hegemonía roja, la nación venezolana es una nación muy debilitada, que
cada vez se debilita más, entre otras razones, por la emigración masiva. En
térmicos fisiológicos, es como un organismo que padece de una hemorragia que no
mejora sino que se agrava. No es ésta la única razón de la extrema debilidad, y
de hecho es una expresión de otras razones: la ruina económica, la catástrofe
humanitaria, la ruindad política y ética. Pero cualquier hemorragia
indetenible, debilita con intensidad.
Y es que Venezuela no
sufre una mera crisis política o socio-económica. No. Sufre una crisis
existencial en la que está en juego la viabilidad misma de la nación, como
entidad independiente y capaz de ofrecer una vida humana y digna a la
población. Y preciso: hoy el país carece de esa viabilidad, por lo que el
desafío es si se podrá alcanzarla de nuevo, o no.
La debilidad de nuestro
país, por tanto, es algo obvio, como también lo debería ser el que ello ha sido
promovido por el poder establecido en su afán de aprovecharlo de forma
implacable. Quién no quiera darse cuenta de ello, a estas alturas, es que no
puede darse cuenta de nada, o se ha dado perfecta cuenta porque se ha
incorporado y beneficiado de la depredación.
Sí, Venezuela está
postrada. Está en situación de abatimiento. Pero no ha perecido. ¿Puede
recuperar su vitalidad? En teoría sí… falta la realidad práctica.
Fernando Egaña
flegana@gmail.com
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