domingo, 23 de diciembre de 2018

FERNANDO EGAÑA, VENEZUELA POSTRADA


Todo proyecto de dominación nacional necesita debilitar a la nación que pretende dominar. Y mientras más la debilite, más oportunidad de consolidación y continuismo tendrá el proyecto de dominación. En síntesis, esa es la trágica historia de Venezuela durante el siglo XXI, es decir durante el despliegue de la hegemonía despótica, depredadora y corrupta que ha venido destruyendo a la nación venezolana.

El primigenio asesor ideológico del señor Chávez, Norberto Ceresole, estaba muy claro al respecto: la fórmula de dominación es caudillo más ejército más pueblo; pero no pueblo en el sentido de nación, sino en el sentido marxista de lumpen proletariat. Para que la referida fórmula funcionara había que debilitar todas las instituciones, sectores y ámbitos que conformaran el tejido del conjunto nacional. Y así fue, y así sigue siendo…

El supremo ductor del predecesor y del sucesor, Fidel Castro, también estaba muy claro al respecto. La “revolución” en Venezuela pasa por debilitar en extremo a todo lo que esté fuera del llamado “núcleo revolucionario”. No necesariamente erradicarlo, pero sí debilitarlo hasta el punto en que sea incapaz de convertirse en un contrapeso del “nuevo poder revolucionario”.

Después de casi veinte años de hegemonía roja, la nación venezolana es una nación muy debilitada, que cada vez se debilita más, entre otras razones, por la emigración masiva. En térmicos fisiológicos, es como un organismo que padece de una hemorragia que no mejora sino que se agrava. No es ésta la única razón de la extrema debilidad, y de hecho es una expresión de otras razones: la ruina económica, la catástrofe humanitaria, la ruindad política y ética. Pero cualquier hemorragia indetenible, debilita con intensidad.

Y es que Venezuela no sufre una mera crisis política o socio-económica. No. Sufre una crisis existencial en la que está en juego la viabilidad misma de la nación, como entidad independiente y capaz de ofrecer una vida humana y digna a la población. Y preciso: hoy el país carece de esa viabilidad, por lo que el desafío es si se podrá alcanzarla de nuevo, o no.

La debilidad de nuestro país, por tanto, es algo obvio, como también lo debería ser el que ello ha sido promovido por el poder establecido en su afán de aprovecharlo de forma implacable. Quién no quiera darse cuenta de ello, a estas alturas, es que no puede darse cuenta de nada, o se ha dado perfecta cuenta porque se ha incorporado y beneficiado de la depredación.

Sí, Venezuela está postrada. Está en situación de abatimiento. Pero no ha perecido. ¿Puede recuperar su vitalidad? En teoría sí… falta la realidad práctica.

Fernando Egaña
flegana@gmail.com

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