jueves, 13 de diciembre de 2018

GABRIEL BORAGINA, CAPITALISMO Y EDUCACIÓN


"Ha impreso en los universitarios la conciencia de siempre depender del gobierno. Los universitarios han aprendido a odiar el capitalismo, no quieren saber nada de economías de mercado, libre competencia o globalización. Los universitarios de la UNAM saben quién es Carlos Marx, Lenin, Che Guevara; pero nunca han oído, ni leído una línea de Ludwig von Mises, Hayek, Friedman, Rothbard, Hoppe o Jesús Huerta de Soto. Profesores y alumnos de la UNAM se han proyectado como los grandes luchadores contra el neoliberalismo."[1]

Si bien el autor citado arriba hace expresa referencia al caso de la UNAM (México), hay que decir que la situación no es demasiado diferente en el resto de las universidades estatales del mundo, en particular en Latinoamérica. Fenómeno típico -por otra parte- de la educación estatal. Se observa difícil concluir -ante semejante panorama- que en la humanidad de nuestros días campea a sus anchas "el capitalismo".

A pesar de que pareciera que en los últimos años ha crecido un poco más el conocimiento de los autores mencionados en último término de la cita anterior, en los claustros universitarios, siguen -no obstante- siendo ampliamente mayoritarios aquellos otros que defienden ideas socialistas o de cualquier otra variante anti-mercado.

Los profesores y las cátedras anticapitalistas siguen siendo muchos más que los capitalistas. Y esto ocurre no sólo en economía, sino en el resto de las disciplinas también. Que en los claustros se enseñe fundamentalmente socialismo en sus vertientes económica, filosófica, histórica, jurídica y hasta moral es, en parte, la explicación del porque cuando estos universitarios egresan de sus casas de estudios y ante una realidad que se da de bruces con las doctrinas que les inculcaron en sus universidades, el resultado final es una sociedad estatista o intervencionista en el mejor de los supuestos. En el peor, se intenta forzar la aplicación del socialismo de catedra a una realidad que lo contradice desde todos los ángulos, y sus resultados son las miserias y tragedia vividas en los países del bloque comunista oriental, y los ejemplos más recientes de Cuba y Venezuela.

Fuera del mundo académico los autores promercado son prácticamente desconocidos, tanto como lo eran antaño. Esta falta de divulgación, y la propagación de ideas contrarias o confusas sobre el libre mercado, es lo que fija que la sociedad de nuestros días se mueva dentro de un círculo cultural estatista-intervencionista que determina -entre otros efectos- que los gobiernos del planeta sean, en su inmensa mayoría de estos últimos signos.

Ahora bien (volviendo al campo académico): que la generalidad de las instituciones educativas profese en sus planes de estudios programas de este último orden mantiene una vinculación directa con el grado de injerencia estatal en el ámbito educativo. Esta intervención activa del estado-nación en la educación encuentra respaldo en el amplio consenso popular acerca de que la educación es "responsabilidad" del "estado", al menos en sus primeras etapas. Sucede que -desde el punto de vista formativo y psicológico- estas primeras etapas son las fundamentales de la vida, y son las que -en gran medida- marcan el rumbo de las fases subsiguientes. De donde, es difícil más tarde evitar una especie de efecto "bola de nieve" que arrastra al educando a medida que avanza en sus estudios, y le suma -en cada uno de los pasos de su carrera estudiantil- estatismo sobre más estatismo, al punto que podemos decir que, cuando finalmente llega a la universidad, es un estatista completo y convencido. Y más todavía cuando egresa de ella.

No hay, prácticamente, país del orbe donde los planes educativos oficiales y los respectivos programas de estudios no requieran de la aprobación del aparato burocrático. Es casi como una verdad de Perogrullo que el burócrata no certificará contenidos que desprestigien o mal hablen de la burocracia como tal, ni que descalifiquen la función rectora que el gobierno se auto-atribuye, respaldado por el consenso social antedicho de que la educación es responsabilidad exclusiva del "estado" (aunque no excluyente, en la medida que se admite que el gobierno autorice -en ciertas cuestiones- a los particulares a abrir institutos de enseñanza y a emplear a maestros y profesores, siempre y cuando se ajusten a las reglamentaciones dictadas para tal efecto).

Es que al estatismo le preocupa no tanto cómo se enseña, ni quién, sino lo qué se enseña. La idea popular que la educación debe dirigirse a "hacer buenos ciudadanos" es particularmente tan nefasta como -lamentablemente- ampliamente aceptada, y se opone a la concepción liberal, por la cual la educación debe estar orientada a enseñar a pensar, y a encaminar al educando en esa dirección, y no a adoctrinar. Un "buen ciudadano" es literalmente un súbdito, un subordinado, en suma, un esclavo. Es, de alguna manera, el ideal dirigista de la educación.

Detrás de todo "buen ciudadano" se esconde, en realidad, un buen gobernado, y no un buen gobernante. Este es, en definitiva, el fin que persigue la educación estatal, sea directamente estatal o indirectamente, como lo es -en esta última significación- la mal llamada "educación privada" que, en suma, se reduce, en la mejor de las hipótesis, a la propiedad del establecimiento educativo y su mobiliario, pero que ni siquiera suele ser privada en sus gastos, ya que de ordinario muchos de tales establecimientos reciben subsidios del gobierno para costearlos, es decir, su dependencia de la burocracia es bastante mayor de lo que a primera vista pareciera ser.

Y ni qué decir de los métodos extorsivos que emplean de continuo los mal llamados "docentes de la educación pública" que no son más que pequeños burócratas que fungen de "maestros" o de "profesores" sin serlos en el estricto alcance de estos términos.

La educación en manos del estado-nación, dirigida o intervenida por ese estado-nación, es instrumento de dominación, y contraria a un orden capitalista que -por definición- nace y crece en un ambiente de total y absoluta libertad, y donde campea el dirigismo no hay lugar para la libertad.

Los efectos de largo plazo de la educación (entendida esta en sus sentidos de formal e informal) son particularmente relevantes, y por eso merecen especial atención.

Gabriel S. Boragina
gabriel.boragina@gmail.com

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