domingo, 20 de enero de 2019

JOSÉ FÉLIX DÍAZ BERMÚDEZ, LOS PUEBLOS NO SE RINDEN

Los pueblos no se rinden, los pueblos no se entregan, los pueblos no pueden claudicar en la recuperación de sus derechos y el respeto a sus libertades. No pueden someterse los pueblos al mandato servil de quienes los dominan, de aquellos que explotan su ignorancia y que lo condicionan a cambio del otorgamiento de lo que les corresponde por justicia alcanzar una existencia digna para vivir y para ser.

En momentos decisivos los pueblos se despiertan, los pueblos se levantan, aprecian su realidad, reflexionan, analizan, juzgan, determinan lo que deben hacer y escogen el camino a seguir. En Venezuela se ha formado una voluntad inconforme de cambios y de transformación que no acepta esta penosa realidad y que la reciente cada día. El pueblo compara los beneficios del pasado y la escasez de todo. Aprecia el dramático contraste entre un país rico que recibió los mayores recursos y cómo ellos se han perdido, extraviado, mal utilizado, sin ningún resultado positivo que permita generar y transmitir la riqueza nacional. Cuestiona, como debe hacerlo, la usura y la especulación, pero también la infame corrupción que se ha desatado sin límites en el país.

El pueblo espera, advierte, precisa la necesidad de un rescate, de un inminente cambio, de una impostergable transformación. La falta de experiencia, formación, capacidad, probidad, responsabilidad ha sido tal, que las promesas ahora de lo que no se hizo y se logró en 20 años, evidencian limitaciones y fracasos insalvables.

Mucho más allá de una apreciación ideológica que existe, los resultados determinan la ausencia de capacidades, recursos y políticas sensatas y creíbles que convenzan, y que agrupen en torno a nuevas acciones. Nuevas concepciones, nuevos hombres, nuevas aptitudes, nuevas políticas de inspiración progresista, transformadora y correctora, se imponen en un esfuerzo nacional capaz de integrar voluntades internas y externas para recuperar a Venezuela de la peor crisis de su historia.

Llegan momentos decisivos en los cuales no pueden contenerse los cambios sin comprometer la suerte y la unidad del país. El interés individual y grupal cede ante la demanda colectiva y la necesidad de subsistir. La nación no puede esperar. El aprecio se impone presionado por la realidad.

Cuando en el pasado Venezuela debía decidir su destino, desde el primer instante del nacimiento de la República, cuando se hizo indispensable escoger entre el pasado y el futuro, entre la monarquía y la República, Venezuela lo hizo en el justo momento de la historia, primero en el Cabildo y luego en el Congreso. Se manifestaron contundentemente las voces inconformes. Los atributos de la razón y del coraje se integraron, se unieron las clases, se consolidaron los intereses, la urgencia del país se impuso, el interés superior privó sobre los demás. Ningún otro como Bolívar en el advenimiento de la declaración de independencia interpretó aquel momento, hizo evidente la determinación ante la historia, en breve, impactante y enérgico mensaje: “…Lo que queremos es que esa unión sea efectiva y para animarnos a la gloriosa empresa de nuestra libertad; unirnos para reposar, para dormir en los brazos de la apatía, ayer fue una mengua, hoy es una traición”, afirmando contra las vacilaciones y las dudas: “…¡Que los grandes proyectos deben prepararse con calma! Trescientos años de calma, ¿no basta?”.

El país requiere reencontrarse, superar esta terrible situación, dar paso a una nueva realidad. Las ambiciones personales y grupales no pueden seguir sacrificando a la nación y al pueblo mismo. La voluntad nacional debe ser escuchada, la voluntad nacional debe ser cumplida. La soberanía debe exhibir todo su mandato.

La libertad y decisión del pueblo es la regla de la democracia; el derecho, la confianza, la virtud debe restablecerse y señalar otra vez, como se hizo en el pasado tantas veces, el destino de honor y de virtud de Venezuela.

José Félix Díaz Bermúdez
@articulistasred

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