Los pueblos no se rinden, los pueblos no se entregan,
los pueblos no pueden claudicar en la recuperación de sus derechos y el respeto
a sus libertades. No pueden someterse los pueblos al mandato servil de quienes
los dominan, de aquellos que explotan su ignorancia y que lo condicionan a
cambio del otorgamiento de lo que les corresponde por justicia alcanzar una
existencia digna para vivir y para ser.
En momentos decisivos los pueblos se despiertan, los
pueblos se levantan, aprecian su realidad, reflexionan, analizan, juzgan,
determinan lo que deben hacer y escogen el camino a seguir. En Venezuela se ha
formado una voluntad inconforme de cambios y de transformación que no acepta
esta penosa realidad y que la reciente cada día. El pueblo compara los
beneficios del pasado y la escasez de todo. Aprecia el dramático contraste
entre un país rico que recibió los mayores recursos y cómo ellos se han
perdido, extraviado, mal utilizado, sin ningún resultado positivo que permita
generar y transmitir la riqueza nacional. Cuestiona, como debe hacerlo, la
usura y la especulación, pero también la infame corrupción que se ha desatado
sin límites en el país.
El pueblo espera, advierte, precisa la necesidad de un
rescate, de un inminente cambio, de una impostergable transformación. La falta
de experiencia, formación, capacidad, probidad, responsabilidad ha sido tal,
que las promesas ahora de lo que no se hizo y se logró en 20 años, evidencian
limitaciones y fracasos insalvables.
Mucho más allá de una apreciación ideológica que
existe, los resultados determinan la ausencia de capacidades, recursos y
políticas sensatas y creíbles que convenzan, y que agrupen en torno a nuevas
acciones. Nuevas concepciones, nuevos hombres, nuevas aptitudes, nuevas
políticas de inspiración progresista, transformadora y correctora, se imponen en
un esfuerzo nacional capaz de integrar voluntades internas y externas para
recuperar a Venezuela de la peor crisis de su historia.
Llegan momentos decisivos en los cuales no pueden
contenerse los cambios sin comprometer la suerte y la unidad del país. El
interés individual y grupal cede ante la demanda colectiva y la necesidad de
subsistir. La nación no puede esperar. El aprecio se impone presionado por la
realidad.
Cuando en el pasado Venezuela debía decidir su
destino, desde el primer instante del nacimiento de la República, cuando se
hizo indispensable escoger entre el pasado y el futuro, entre la monarquía y la
República, Venezuela lo hizo en el justo momento de la historia, primero en el
Cabildo y luego en el Congreso. Se manifestaron contundentemente las voces
inconformes. Los atributos de la razón y del coraje se integraron, se unieron
las clases, se consolidaron los intereses, la urgencia del país se impuso, el
interés superior privó sobre los demás. Ningún otro como Bolívar en el
advenimiento de la declaración de independencia interpretó aquel momento, hizo
evidente la determinación ante la historia, en breve, impactante y enérgico
mensaje: “…Lo que queremos es que esa unión sea efectiva y para animarnos a la
gloriosa empresa de nuestra libertad; unirnos para reposar, para dormir en los
brazos de la apatía, ayer fue una mengua, hoy es una traición”, afirmando
contra las vacilaciones y las dudas: “…¡Que los grandes proyectos deben
prepararse con calma! Trescientos años de calma, ¿no basta?”.
El país requiere reencontrarse, superar esta terrible
situación, dar paso a una nueva realidad. Las ambiciones personales y grupales
no pueden seguir sacrificando a la nación y al pueblo mismo. La voluntad
nacional debe ser escuchada, la voluntad nacional debe ser cumplida. La
soberanía debe exhibir todo su mandato.
La libertad y decisión del pueblo es la regla de la
democracia; el derecho, la confianza, la virtud debe restablecerse y señalar
otra vez, como se hizo en el pasado tantas veces, el destino de honor y de
virtud de Venezuela.
José Félix Díaz Bermúdez
@articulistasred
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