El
23 de enero es una fecha emblemática para los venezolanos. Al cumplirse 61 años
de la salida del poder de Marcos Pérez Jiménez y de instaurado el régimen
democrático que se mantuvo durante el resto del siglo XX, nuevamente se
conmemora un nuevo año de aquel importante episodio para los demócratas y para
la vida política y social de esta nación.
En
lo que va de siglo XXI los corazones no se observan inflados de democracia, no
laten con la intensidad de otros tiempos; las dudas sobre el régimen de gobierno
instalado en La Casa de Misia Jacinta, oprimen la certeza respecto a los
objetivos civilistas que se habían planteado. Dictadura, autoritarismo, tiranía
entre otros calificativos atraviesan las mentes de los venezolanos al
confirmarse la distancia existente entre la democracia aspirada, la disfrutada
y eso otro que sus procreadores denominan “Socialismo del siglo XXI”.
Un
doble propósito anima la fecha: digamos que, en primera instancia, la de
encontrarnos para fortalecer los necesarios nexos entre los que aspiramos
seguir profundizando la democracia como la mejor forma de gobierno y, además,
dar una nítida demostración del apego, de la mayoría de los que aquí vivimos, a
los valores y normas que acompañan los ideales democráticos. Insistir en que el
destino de la república debe ser conducido por un orden civil que obtiene su
legitimidad de la voluntad popular expresada a través de la institución del
voto, son aspectos de primer orden que nunca deben ser soslayados.
Un
segundo propósito está atado a las dificultades del presente, esto es, a la
presunción de que la democracia venezolana está profundamente agraviada por un
gobierno que caricaturiza sus formas. El 23 de enero ha de constituirse como el
encuentro de una extraordinaria mayoría que afirme categóricamente su
disposición a defender el sistema democrático.
El
esfuerzo iniciado este año en ocasión del nombramiento de la AN y de su nueva
directiva encabezada en esta oportunidad por el diputado Juan Guaidó, debe
estar despojado de la venta de ilusiones y de promesas que conduzcan a la
creencia de soluciones mágicas e inmediatas. Luego de 4 años políticamente
desacertados, procurando atajos, estimulando salidas existencialistas y
afectando severamente la institución electoral, corresponde al liderazgo
democrático actuar responsablemente.
La
aparente recuperación de la confianza en la AN y de su liderazgo puede hacer
posible una muy buena manifestación el 23 de enero, pero por sí misma no es una
condición suficiente para que el régimen de Maduro salga del poder, así como
tampoco para que por algún extraño arte se decrete una transición. Ya había
dicho Whitehead que las teorías y experiencias democratizadoras chocaban con
“cualquier suposición a priori de un solo camino o resultado necesario o, de hecho,
de un avance irreversible.”
La
política de hitos y solución final se corresponde a una narrativa generadora de
lamentables desesperanzas y nuevas frustraciones que debe abandonarse para
prepararse para un largo proceso, de mucho forcejeo y de pulso permanente con
un gobierno que ha dado muestras de no querer entregar el poder.
La
política y sus líderes democráticos no deben ser rehenes del determinismo ni
del inmediatismo. Hay experiencias que pueden iluminar la ruta, dar pautas al
desarrollo de una fuerza social intimidadora del régimen actual, pero no deben,
stricto sensu, considerarse como una cartilla que, cumplida literalmente, nos
coloque a las puertas del Edén.
El
largo camino a recorrer está minado, lleno de obstáculos, poblado de los viejos
adversarios, cosa que sabemos, pero también hay otros, no tan lejanos, más bien
cercanos, de los cuales hay que cuidarse y ocuparse. Frente a la envidia, al
desespero y a la zancadilla solo el valor de la prudencia y el buen juicio para
juzgar las acciones más adecuadas, podrán hacer posible el objetivo común que
anhelan todos los venezolanos.
Leonardo
Morales P.
@LeoMoralesP
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