miércoles, 2 de enero de 2019

PEDRO ELÍAS HERNÁNDEZ, LA REBELIÓN DE LOS PERNILES


El gobierno de Nicolás Maduro, desde el punto de vista de su estabilidad, tiene un buen lejos. No pareciera tener en el horizonte nada ni nadie que pueda quebrantar su permanencia en el poder. Inicia un segundo período sin tener por delante ninguna inquietante alcabala política o electoral que esté obligado a trasponer, salvo un eventual referéndum revocatorio presidencial en el año 2022. Sin embargo el régimen no ha podido construir a su alrededor, como sí lo supo y pudo hacer Hugo Chávez en su momento, una hegemonía cultural en los términos en que ésta es definida por el marxista Antonio Gramsci. Nos referimos a los mínimos consensos de opinión y de ideas que le doten de un relato poderoso con el cual se identifique una porción lo suficientemente significativa de la población que le sirva como fuente de legitimidad. El poder en Venezuela carece de encanto y sólo le queda el control social y la coacción que supone el ejercicio de todo poder.

Este asunto es un aspecto crucial para entender la realidad política venezolana del presente. Las bayonetas, como decía Napoleón, no sirven para sentarse a gobernar. Los regímenes por más autoritarios y opresivos que sean requieren establecer un acuerdo general y tácito con la población según el cual las personas reciben o tienen una razonable expectativa de recibir algo de estabilidad y de bienestar para sus vidas, a cambio de las restricciones a su libertad. Así sucedió en la Alemania Nazi, en la Italia fascista, en la Europa socialista soviética, en la Cuba de Fidel Castro, en Chile durante Pinochet y ocurre hoy por ejemplo en países con una fuerte inclinación autoritaria como Rusia, China, Vietnam, Irán Turquía, Nicaragua y en algunas monarquías teocráticas del Medio Oriente. En Venezuela hay un régimen que intenta calificar para alinearse junto a ese grupo de naciones mencionadas, pero ese acuerdo general, tácito e imprescindible no existe o está seriamente quebrantado.

El gobierno de Maduro en los años por venir deberá orientar sus esfuerzos en restablecer ese mínimo acuerdo tácito de convivencia recíproca con la población que permita al país ser viable desde el punto de vista funcional. De no hacerlo, lo que sobrevendrá será la ingobernabilidad. “La rebelión de los perniles”, o las protestas ocurridas por la deficiente distribución a las comunidades de las piezas de cerdo prometidas por el gobierno durante las pasadas navidades de 2018, por deleznables y poco edificantes que parezcan sus motivaciones, es una primera señal que se asoma como síntoma de un fenómeno que tal vez acompañe en los sucesivo a la sociedad venezolana. Los vacíos tienden a llenarse. La ausencia de una oposición orgánica y articulada al gobierno es terreno fértil para la proliferación de eventos de esta naturaleza. ¿Cuán amplios y masivos serán. ¿Cuáles serán sus alcances? Eso estará por verse. Sin embargo, de algo estamos seguros, son un claro indicio del nivel de anomia social y política que vivimos.
Pedro Elías Hernández     

Pedro Elias Hernández
@pedroeliashb

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