Escribo
este artículo apenas unas horas después de que Juan Guaidó se juramentó como
Presidente interino. Nadie puede predecir los que sucederá en el curso de las
próximas horas y de los días por venir. Lo que podemos asegurar es que el
escenario nacional cambió de forma radical.
El
régimen de Nicolás Maduro está pagando los errores de su arrogancia. Despreció
a la oposición y a la Asamblea Nacional, menospreció los efectos de las
cuestionadas elecciones del 20 de mayo, desestimó el peso de la comunidad internacional
en la resolución de los conflictos internos, y minimizó el impacto tan fuerte
que el éxodo venezolano ocasiona en los
países de la región. Este desprecio por los opositores y por la opinión
internacional, le generó enemigos acérrimos que no le perdonan su insolencia.
El
otro sector que no lo absuelve es el pueblo. Durante años, Maduro ha creído que
dándole migajas a la gente logra someterla. Trata a los ciudadanos como si
fuesen mendigos. Extorsiona a los pobres con las míseras cajas de los Clap. Con migajas busca aplacar el descontento. Los
ciudadanos se rebelaron. El 23 de enero se movilizaron millones de personas en
todo el país para atender una convocatoria que se había realizado pocos días
antes, sin que existiese una estructura organizativa bien engranada. El hastío
fue el factor movilizador. En contraste, Maduro y su gente, en una marcha
penosa en Caracas, apenas lograron movilizar a unos pocos cientos de
manifestantes.
A
todos los errores estratégicos, a la pérdida de legitimidad de origen y de
desempeño, agregó otros desbarros adicionales. Utilizó, primero, al TSJ y a la
Fiscalía General para impugnar a Juan Guaidó y demás miembros de la Junta
Directiva de la AN; y, luego, para intentar apresarlo por haberse arrogado
competencias que no le corresponden, al designar a Gustavo Tarre como
representante especial ante la OEA. Al tomar estas decisiones forzó la
juramentación del joven Presidente de la AN como Presidente interino. Para
Guaidó resultaba preferible que el régimen apresara al Presidente de la
República interino, que a un simple diputado, aunque este fuese el Presidente
de la AN.
La
situación del régimen de Maduro luego del 23 de enero se agravó aún más. Rompe
relaciones diplomáticas con los Estados Unidos, el único país que le paga la
factura petrolera de contado. Esto sucede en momentos en los cuales la
incidencia de dejar de comprarle petróleo venezolano es mínima para el país de
norte. Su nivel de autoabastecimiento de crudo es casi total. El mayor impacto
negativo puede ser el incremento de unos cuantos centavos de dólar en el precio
de la gasolina en algunos estados de la costa este. La mayoría de las naciones
democráticas del mundo han manifestado
su respaldo a Juan Guaidó y a la
Asamblea Nacional. El mundo celebra que Venezuela haya comenzado a dar sus
primeros pasos hacia la recuperación de la democracia. El aislamiento y
desprestigio internacional es casi total. Los gobiernos que apoyan a Maduro son
todos autoritarios, sin libertades civiles, dominados por élites despóticas.
Maduro
intenta dar señalas de que aún controla el poder. Que las Fuerzas Armadas le
son leales y que sus bases sociales son firmes. A pesar de que el centro de los
problemas, se resiste a dar pasos que permitan una negociación y una salida
concertada a la dramática situación que atraviesa el país en todos los órdenes.
No puede ocultar su enorme debilidad y soledad. Depende exclusivamente de la
decisión del Alto Mando para mantenerse por algún tiempo más en Miraflores. Va
a resultarle muy difícil. Aunque Padrino López lo respaldó, los militares no
tienen muchas opciones en el futuro cercano. Si deciden mantenerse al lado de
Maduro tendrán que avalar la captura o,
peor aún, el asesinato de Guaidó. Cualquiera de las dos conductas los hará
cómplices del aislamiento aún mayor de Venezuela y de la enemistad todavía más
enconada de la comunidad internacional con Maduro. Entrarían de lleno en una
batalla en la cual no tienen ni la más remota posibilidad de triunfar. Serían
los actores de un fracaso inevitable. La baja estima y reconocimiento que
poseen entre la población, se hundiría aún más.
En
contrapartida, si se colocan al lado de la gente, la democracia y la
Constitución, se convertirán, al igual que en 1958, en protagonistas del
proceso de transición que podría conducir la nación a la normalidad
institucional. Estamos a la espera de su decisión. Ya el pueblo habló.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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