Según están las cosas, Donald Trump se ha quedado sin
otra opción que esgrimir el palo y pegar duro a unos enemigos que no le
perdonan haberlos desenmascarado y que han demostrado que no le darán cuartel.
Donald Trump multiplicó varias veces la fortuna
heredada de su padre utilizando la estrategia ancestral de la Zanahoria y el
Palo (The carrot and the stick) como medio de negociación en el mundo de los
negocios. Su fascinante libro "The Art of
the Deal" contiene la fórmula para triunfar en el mundo de los
negocios. Pero los mundos de los negocios y de la política son no sólo
totalmente distintos sino diametralmente opuestos.
Mientras en los negocios se discuten los intereses
económicos de los participantes en la negociación, en la política las élites
discuten el poder omnímodo sobre multitudes que no participan en dicha
negociación. Mientras en los negocios predomina la razón, en la política se
impone la pasión. Mientras la mayoría de
los negociantes tienden a ser
pragmáticos, la mayoría de los políticos tienden a ser fanáticos.
Su éxito en el mundo de los negocios y sus
credenciales de experto negociador pusieron a Donald Trump en la Casa Blanca.
Una ciudadanía cansada de ser engañada y traicionada por las élites políticas
decidió participar en la negociación de elegir presidente. El flamante nuevo
presidente estaba convencido de que su estrategia negociadora de la
"Zanahoria y el Palo" lo conduciría al éxito en el mundo de la
política. Pero los hechos han demostrado que se equivocó de medio a medio.
Sus adversarios en la izquierda vitriólica del Partido
Demócrata no quieren la zanahoria parcial que se reparte tradicionalmente en
los negocios sino la zanahoria total que se arrebata constantemente en el poder
político. Un poder político absoluto que les ha permitido medrar sin necesidad
de trabajar. Según están las cosas, Donald Trump se ha quedado sin otra opción
que esgrimir el palo y pegar duro a unos enemigos que no le perdonan haberlos
desenmascarado y que han demostrado que no le darán cuartel.
La prueba más elocuente y reciente la tenemos en la
actitud obstruccionista y vengativa de Nancy Pelosi y una Cámara de
Representantes que se niega a darle ni siquiera un dólar para que cumpla su
promesa de campaña de construir un muro en la frontera sur. Los demócratas no
esperaron siquiera a que el presidente formulara su oferta para expresar su
oposición a cualquier negociación. Pero
Trump la hizo de todas maneras como parte de su plan para demostrarle a la opinión
pública que el cierre del gobierno no ha sido motivado por él sino por la
renuencia de los demócratas a negociar de buena fe.
La oferta del presidente ha sido tan generosa que ha
llegado al punto de que la derecha republicana lo haya acusado de estar regalándole
una amnistía a quienes violaron las leyes de los Estados Unidos. En su mesurada
alocución al país, Trump les concedió a los demócratas peticiones que han hecho
y no han logrado materializar durante varios años. Por ejemplo, tres años de
garantía a los miembros de DACA (Acción Diferida para Menores no Acompañados)
de que no serán deportados y podrán obtener permisos de trabajo y números de
seguro social. Tres años de extensión a millares de inmigrantes bajo Estatus de
Protección Temporal (TPS) para que legalicen su presencia en el país.
Al mismo tiempo, ofreció 800 millones de dólares para
asistencia humanitaria, 805 millones para interdicción de drogas, 2,750 plazas
de nuevos agentes fronterizos y 75 nuevos equipos de jueces de inmigración. A
cambio de todas estas concesiones, pidió únicamente que le concedieran 5.700
millones de dólares "para el desarrollo estratégico de barreras físicas, o
el muro". Y en tono conciliador agregó: "Esto no es una estructura de
hormigón de 2.000 millas (unos 3.220 kilómetros) de mar a mar. Son barreras de
acero en ubicaciones de alta prioridad".
Los demócratas, por su parte, repiten sus lemas
demagógicos, hipócritas y obstruccionistas. Todo esto demuestra que, en este
momento, Trump quiere una negociación pero la Pelosi quiere una humillación.
Una derrota clara y convincente de un presidente que ella y sus apandillados se
proponen sacar de la Casa Blanca en las elecciones de 2020.
Pero Trump no es un adversario fácil de vencer. Ha
puesto en marcha una maniobra envolvente para entrar en el Capitolio por
la puerta del Senado, donde los
republicanos controlan una mayoría de 53 curules. Los republicanos sólo
necesitan 7 votos del partido del burro para lograr los 60 que impedirían un
"filibuster" (discurso de obstrucción) por parte de los demócratas.
El Presidente del Senado, Mitch McConnell, ha dicho que el próximo jueves dicho
cuerpo legislativo considerará la
propuesta del Presidente Trump. Una aprobación por parte del Senado sería una
derrota aplastante para la Pelosi y los demócratas de la Cámara de
Representantes.
Pero yo no me hago ilusiones de que algún senador
demócrata se atreva a contradecir las consignas de su partido. Los republicanos
somos individualistas y nos damos el lujo de pensar y actuar con independencia
de las consignas del partido. Los demócratas son colectivistas y, como un
rebaño de ovejas, siguen las órdenes de sus líderes sin atreverse a actuar por
sí mismos. A la hora de mantener su línea y seguir sus consignas, son lo más parecido que he visto a los comunistas
de Cuba y Venezuela. Estoy convencido de que McConnell está perdiendo su
tiempo.
Creo, por mi parte, que Donald Trump no tiene otra
alternativa que jugarse el todo por el todo. Las elecciones de 2020 serán
determinadas por su éxito o su fracaso en esta confrontación. Al igual que
durante su campaña por la presidencia, tiene que ignorar las advertencias de
los moderados y leguleyos que lo rodean y poner en marcha su amenaza de
declarar una emergencia nacional. Según la Ley de Emergencia Nacional aprobada
en 1976, el presidente tiene la
autoridad legal para declarar el estado de emergencia.
En este punto, contamos con la opinión favorable de
Gene Healy, Vicepresidente del prestigioso Instituto Cato, quién afirma que
:"Aún cuando la constitución limita la autoridad del presidente para
declarar una emergencia nacional, el Congreso le ha concedido tradicionalmente
al primer mandatario amplios poderes para invocarla simplemente con declarar
que tal emergencia existe". De hecho, entre 1979 y el momento en que
escribo estas líneas, se han producido 58 declaraciones de emergencia nacional
en los Estados Unidos.
Por otra parte, es altamente probablemente que
cualquier reto al presidente por sus adversarios demócratas termine con un
fallo adverso al primer mandatario en los tribunales. Pero una pérdida no sería
jamás tan devastadora como una rendición. Habrá caído combatiendo y con la botas puestas. Con esto, conservaría el
respaldo de una base política sin el cual no tendría la menor esperanza de ser reelecto
en 2020. Además, Trump sabe mejor que nadie que, en política, la percepción
tiene la cualidad de convertirse en realidad.
Alfredo Cepero
lanuevanacion@bellsouth.net
@AlfredoCepero
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