Cegados
por el fanatismo están creando las condiciones para la reelección de quien
califican como su irreconciliable enemigo.
En
el verano de 1972 me encontraba de vacaciones en Miami Beach con Conchita y los
tres hijos que nos habían nacido hasta ese momento. Esto era parte de mi
peregrinación anual para visitar a mis padres y disfrutar de las playas y de la
comida cubana que no tenía en mi casa del estado de Virginia, donde residí
durante 15 años. Nadie en su sano juicio habría roto el encanto de unas
idílicas vacaciones para ocuparse de temas políticos. Pero los viejos hábitos
son difíciles de reprimir. Además, con unas elecciones presidenciales en menos
de seis meses, no pude resistir la tentación de ver en su totalidad la
Convención Demócrata de aquel año. Esa noche, el partido postuló al Senador
George McGovern como candidato que se enfrentaría en noviembre al entonces vituperado
Richard Nixon. Esa misma noche le dije a mi esposa: "Ya Richard Nixon ha
sido reelecto".
El
senador por Dakota del Sur era por entonces el vocero más elocuente de la
izquierda dentro del partido. Sus credenciales principales eran su oposición
acérrima a la guerra de Vietnam y su ostensible simpatía por un enemigo jurado
de los Estados Unidos llamado Fidel Castro. Y aunque Richard Nixon se
encontraba bajo el ataque concentrado del Washington Post por su encubrimiento
del escándalo de Watergate, propinó a Mc Govern una soberana pateadura. Nixon
ganó 49 estados y obtuvo el 61 por ciento de los votos populares. McGovern
obtuvo el 38 por ciento de los votos populares y ganó solamente su estado de
Dakota del Sur y ese tradicional epicentro del pantano que es el Distrito de
Columbia, donde viven todos los zánganos que victimizan al pueblo
norteamericano.
Es
cierto que, desde el punto de vista político, nos encontramos a una distancia
sideral del año 1972. No es menos cierto que nos queda un largo camino por recorrer
para llegar a las elecciones presidenciales de 2020. Pero es evidente que
Donald Trump está conduciendo una campaña al estilo de Richard Nixon. Concentra
su artillería pesada sobre sus adversarios y se proclama campeón de un segmento
de la población que se ha cansado de no ser tomado en cuenta por el
establecimiento político de Washington. Lo que Nixon llamó "la mayoría
silenciosa", Donald Trump ha bautizado como "los hombres y mujeres
olvidados de América". Y esa gente ha dado muestra de estar dispuesta a
seguirlo hasta el mismo borde de cualquier abismo.
Sin
embargo, el número de estos incondicionales no sería suficiente para
reelegirlo. Trump sabe que necesita votos dentro del 40 por ciento de los
norteamericanos que se declaran independientes y de los demócratas moderados
que se sienten incómodos con los rumbos izquierdistas de la base del partido.
Esa fue la gente a quienes Trump habló durante su reciente y brillante discurso
sobre el estado de la unión. Por otra parte, la izquierda fanática que está
determinando la agenda y dividiendo al Partido Demócrata está creando las
condiciones para una repetición de la pateadura de 1972. Cegados por el
fanatismo están creando las condiciones para la reelección de quien califican
como su irreconciliable enemigo.
Estos
guerreros de la izquierda fanática han cambiado la naturaleza y las metas
tradicionales del Partido Demócrata. Lo han convertido en un partido de
anarquistas que propone la eliminación de fuerzas del orden como ICE. Un
partido de apátridas que pone los intereses de los inmigrantes por encima de
los derechos de los americanos nativos. Un partido de infanticidas que asesinan
niños capaces de vivir por si mismos fuera del seno materno. Un partido de
socialistas empeñados en proporcionar asistencia financiera a holgazanes que se
niegan a trabajar. Un partido de antisemitas que hacen causa común con los
vándalos que quieren desaparecer del mapa al estado de Israel.
Para
colmo de males, una imberbe de 29 años, ignorante de historia, economía y geografía,
que por un tiempo se ganó la vida como "bartender" y con menos de dos
meses en la Cámara de Representantes se aparece con la osadía de pretender ser
la "voz cantante" de la agenda demócrata. Y lo peor es que sus
apandillados le tienen miedo y le siguen la corriente. El "Nuevo Trato
Verde" propuesto por Alexandria Ocasio- Cortéz es un adefesio político que
parece ser producto de la pesadilla de un borracho incurable. Su conducta nos
confirma el innegable fenómeno de que el excesivo consumo de alcohol embota los
sentidos y altera el juicio.
Los
promotores de este "Nuevo Trato Verde" se proponen erradicar todo
vestigio de combustibles fósiles tales como el petróleo y el gas natural.
Irónicamente se oponen a la generación de energía atómica, la forma más limpia de producir energía. Su plan
implicaría convertir en chatarra los aviones y los automóviles, reacondicionar
todas las edificaciones del pais y hasta eliminar la producción de carne de res
dando muerte a las vacas que contaminan la pureza ambiental con las
ventosidades que emiten las damas por su parte trasera. Si no fueran tan
devastadoras sus consecuencias esto parecería un chiste de mal gusto.
Lamentablemente es una realidad que no podemos ignorar si queremos seguir
siendo ciudadanos libres de una republica constitucional y evitar convertirnos
en un rebaño de ovejas domesticadas como los pueblos de Cuba y Venezuela.
Otra
prueba de lo descabellado de este "Nuevo Trato Verde" es su costo
astronómico de 7 MILLONES DE MILLONES de dólares, que deja pequeños a otros
proyectos gigantescos llevados a cabo con anterioridad por esta nación. El
Programa Apolo--1960-1973-- que puso a Neil Armstrong en la superficie de la
Luna costó 19 MIL MILLONES DE DÓLARES. El financiamiento total de la Segunda
Guerra Mundial --1941-1945--que salvó a Europa de la pesadilla del nazismo
ascendió a 3.3 MILLONES DE MILLONES EN DÓLARES DE 2009, menos de la mitad de lo
que costaría la borrachera verde de Alexandria Ocasio-Cortéz.
Pero
la verdadera dimensión del peligro de esta izquierda vitriólica para el partido
y para los Estados Unidos se hace patente en su poder de intimidación de otros
políticos demócratas. Ninguno de los candidatos que aspiran a la presidencia
por el Partido Demócrata se ha atrevido a denunciar esta barbaridad. De hecho,
aunque algunos sugieren cambios cosméticos, todos dicen apoyar la idea como un
camino hacia la pureza ambiental.
A
mayor abundamiento, las malas noticias siguen abatiendo al Partido Demócrata y
reduciendo las probabilidades de éxito de sus candidatos en las presidenciales
de 2020. Hace un par de semanas, el estado de Virginia sufrió el equivalente de
un terremoto político cuando su gobernador demócrata, Ralph Northam, formuló
declaraciones favorables al aborto en el tercer trimestre de embarazo. Acto
seguido, alguien le endilgó el terrible adjetivo de racista por haberse pintado
la cara de negro en una fiesta en la que participó durante sus días de
estudiante de medicina.
En
una conducta extraña para los demócratas, sus colegas del partido le pidieron
su renuncia inmediata. La premura se debió a que, renunciando Northam,
ascendería a la gobernación el Teniente Gobernador Justin Fairfax, un joven
negro carismático que mantendría a Virginia en el campo demócrata para las
presidenciales de 2020. La fiesta se echó a perder cuando Fairfax fue acusado
de violación por dos mujeres también negras y también demócratas. Para no
quedarse atrás, el Fiscal General de Virginia, el demócrata Mark Herring
confesó haberse pintado la cara de negro en años de su juventud. Sin embargo,
tomando una página del libro de trampas y descaro de Bill Clinton, los tres se
han negado a renunciar.
Todo
esto es una gran noticias para el Presidente. La continuada presencia de estos
tres hipócritas en sus cargos limitará la capacidad y la credibilidad de los
candidatos demócratas para acusar de racista y de mujeriego a Donald Trump en
las próximas elecciones. Jeffrey Bloodworth, un prestigioso historiador que en
su libro Losing the Center: A History of American Liberalism, ha denunciado los
excesos de la izquierda, dijo hace solo unos días: "Si los demócratas se
convierten en el partido de quienes, en vez de escucharlo de pie, se arrodillan
cuando es interpretado el himno nacional, serán víctimas de la misma pateadura
que recibió McGovern en 1972".
Alfredo
M. Cepero
Director
de www.lanuevanacion.com
@AlfredoCepero
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