Mayo de
1967. Recién graduada de Licenciada en Química en la Universidad Central de
Venezuela, soñaba con venir al IVIC, el Instituto Venezolano de Investigaciones
Científicas, un instituto que apenas con ocho años de fundado, hijo de la
democracia naciente, ya se colocaba como una nueva promesa en el universo de
instituciones científicas de América Latina. Llena de ilusiones juveniles,
llegué a esa montaña, Altos de Pipe, un día frío, hermosamente nublado, un
instituto suspendido entre nubes. Eran pocos los edificios, apenas los de
medicina, virología, unos galpones para arqueología y el reactor nuclear que
hospedaba a química y física, residencias e instalaciones de servicio, nada
más. Y un grupo pequeño pero creciente de personal científico y estudiantes,
que junto con un reducido personal administrativo y obrero, ayudaban en la
misión de apoyar la investigación que ahí se hacía.
Era un IVIC
bullente. Actividades por doquier, investigaciones, reuniones científicas,
visitas de colegas nacionales y extranjeros, de ministros, diplomáticos,
embajadores, un instituto que entonces señalaba un rumbo en aquella Venezuela
que despertaba a la civilidad y se codeaba con instituciones nacionales y
foráneas en intercambio fructífero. Objeto de admiración era el concierto entre
investigación científica de calidad medida con estándares internacionales y el
arte que aparecía aquí y allá en medio de la neblina.
Por un lado,
proyectos experimentales, muchos de ellos centrados en la resolución de
problemas nacionales: investigaciones sobre microbios patógenos, pruebas
genéticas de paternidad, estudios nutricionales, física nuclear aplicada a la
esterilización de equipos hospitalarios, proyectos en petróleo, pruebas
diagnósticas novedosas surgidas de sus laboratorios y tantos otros programas
exitosos también en formación de recursos humanos de alto nivel, en prueba de
aporte al país; por el otro lado, Jesús Soto, Marisol Escobar, Alejandro Otero,
Carlos Cruz Diez, Lía Bermúdez… y sus magníficas obras de arte, acompañándonos
en nuestro discurrir académico, mudos testigos de alegrías y tristezas.
Había
problemas, sin duda. El paraíso no existe sino en libros y sueños. Pero cuando
comparo aquello con la cotidianidad actual, siento que el nirvana lo tuvimos
cerca, sin notarlo.
Hoy en el
IVIC aparecen de vez en cuando las mismas nieblas de hace medio siglo. Pero el
ambiente es otro porque el país es otro. Del IVIC estudioso y pujante queda
todavía gente valiosa que trabaja y se esfuerza por salir adelante en
laboratorios carentes de recursos, gente que tozudamente insiste en mantener
vivo al IVIC a pesar del deterioro institucional representado en magros
presupuestos para investigación, y en numerosas vacantes surgidas del
alejamiento de un personal altamente calificado que ha abandonado sus mal
remunerados cargos en busca de un futuro mejor, casi siempre fuera del país,
huyendo de la miseria circundante. Un personal remanente ahora más dedicado,
como es natural en estos tiempos tormentosos, a sobrevivir en medio de la
penuria nacional, sin que quede tiempo ni energía para cumplir con la misión
fundamental.
También
sufren Soto, Cruz Diez, Escobar… cubiertos de maleza y suciedad, perdido el
brillo de épocas pasadas, huérfanos de las miradas cómplices de quienes se
acogían a su sombra para contarles sus cuitas y explicarles sus hallazgos. Ya
no hay tiempo para ellos. La dureza de la vida venezolana bajo la revolución
fallida nos ha cegado a las bellezas del entorno, nos impide disfrutar de los
atardeceres magníficos que de vez en cuando desparraman sus colores en nuestra
montaña, nos hace sordos al sonido del viento entre las hojas. Solo hay tiempo
para escarbar en las necesidades básicas de la vida diaria para sobrevivir.
Por los
momentos, el encanto del quehacer científico y su armonía con la poesía del
paisaje circundante parecen remotos. Pero regresarán, seguro que sí, y el IVIC
volverá un día ojalá cercano a resplandecer con sus jardines cuidados, las
obras de arte valoradas y una actividad científica rutilante, cuando este país,
nuestro país, retome la senda de la civilidad hacia un destino mejor, muy
pronto.
Feliz 60º
aniversario, querido IVIC.
*Este
artículo es una versión modificada de un texto interno escrito en ocasión de un
aniversario anterior del IVIC.
TUITEANDO
Dice el
usurpador: “Hoy celebramos la creación de la Universidad Experimental del
Transporte (UNET) a partir de la transformación del IUT Federico Rivero
Palacios”.
Y respondo:
El IUT, alguna vez un instituto de alta factura creado hace 48 años en 1971 con
el asesoramiento del gobierno francés, muere así en manos de la ignorancia y de
quienes hayan colaborado para destruirlo. Triste noticia.
Gioconda
Cunto De San Blas
@daVinci1412
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