Una encrucijada es un cruce de caminos. Pueden ser
pocos, al menos dos, o pueden ser muchos. A veces, una crisis generalizada en
un determinado país se asemeja a la idea de una encrucijada. Se puede salir de
ella por un camino o por otro. Pero ese no es el caso de Venezuela. No estamos
ante una encrucijada, en lo que se refiere a la posibilidad de superar la
hegemonía. No estamos, por tanto, ante un cruce de caminos. No. Hay un sólo
camino.
La tragedia venezolana no admite otro camino que no
sea la salida de Maduro y los suyos por alguno de los variados mecanismos que
dispone la Constitución, y que incluso exige cuando ésta ha sido violentada de
una forma tan evidente. Pensar en largos vericuetos de pretendidos diálogos,
sólo conduciría a la prolongación del presente. Y eso, repito, no es admisible.
Porque eso lejos de mejorar algo, agravaría todos los problemas.
Los aliados externos e internos de la hegemonía, han
tratado y aún tratan de elucubrar enredos para que funcionen como trampas caza
bobos. No les interesa que la tragedia sea superada. Es más, consideran que la
verdadera tragedia sería la salida de Maduro y que se queden sin sus
respectivos enchufes a lo que queda del patrimonio público venezolano. Razón
adicional para reiterar que no hay más caminos que la salida de Maduro.
Cualquier planteamiento sobre la necesidad de
elecciones libres u justas es válido, siempre y cuando primero salgan Maduro y
sus colaboradores del ejercicio del poder. De lo contrario, esos planteamientos
no serían caminos de salida sino serían como calles ciegas, que terminarían
facilitando el continuismo de un régimen que sólo puede mantenerse a través de
la violencia, abierta o solapada. Esto, evidentemente, no es un camino.
Nadie de buena voluntad desea la violencia. Pero en
este aspecto hay una gran confusión. La violencia no es una eventualidad, es
una realidad cotidiana de la supervivencia de los venezolanos. Venezuela ha
sido transmutada, por la hegemonía despótica y depredadora del siglo XXI, en
una de las naciones más violentas del mundo. Entonces se hace obvio que una
manera idónea para empezar a pacificar al país, una vez más, implica la
superación de la hegemonía.
Ahora bien, no nos confundamos con otra cosa, o con
una suerte de espejismo que está en la mente de mucha gente. La salida de
Maduro y los suyos es el único camino, ciertamente, para que pueda empezar un
proceso de cambios efectivos que nos lleven a la reconstrucción integral de
Venezuela. No obstante, ese proceso será todo menos fácil. Estará repleto de
dificultades y asechanzas. Se equivocan los que hacen analogías con la
transición chilena, o la española, o las dos grandes transiciones venezolanas
del siglo XX, siendo la última la de 1958.
En todos esos casos, había países con instituciones
públicas y privadas de peso. No corroídas por la corrupción y la barbarie. Del
autoritarismo o la dictadura se pasó a la democracia y libertad, pero habían
sustentos políticos, económicos y sociales, que permitían el desarrollo de la
transición hacia dimensiones de apertura. Esa no es la situación venezolana del
2019. La devastación es tan profunda y extensa que prácticamente no hay de
donde asirse para impulsar una transición que aproveche, prontamente, el
potencial nacional. Pero eso es una cuestión diferente y lógicamente posterior
al objeto de estas breves líneas.
El camino de los caminos comienza con la salida de
Maduro y su entorno. Luego se pueden y deben abrir opciones, perspectivas,
oportunidades.
Fernando Luis Egaña
flegana@gmail.com
@flegana
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