Greta Thunberg tiene 16 años, es callada y tímida. La
adolescente sueca se parece a cualquier cubana de esa edad que ha comprendido
que el mundo no es el lugar cuidado y limpio que describen los cuentos
infantiles. Su preocupación por el cambio climático la llevó a faltar cada
viernes a la escuela para reclamar a los políticos acciones efectivas que
protejan el medioambiente, una actitud que se ha extendido a los escolares de
varias ciudades europeas y ha cruzado el Atlántico hasta contagiar a miles de
latinoamericanos. Sin embargo, hasta ahora en Cuba ningún alumno de primaria,
secundaria, preuniversitario o universidad se ha sumado a la iniciativa.
Que el pasado viernes las calles habaneras o de otras
ciudades de la Isla no se llenaran de rostros juveniles exigiendo recortar las
emisiones de dióxido de carbono o implementar políticas urgentes para cuidar el
planeta, no significa -para nada- que los niños y adolescentes cubanos no
reflexionen sobre estos temas. Lo que denota es la falta de autonomía y de
derechos que padecen para manifestar su inconformidad. Ni la mayoría son
apáticos e insensibles ante las cuestiones medioambientales, como muchas veces
los adultos quieren hacer creer con esa nefasta frase de que "la juventud
está perdida", ni Suecia queda ya tan lejos como para no saber el
terremoto de activismo que está causando Thunberg.
A través de las redes sociales, del acceso a internet
en los móviles y de las conversaciones entre amigos, es fácil hallar la
historia de la joven que se plantó por semanas sola en una plaza de Estocolmo
hasta lograr inspirar a miles de personas en todo el mundo. De manera que, al
menos en este caso, no vale la justificación de la desinformación o el
desconocimiento. Tampoco sirve el argumento de que en Cuba no tenemos los
graves problemas medioambientales "del mundo desarrollado", como le
gusta repetir a la prensa oficial. Basta ver la larga columna de humo que se
levanta cada mañana desde la Refinería Ñico López en La Habana, para percatarse
de la gravedad de la situación.
Más allá de las excesivas emisiones locales o la
contaminación puntual de una zona, las protestas iniciadas por Thunberg
intentan llamar la atención sobre el hecho de que se trata de un problema
global que nos compete a todos. ¿Por qué, entonces, los jóvenes cubanos no han
seguido el camino de los ecuatorianos, los brasileños, los mexicanos, los
chilenos y los argentinos que se han sumado al reclamo iniciado por ella? La
respuesta no es la indiferencia, sino el miedo.
Ninguna de las estructuras que engloban a los
estudiantes y jóvenes en esta Isla está diseñada para actuar con voz propia. La
Organización de Pioneros José Martí, la Federación de Estudiantes de la
Enseñanza Media y La Federación Estudiantil Universitaria son poleas de
transmisión desde el poder hacia las nuevas generaciones y no plataformas para
la representación, el reclamo y la presión ante las autoridades. Si la Plaza de
la Revolución no les ordena que salgan a la calle no lo hacen y, tristemente,
esa "orientación" solo llega por objetivos de corte ideológico, como
protestar contra la Casa Blanca, reclamar la liberación de algún espía o
participar en un acto de repudio contra disidentes.
Son entidades pensadas para amordazar la voz de los
jóvenes en lugar de amplificarla. Eso explica por qué el ejemplo de Greta
Thunberg se ha topado en Cuba con el silencio.
Yoani Sánchez
@yoanisanchez
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