domingo, 7 de abril de 2019

CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ, EL ABOGADO DEL DIABLO


Rasgo de ciertos grupos ilustrados es despreciar a los políticos porque no hacen postgrados ni estudian especialmente y su oficio parece no serlo. Deben estar en constante trasiego con sus pares y toda laya de gente, mucha indeseable, para mantener el status quo y el suyo propio. Son actividades que a un poeta, un cirujano o un arquitecto lucen fatuas, porque éstos descuidan que la vida tranquila es resultado de la estabilidad institucional, y ella de ese ejército de hormigas conspiradoras todo el tiempo en actividad por su obsesión de poder. Mantienen la paz para que otros se dediquen a su privacidad. Hasta el día que la paz se pierde.

Nos levantamos en la mañana sin dudar que está el piso en su sitio (en una película dirigida por Eliseo Subiela, el personaje pulsaba un botón desde la cama para que se tragara amantes fastidiosos). En la democracia modelo y el país más moderno de la región, el antipolítico viajado, con una copa de calvados y un buen Cohiba pontificaba sobre la mediocridad de los dirigentes, la necesidad de “un cambio”, y trabajó para salir de ellos. Creía que creer vivir tranquilos era “normal” y los políticos una molestia.

Aristóteles valoró el sentido común y lo difícil de conseguirlo, tesoro de pocos que identificaba con la prudencia. En los partidos, escuelas de dirigentes, aprenden esa materia principal. Se necesita prudencia para acumular poder, ascender en la organización y asegurarse recursos para financiar su carrera. El posibilismo es saber tentar la fortuna sin arriesgar todo de un golpe. Un militante asimila que subir es un proceso gradual, que debe tener resultados, apoyo de quienes trabajan con él y acumular fuerzas. Ser cuidadoso en las operaciones.

Conservadores e innovadores

Hayek dice que la política rechaza los audaces carismáticos, asociados históricamente a desgracias colectivas, cuyo campo fértil es más bien la sociedad civil, centro de ebullición de lo humano. Se necesitan grandes inventores en las ciencias y las artes, Edison y Picasso, pero las instituciones requieren estabilidad y cambios graduales. Agregaba que los mercados son trágicos porque un grave error, una inversión disparatada, nos arruinan. Nada de lo que tenemos está seguro. En los mercados unos se imponen, pero la diferencia es que en la política no se manda sino se dirige.

No se es patrón sino conductor, no se ordena sino se convence, no hay ideas fijas sino debate. No existe libertad sin democracia ni democracia sin partidos. La antipolítica es una irrupción caótica en la democracia, porque quienes llegan desde otras áreas sin bagaje pueden actuar como patrones, “hago lo que quiero porque esto es mío”. Hay demasiados naufragios por decisiones atolondradas y por eso, según Weber, los partidos modernos sustituyen a las “familias”, los notables y las nóminas de los caudillos.

Excepcionalmente aparecen virtuosos como Betancourt, Felipe González o Clinton, pero todo el estamento político es esencial para la democracia. Paganini a cuyo violín se le rompieron las cuerdas en pleno concierto, tocó con una sola. No todos son como él, pero gracias a miles de músicos normales hay orquestas y conciertos ¿Cuál es entonces el saber propio de un político? Suelo usar en clase un ejemplo que da Isaiah Berlin uno de los pocos pensadores que entienden a cabalidad la naturaleza de la decisión política, fuera de la teoría, la filosofía o la sociología: un hombre necesita de vida o muerte llegar a un lugar.

¡Quiero ser groupie!

Pero el puente de la vía parece caerse en la aterradora creciente del río. No puede consultar libros, acudir a la historia, calcular la resistencia de los materiales contra la fuerza de las aguas, ni hacer una encuesta en la fila de automóviles para saber que dice la mayoría. En un golpe de intuición decide pasar y lo logra. Ese es un líder y su experiencia viene de franquear muchos puentes, grandes y pequeños, y aprender de los fracasos a manejar el riesgo. Al final será su juicio el que prive, pero debe contrastarlo con críticas, porque suele estar asediado por groupies, cheerleaders, fans, diletantes, que reaccionan con ira aduladora a las observaciones.

La responsabilidad es suya, pero debe examinar puntos de vista. De allí la importancia de las direcciones colectivas, integradas por individuos de juicio autónomo y no por empleados. Debates entre visiones diferentes son un control epistemológico de la decisión. El abogado del diablo no es la película de Al Pacino, ni la novela de Morris West. Es un fiscal del Vaticano, hoy llamado promotor de la justicia, que investiga debilidades, fallas y reclama evidencias en los expedientes de beatos en ruta a la santificación. Su objetivo es evitar errores a tiempo.

Pero los groupies reaccionan con ramplonerías ante el análisis, son incapaces de pensar sobre lo que les dicen y peores cuando pasan al ataque ad homine, a insinuar intereses oscuros en el crítico. Sustituyen la falta de criterio haciendo creer mala fe en el interlocutor. Suelen tener grandes débitos en la autodestrucción de dirigentes promisorios. Más allá de que pueda ser Paganini o quinto violín, un conductor que merece la licencia debe saber aprovechar particularmente las opiniones de quienes señalan debilidades en su posición, e incluso las de sus enemigos. Luego decidirá qué hacer en el puente.

Carlos Raúl Hernández
@CarlosRaulHer

Nota de la Redacción: Una groupie o grupi es una persona que admira a un personaje famoso y que desean tener intimidad con él.

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