Rasgo
de ciertos grupos ilustrados es despreciar a los políticos porque no hacen
postgrados ni estudian especialmente y su oficio parece no serlo. Deben estar
en constante trasiego con sus pares y toda laya de gente, mucha indeseable,
para mantener el status quo y el suyo propio. Son actividades que a un poeta,
un cirujano o un arquitecto lucen fatuas, porque éstos descuidan que la vida
tranquila es resultado de la estabilidad institucional, y ella de ese ejército
de hormigas conspiradoras todo el tiempo en actividad por su obsesión de poder.
Mantienen la paz para que otros se dediquen a su privacidad. Hasta el día que
la paz se pierde.
Nos
levantamos en la mañana sin dudar que está el piso en su sitio (en una película
dirigida por Eliseo Subiela, el personaje pulsaba un botón desde la cama para
que se tragara amantes fastidiosos). En la democracia modelo y el país más
moderno de la región, el antipolítico viajado, con una copa de calvados y un
buen Cohiba pontificaba sobre la mediocridad de los dirigentes, la necesidad de
“un cambio”, y trabajó para salir de ellos. Creía que creer vivir tranquilos
era “normal” y los políticos una molestia.
Aristóteles
valoró el sentido común y lo difícil de conseguirlo, tesoro de pocos que
identificaba con la prudencia. En los partidos, escuelas de dirigentes,
aprenden esa materia principal. Se necesita prudencia para acumular poder,
ascender en la organización y asegurarse recursos para financiar su carrera. El
posibilismo es saber tentar la fortuna sin arriesgar todo de un golpe. Un
militante asimila que subir es un proceso gradual, que debe tener resultados,
apoyo de quienes trabajan con él y acumular fuerzas. Ser cuidadoso en las
operaciones.
Conservadores e innovadores
Hayek
dice que la política rechaza los audaces carismáticos, asociados históricamente
a desgracias colectivas, cuyo campo fértil es más bien la sociedad civil,
centro de ebullición de lo humano. Se necesitan grandes inventores en las
ciencias y las artes, Edison y Picasso, pero las instituciones requieren
estabilidad y cambios graduales. Agregaba que los mercados son trágicos porque
un grave error, una inversión disparatada, nos arruinan. Nada de lo que tenemos
está seguro. En los mercados unos se imponen, pero la diferencia es que en la
política no se manda sino se dirige.
No
se es patrón sino conductor, no se ordena sino se convence, no hay ideas fijas
sino debate. No existe libertad sin democracia ni democracia sin partidos. La
antipolítica es una irrupción caótica en la democracia, porque quienes llegan
desde otras áreas sin bagaje pueden actuar como patrones, “hago lo que quiero
porque esto es mío”. Hay demasiados naufragios por decisiones atolondradas y
por eso, según Weber, los partidos modernos sustituyen a las “familias”, los
notables y las nóminas de los caudillos.
Excepcionalmente
aparecen virtuosos como Betancourt, Felipe González o Clinton, pero todo el
estamento político es esencial para la democracia. Paganini a cuyo violín se le
rompieron las cuerdas en pleno concierto, tocó con una sola. No todos son como
él, pero gracias a miles de músicos normales hay orquestas y conciertos ¿Cuál
es entonces el saber propio de un político? Suelo usar en clase un ejemplo que
da Isaiah Berlin uno de los pocos pensadores que entienden a cabalidad la
naturaleza de la decisión política, fuera de la teoría, la filosofía o la
sociología: un hombre necesita de vida o muerte llegar a un lugar.
¡Quiero ser groupie!
Pero
el puente de la vía parece caerse en la aterradora creciente del río. No puede
consultar libros, acudir a la historia, calcular la resistencia de los
materiales contra la fuerza de las aguas, ni hacer una encuesta en la fila de
automóviles para saber que dice la mayoría. En un golpe de intuición decide
pasar y lo logra. Ese es un líder y su experiencia viene de franquear muchos
puentes, grandes y pequeños, y aprender de los fracasos a manejar el riesgo. Al
final será su juicio el que prive, pero debe contrastarlo con críticas, porque
suele estar asediado por groupies, cheerleaders, fans, diletantes, que
reaccionan con ira aduladora a las observaciones.
La
responsabilidad es suya, pero debe examinar puntos de vista. De allí la
importancia de las direcciones colectivas, integradas por individuos de juicio
autónomo y no por empleados. Debates entre visiones diferentes son un control
epistemológico de la decisión. El abogado del diablo no es la película de Al
Pacino, ni la novela de Morris West. Es un fiscal del Vaticano, hoy llamado
promotor de la justicia, que investiga debilidades, fallas y reclama evidencias
en los expedientes de beatos en ruta a la santificación. Su objetivo es evitar
errores a tiempo.
Pero
los groupies reaccionan con ramplonerías ante el análisis, son incapaces de
pensar sobre lo que les dicen y peores cuando pasan al ataque ad homine, a
insinuar intereses oscuros en el crítico. Sustituyen la falta de criterio
haciendo creer mala fe en el interlocutor. Suelen tener grandes débitos en la
autodestrucción de dirigentes promisorios. Más allá de que pueda ser Paganini o
quinto violín, un conductor que merece la licencia debe saber aprovechar
particularmente las opiniones de quienes señalan debilidades en su posición, e
incluso las de sus enemigos. Luego decidirá qué hacer en el puente.
Carlos
Raúl Hernández
@CarlosRaulHer
Nota de la Redacción: Una groupie o grupi es una persona que admira a un personaje famoso y que desean tener intimidad con él.
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