Las inconsistencias del populismo y
la demagogia electoral han vuelto a quedar expuestas, en los últimos días, con
las decisiones, en vaivén, del presidente de los Estados Unidos de
Norteamérica Donald Trump.
Después de una campaña de
desprestigio contra quien fuera su rival en las presidenciales pasadas Hillary Clinton; versus el también
excandidato presidencial de su propio partido John McCain, fallecido a mediados
del año pasado; así como contra varios abogados y ex asesores de su entorno por
haber dado declaraciones incriminatorias en el affaire que involucra a los
rusos, por su supuesta injerencia en las elecciones del 2016 que lo llevaron a
la presidencia, Trump amenazó con
enfilar sus baterías contra el expresidente
Barack Obama. Así, a finales del mes de
marzo pasado, declaró que eliminaría el conocido programa de seguridad social
“ObamaCare”, por resultar, entre otros motivos, muy caro para los ciudadanos
que ni siquiera pueden pagar el deducible.
Al mismo tiempo, la incansable mente
del señor Trump ha venido amagando, no sin cerrar primero, en par de
oportunidades, la administración central de su gobierno y presionar así la
aprobación de fondos por el Congreso que le permitan financiar el muro
mexicano, con clausurar la frontera sur, si el gobierno de López Obrador no
toma medidas para detener el contrabando de drogas dentro del territorio
norteamericano. Esto, sin renunciar a seguir anunciando la construcción de ya
famoso muro, dentro de cuyo programa
acaba de efectuar una visita a la frontera californiana con el objeto de
tomarse una foto, así como evaluar los diferentes materiales y prototipos de
cerca fronteriza. Mientras, en paralelo, Trump pone en marcha su campaña de
recaudación de fondos para su reelección el próximo año, para la cual
aprovechando su viaje a California por lo
del muro, o posiblemente al revés, cenará con un centenar de pudientes
ciudadanos en Beverly Hills que pagarán treinta y cinco mil dolares por
cubierto.
Pues bien, así como las iniciativas
han venido, se han ido, y toda esa vorágine de propuestas que siguen teniendo
finalidad electoral, solo que ahora con meta en el 2020, se han desvanecido,
modificado o simplemente pospuesto. Ya la valla con México no es tan
prioritaria, pues dicho país esta efectuando según las propias declaraciones
del mandatario estadounidense, una tremenda labor frenando la inmigración
ilegal. Lo que interesa ahora, más bien, es
detener el narcotráfico y para ello ha dado plazo de un año al gobierno
de López Obrador. Si en ese tiempo no lo para; entonces,Trump impondrá un
impuesto para cada vehículo que entre a Estados Unidos, junto con otras
medidas. Lo mismo ocurre con el ObamaCare, cuya sustitución o supresión, sera
pospuesta hasta pasadas las presidenciales venideras; de modo que si los
americanos no podían costearlo, según palabras textuales de Trump,
tendrán que seguir sufriendo hasta que Trump sea reelecto.
Si Obama fue un político populista
con la apariencia y el estilo de un
presidente serio tanto a la hora de hablar como de actuar, su sucesor es
todo lo contrario. No solo no es serio, sino que tampoco lo parece; no solo es populista cuando lo dice,
sino también cuando no lo hace. Pero el principal problema de Trump es que
sufre del síndrome de ilegitimidad que aqueja o a aquejado a otros presidentes
en el resto de países americanos por razones distintas; bien por haber
trampeado las elecciones descaradamente, haber manipulado la ley o el sistema
electoral, o bien por haberlas ganado inmerecidamente o, lo que es lo mismo,
por defecto del sistema.
La presidencia de Trump es
consecuencia de esto último, pues aunque él ciertamente resultó electo dentro
de las reglas de juego establecidas por el obsoleto sistema de sufragio
indirecto norteamericano, no pudo evitar que la llamativa diferencia de casi tres
millones de votos que le sacó la señora Hillary, algo así como el 1% de la
población norteamericana, dejara en entredicho su representatividad y, por
ende, su legitimidad. Para curarse de esa enfermedad no se le ocurrió otra idea
que prender el ventilador y poner a volar la sospecha de que esa diferencia se
debía posiblemente a un fraude, que obviamente sin necesidad de acusar a a su
oponente, apuntaba hacia la derrotada señora Clinton. De paso, cualquier
acusación de intromisión de los rusos a su favor, en las elecciones, se
devolvía igualmente contra ella.
En cierto modo, el Donald Trump no
reconocido por casi tres millones de personas más de las que votaron por él; el
líder populista y demagogo, el mismo que promete esto y lo otro, pero que luego
no lo cumple; el que se burla de sus oponentes o los acusa de fraude u otros
delitos y los metería presos si lo dejaran; ese Donal Trump, no está tan
distante de otros presidentes del continente más al sur del Rio Bravo,
como Daniel Ortega, Nicolás Maduro o el mismísimo Chávez.
Está
claro que el viento que mueve la veleta del presidente norteamericano
sopla en dirección a Noviembre del 2020
y que cualquier circunstancia política con capacidad de afectar su
reelección será diferida, apartada o menospreciada, pues no solo desea ganar
sino hacerlo, esta vez, sin ninguna mácula que empañe su investidura. Solo
esperemos que en el caso de Venezuela, el apoyo a Guaidó y, sobre todo, al
sufrido pueblo venezolano, no se vea comprometido por dicha causa en esta segunda
mitad que todavía le queda de mandato y caiga en el saco de las promesas
incumplidas u olvidadas, en la agenda del candidato Trump.
José Luís Méndez La Fuente
@xlmlf
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