En un nuevo año electoral, luego de una destrucción sistémica económica
y política de la Argentina en manos de esa secta terrible que se llama
peronismo, se sigue hablando todavía de la posibilidad de un retorno de la
misma al gobierno. Mucho he escrito sobre la tragedia que significó para el
país dicha secta tremebunda, en especial en su última versión protagonizada por
el nefasto matrimonio Kirchner.
Por primera vez en muchos años se los desalojó democráticamente del
poder ejecutivo, pese a que continúan insertos en los dos poderes restantes
(legislativo y judicial) y prosiguen instalados y manejando los medios masivos
de difusión en una medida para nada despreciable a través de
pseudo-"periodistas" adictos. Infiltrados, además, en todos los
sectores sociales.
Pero lo más triste de todo es la contracultura creada por Perón y que se
enraizó en buena parte del electorado argentino. La contracultura de naturalizar
la corrupción, el robo, el vivir de la dádiva que el estado-nación regala
generosamente a quien nada trabajó, aportó, ni produjo, ni desea hacerlo
tampoco. Porque se le ha enseñado que "la sociedad" (es decir, los
que trabajan y producen) les "deben todo". Y que eso representa para
el recipiendario un "derecho". Esta falacia ha calado hondo en el
espíritu de muchos argentinos.
Semejante mentalidad, que comparten socialdemócratas y populistas, que
no son más que dos extremos de un mismo espectro, y que encuentra su matriz en
el socialismo utópico primero y continúa históricamente con el marxismo, es la
que conforma el sustrato cultural argentino, y de allí sus derivados en las
áreas de política y economía.
El gobierno de Cambiemos (una socialdemocracia de tipo desarrollista)
quiso conciliar su accionar político con el populismo legado por sus
antecesores peronistas, esta vez en su versión K. Pero, como ya explicamos, si
el desarrollismo es inviable en el largo plazo, el populismo lo es en el mediano.
Y si se los combina, se trata de un coctel fatal.
Quienes amamos las instituciones y defendemos la república no podemos
menos que estar preocupados por el rumbo al que conducen al país esas
ideologías trasnochadas (nos referimos ahora a la socialdemocracia y al
populismo) ensayadas una y mil veces, no sólo en la historia argentina sino
mundial.
En lo económico, el común denominador (como expusimos tantas veces) es
el intervencionismo estatal en todos los campos posibles. Según la concepción
desarrollista del gobierno de Cambiemos orientado, precisamente, al desarrollo
integral del país, sobre todo en materia de obras públicas, de infraestructura
industrial, vial y habitacional preferentemente. Para el populismo, en cambio,
la injerencia estatal debe dirigirse hacia otros objetivos, esta vez puramente
asistencialistas, ya que detrás de esa mecánica se esconden intenciones
exclusivamente electivas, habida cuenta que el populismo está encauzado por una
lógica del poder por el poder mismo, lo que le lleva a conquistar -con los
instrumentos que fueren necesarios ("el fin justifica los medios")-
una clientela electoral cautiva, es decir, un clientelismo que sólo puede
lograrse ganando el favor y el voto de los más necesitados a quienes las
dádivas populistas están destinadas, y a quienes se trata de convencer que
gozan de un "derecho" sobre el fruto del trabajo ajeno.
Subyace, pues, en todo este entramado ideológico, la teoría de la
explotación marxista, que dice que los pobres son pobres por culpa de los ricos,
falsedad que -desde que Montaigne en el siglo XV la formulara filosóficamente-
fue aceptada casi sin discusión por todas las generaciones posteriores en
prácticamente todas partes del mundo. Esta idea es la que se oculta en el
inconsciente colectivo, si es que puede hablarse de tal cosa.
El poco o nulo nivel del debate público (que puede constatarse diaria y
fácilmente tanto en la TV, radio, como internet) es otra muestra más de
inmadurez cívica, ya sea por su superfluidad como por la trivialidad de los "conceptos"
y "análisis" (si es que pueden recibir estas denominaciones tan
calificadas para los que se ven, leen o escuchan) que se exponen por parte de
los actores políticos (en realidad más actores que verdaderos "políticos"),
panelistas de baja monta y opinólogos baratos.
Dado el cuadro de situación actual, todo parece indicar que la próxima
contienda electoral será una confrontación entre más populismo o menos
populismo. Si se elige por populismo con desarrollismo, la opción será la
continuidad de Cambiemos, si es, por el contrario, o sea populismo puro y duro,
implicará una vuelta al peronismo, con las terroríficas consecuencias que ya
conocemos, y que una mirada retrospectiva histórica (remota y reciente) nos
podrá demostrar fácilmente a quien lo haga.
Que Argentina en esta época tenga que debatirse entre cual versión de
populismo sería la "mejor" sin contemplar ninguna otra alternativa
diferente a esa, indica -a mi modo de ver- el tremendo grado de inmadurez
política del electorado, tanto potencial como real.
Pero en el momento actual, tal dilema es insoslayable, porque el votante
no observa ninguna otra disyuntiva más que la señalada.
Y, habida cuenta que todo político no es más que un producto de la
sociedad en donde este emerge, si la demanda electoral es por populismo, la
oferta responderá con más populismo. Simple. Caso contrario, no se ganan las
elecciones.
En los países maduros políticamente no se estaría discutiendo en los
mismos términos que se lo hace en la Argentina. Y no sólo políticamente, sino
también económicamente. Es cierto que el populismo existe a nivel mundial, pero
las versiones más fascistas del populismo -como lo es el peronismo- no tienen
cabida real en ningún sistema político actual del orbe.
Y esto va más allá de la figura del candidato, porque lo que en
definitiva importa, es el sustrato ideológico que (sea quien sea lo porte) va a
determinar las acciones políticas precisas a imponer.
En realidad, la reversión de la transformación contracultural que
significó el peronismo para desgracia de la Argentina es algo que parece que va
a llevar mucho tiempo, y que necesite quizás (esperemos que no) de algún suceso
traumático.
Por lo pronto, el escenario inmediato que tenemos por delante no
ofrecerá demasiadas sorpresas: tendremos más o menos populismo conforme al
signo político que resulte triunfante.
Gabriel S. Boragina
gabriel.boragina@gmail.com
@GBoragina
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