Parece no llegar el santo y seña para la libertad. A tenor de recibir todos los días la ácida dosis de confusión, desgaste y excesos del régimen -sin cautela y para hacernos sentir con los ánimos irritados-, todo tiene su tiempo medido. Las soluciones no pueden aparecer de la chistera del mago de los encantos. Vivimos un proceso político turbio, diseminado por años para hacerse eterno y acostumbrar a la sociedad a su particular perversidad.
Esta realidad brutal parece antojarse demasiado difícil para la gente. Verse a oscuras, con las emociones apagadas y a la vista gorda de un gobierno que se desenvuelve en excusas y señalamientos, tiene a la población incrédula y en el delirio del recelo.
A toda ojeada, las definiciones en la historia, por lo general, son sorpresivas. La lógica las espera. Pero el ciudadano sometido termina acostumbrado a la injusticia y a no ver tabla de salvación en el horizonte. Cuando en un tris, el resultado comienza a escribirse. Los protagonistas aparecen y sus hechos son rotundos.
Juan Guaidó sabe de esta situación y, con la conciencia resuelta, emitió una disculpa sin reparos. En un cabildo abierto mostró sus argumentos estrictos para la transición. Reconoció que existen motivos para la duda. Que pareciera ir demorado. Que el panorama arde en una dictadura que olvidó hace tanto el sentido del humanismo.
Hizo énfasis que el cambió sucederá. Apeló a la confianza y paciencia de sus seguidores, que podrían contarse en más de 90 por ciento de una población en estado de pobreza. “Les pido disculpa a todos los venezolanos”, alegó con palabras compasivas, en una suerte de genio para la conciliación.
Se esmeró para dejarnos claro que el sacrificio no será en vano. Con una certeza previsible en los líderes auténticos, manifestó que quienes tienen miedo son los que usurpar la esperanza de un país entero. Por eso calmó los temores y, pese a no haber llegado a tiempo para muchos, está activo para sacar a nuestra nación hacia adelante.
Pero el país se halla tan irritado, con las mandíbulas apretadas y despotricando a diestro y siniestro de cualquier esfuerzo, que a veces olvidamos que nos encontrarnos sumidos en un momento definitivo. Jamás Estados Unidos había puesto por Venezuela, la carne en el asador de las soluciones como ahora. Nunca la tiranía había estado asfixiada, presionada mundialmente y con las arcas rasguñadas.
La comunidad internacional se ajustó los espejuelos y ve con una claridad sin grumos, que en nuestro territorio se vive una guerra por la supervivencia. También sabe que Maduro tiene a 25 mil cubanos resguardando sus espaldas e insertados en la estructura militar. Que Rusia lo asesora militarmente. Que China aspira recuperar sus dólares. Que no saldrá por convenios ni armisticios imaginarios. Por eso la presión ha aumentado también hacia La Habana y no deja escapar ningún abuso, sin ofrecer alguna consideración o tomar alguna decisión al respecto.
The Washington Post ha publicado recientemente en sus páginas, un trabajo redaccional del cual pueden desprenderse varias consideraciones. Se convierte casi en una sentencia evidente ante el mutismo castrense en Venezuela: hay una ausencia de rebelión militar contra el dictador. Por ese lado no se inclinará la balanza.
Pero se ha revelado en el mismo análisis, un marco esperanzador de posibilidades. “Es un error decir que las cosas se han estancado. La presión continúa cada día”, cita el diario a un alto funcionario del Ejecutivo norteamericano, que quiso permanecer en el anonimato. “No veo cómo podría lograr Maduro mantenerse en el poder. Casi se ha paralizado su gobierno”.
Mientras, el secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, sigue recorriendo Sudamérica. Se reunió la semana pasada con los presidentes de Chile y Colombia. El tema siempre fue Venezuela y sus visiones futuras.
También declaró, luego de su periplo estratégico, que EEUU “activará desde el dos de mayo, una norma que permite demandar en tribunales estadounidenses a empresas extranjeras presentes en Cuba, que gestionan bienes confiscados tras la revolución”.
Ya el silencio no mora en esta nefasta situación nacional. El destino no está hecho jirones ni tendrá la misma redacción de los últimos años. Quedan, tal vez, algunos sacrificios que tratarán de imponernos los facinerosos de Miraflores. Pero las ecuaciones están casi resueltas para la independencia. Al régimen le sobran las encrucijadas y los dédalos interminables. Nuestra lucha no es solitaria como en el pasado. Hoy la fe nos pide un poco más de tiempo y armarnos de empeños para la libertad.
José Luis Zambrano Padauy
zambranopadauy@hotmail.com
@Joseluis5571
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