El segundo mirador u observatorio anunciado en artículo anterior es el que nos invita a prestar especial atención, en combinación con los tres promontorios restantes -orfandad, imprecisa libertad y enfermizo manejo del poder- al hecho que la sociedad venezolana se ha sentido históricamente despojada, invadida, herida en sus entrañas, maniatada e impedida en el ejercicio pleno de sus potestades soberanas, por fuerzas “superiores”, siempre malignas y destructivas.
Ha sido este argumento ventajoso y moldeable a voluntades, circunstancias, intereses, teorías, gustos y no pocas veces caprichos, para justificar ya tanto la acción política en sus más variadas formas. “Gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó…”. Profusa es la bibliografía existente.
Toda o casi toda la historia de Venezuela se ha narrado bajo ese supuesto explicativo: cuando no victimas, héroes. Estigma pesimista o justificador, periscopio desde el cual pareciéramos sentirnos cómodos u obligados a entender y narrar repitiendo nuestras vivencias colectivas, escondidos frágiles e irresponsables, protegidos allí, guapos con excusa y libreto, sin pecado original concebidos y por tanto inocentes de culpa, geografía intocada, paraíso, de regreso al edén, liquido amniótico, Tierra de Gracia.
Desde esa mirada compartida, matriz de opinión dominante, la nación desde sus inicios se ha descubierto y expresado así, sentido, luchado, llorado y escrito de esa forma, disconforme frente al espejo en el que se refleja una imagen deteriorada y distante de lo que ella supone debió ser pero que no dejaron, arrancada de sus raíces y brazos, privada, secuestrada porque sí de un destino que pudo ser el suyo, exuberante, épico y glorioso, por supuesto.
De ese Olimpo inmaculado, expulsada, separada, amputada por fuerzas exteriores o desde allá en conjunción y concordancia con factores internos. Externalidad (los imperios, el capitalismo, las empresas multi o transnacionales, etc.) e internalidad (la oligarquía criolla, clases dominantes, escuálidos, intereses bastardos, militares, golpistas, apátridas, usurpadores, etc.) que sumadas y aliñadas dentro de un mismo saco de gatos, maúllan en coro discordante los salmos “anti históricos”, “anti imperialistas”, “anti nacionales”, “neo liberales”, “anti progresistas”, “anti democráticos” y tantos “antis” más.
Tendríamos también que recalcar que esa percepción o hipersensibilidad no está relacionada necesariamente con un tiempo específico o con un período en particular sino que antes bien ha sido una persistente semilla sembrada o dejado sembrar no exclusivamente pero sí fundamentalmente por nosotros, no se olvide, regada, abonada y germinal multiplicada, que ha dejado huella profunda de minusvalía en el inconsciente colectivo.
Estamos en todo caso en presencia de un segundo mirador, lenguaje, que en conjunción con los tres restantes conformaría un cuadrilátero analítico con el que o desde el cual se pudiera ayudar entender el proceso histórico venezolano en el largo plazo.
Con ello tal vez se ampliarían las perspectivas existentes sobre nuestro creer, pensar y hacer, estar y ser como nación, así como también sobre períodos concretos, incluyendo coyunturas y por qué no biografías, el nosotros hoy de cada uno, para poder captar el sentido y la intensidad del excesivo e interminable transcurrir del presente, del que nunca salimos ilesos y nos agobia, para al menos ojalá encontremos el tiempo para mirar y entender el borroso porvenir que quizás se asoma y nos engulle difuso cual huracán engreñado de interrogantes y adivinanzas.
Todo ello, sea dicho con fuerza, con la intención de aclararlo y otorgarle propósito civilizado y generoso a nuestra energía colectiva tantas veces dispersa o estancada en luchas intestinas, aprovechada por otros, siempre otra vez los otros, en razón probable de esas anclas dominantes que determinan nuestro transcurrir.
A la conclusión que somos una sociedad irresponsable ella de su destino y en nada pues proclive hasta ahora y permanentemente a la civilidad, que se percibe y entiende como huérfana y despojada, y que requiere entonces de padres guardianes dominantes protectores castrantes benefactores sustitutos, he llegado luego de detenerme a pensar en las razones profundas por las que hemos alcanzado el estado de barbarie al que nos han conducido nuestros propios errores y omisiones, de los cuales ahora después de veinte años de destrucción, sin aparente guerra declarada, nos ha llevado, frecuentemente con nuestro permiso, no poca complacencia y también, cómo no destacarlo, con el rechazo abrumador y mayoritario de los venezolanos expresado en urnas, dolor, calles, persecución y resistencia cotidiana y obstinada, el socialismo del siglo XXI.
Recapitulando desde lo distante: esa sensación, complejo o estructura del despojo, se instala y multiplica desde los tiempos del descubrimiento en el que se nos bautizó como “Tierra de Gracia”.
De allí en adelante, con ese San Benito al hombro, todo el proceso de conquista, colonización, la independencia, llamada también, resentidos, “Abolición de la Monarquía”; la instauración de la Gran Colombia y su ulterior desmembramiento; la muerte de Bolívar y el caudillismo posterior; el tiempo de los golpes de Estado, cuándo no otra vez, seguido del de la larga dictadura militar; el interregno o paréntesis posterior o República Democrática con partidos políticos, caudillos modernos, con sus logros y enemistades militares o guerrilleras, extranjeras o propias, conspiraciones civiles o castrenses o en comandita, hasta que finalmente el giro del tornillo de vuelta, nuevamente a la más larga, profunda, inhumana y cruenta dictadura militar que hayamos padecido.
En tal sentido, el país no ha dejado de constatar en los hechos esa evidencia en la que se escudan y apertrechan también los fulanos “salvadores de patria”, pájaros de todos los plumajes y de mal agüero, en nombre del “rescate nacional”, en cualquiera de sus versiones.
Todos sin excepción enarbolan, dicen representar la redención, la justifican la violencia, la venganza, la envidia, el “poder popular”, el revanchismo, el desquite, la tropelía, el populismo, la corrupción, todas y cada una pendenciera, adherida a ese estatus V.I.P que otorga la leprosa condición bíblica de minusvalía “originaria” o “adquirida” a causa del despojo.
Discurso que ha sido regado y regalado con tinta demagógica, “pueblo” lo mientan, que gusta ser oída y rumiada, en fin, explotada mercancía relamida desplazada contra nosotros mismos de retruque. Desagravios, auto flagelaciones, calle ciega, egos perversos ofuscados por el poder eunuco, binomio dictadura-obediencia.
El despojo del que hablamos y al que siempre le salen “vengadores”, es percibido y digerido de varias formas, gustos y degradaciones, proveniente de distintos espacios e intereses, lo que requeriría de un esfuerzo clasificatorio y analítico concienzudo, así como del análisis de las diferentes reacciones, individuales y colectivas frente a esos estímulos conceptuales y de sensibilidad transmitidos como perversos en las formas de enseñar por ejemplo nuestra Historia Patria, de sembrar estructura moral y cívica, definir constitución y organización del Estado, de las Fuerzas Armadas y la seguridad ciudadana, en el desarrollo de la actividad económica y productiva, en el comportamiento político interno e internacional, en la dimensión territorial y fronteriza, el medio ambiente, el tema racial, espiritual, la estructuración de creencias y comportamientos, los Derechos Humanos, la Cultura.
En fin, lo simple y lo complejo, discusión que debería provocarse en el diseño y constitución de un nuevo Pacto Social, nada comienza desde cero, brújula aún pendiente. Estamos urgidos de la construcción de una sensibilidad colectiva enfocada en lo justo y en lo próspero más allá de lo inmediato, minero y petrolero.
Las formas de reacción frente a ese supuesto “saqueo” del que hemos sido víctimas y convertido en victimarios, se observan desde el comportamiento básico y cotidiano, hasta en el más oscuro y subyacente, no por ello escondido o disimulado, al contrario. El “complejo del despojado” justifica cualquier exceso o atropello así como también su complemento social y estructural: la sumisión.
Ayer y hoy, tanto unos como otros, no hemos cesado de repetir cual letanía interminable: Los descubridores nos arrebataron la virginidad, La Monarquía nos esclavizó, nos despojaron de territorio, nos birlaron el triunfo electoral, nos borraron los mitos, nos robaron la democracia, nos malversaron el petróleo, el Imperio es culpable… Aunque en verdad hay una excepción: nunca hemos llegado al extremo de afirmar que nos robaron la dictadura, aunque algunos aún sueñen con la resurrección de Pérez Jiménez o de Juan Vicente Gómez. ¡Qué tiempos aquellos, compadre!
La “cultura política” del venezolano, que no es cívica sino militarista o militarizada, con permiso, temor y anuencia y a veces complacencia del poder civil, estuvo y está repleta del culto reverencial por los héroes, escudos, medallería, banderías, himnos, imágenes, desfiles, plazas, nomenclaturas estatales, nombre de urbanizaciones, no sé si barrios, calles y demás veredas y paisajes; recreación de batallas y glorias puestas en escena y al servicio del mito de lo épico bajo nuestro eterno cielo azul. El ruido del culto permanente del mito.
Este esquema, que es en buena medida histórico, psicosocial y ni se diga político, militar y eclesiástico también, corre incansablemente por nuestras otras experiencias. No somos los únicos, habría que establecer comparaciones, no para justificar o maquillar lo propio, sino para entender y encontrar causas y actuar en consecuencia. Cada país posee sus especificidades pero es una realidad inobjetable que en Venezuela no hemos dejado de ser definitivamente barbarie.
Pendiente y en ebullición queda el compromiso de cómo salir de esa realidad. Lo dicho en estas líneas no implica por supuesto una idea de destino cumplido como un vicio con horario establecido de antemano del que seremos presa eterna, sino la convicción de estar frente a una fuerza voraz que nos ha traumatizado como nación y arruinado como sociedad a lo largo de buena parte de nuestras vidas y que hay que comprender para dominar humanamente, no milagrosamente.
Esta es la oportunidad, cuántas veces se habrá repetido, para que los venezolanos nos hagamos responsables de nuestro presente que comienza en el inmediato confuso, presuroso y agobiante tiempo que vivimos. Hoy es un ya urgente, mañana después.
Leandro Area Pereira
@leandroarea
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