“En la Ilíada encontramos seres razonables como Odiseo, en cambio en Venezuela abundan los perniciosos Aquiles”, tuiteaba en estos días la brillante Maruja Tarre. La comparación no podía ser más propicia. Ya antes nos habíamos detenido en la áspera invectiva que, según Homero, Apolo lanza en contra de una de las figuras más imponentes de la guerra de Troya, héroe de “sangre negra” que, consecuente con su ánimo de bengala, prefirió una vida gloriosa y breve antes que decolorarse en una longeva pero anodina existencia. Aquiles, fruto de la unión de ninfa y mortal, alimentado desde niño con vísceras de fieros jabalíes, leones y osos; hermoso y arrojado a más no poder pero también presa de la “cólera funesta” que inspiró la epopeya, no se detuvo ante nada para vengar la muerte de Patroclo. No hubo en él piedad ni blanduras, ni cabeza conteniendo la sedición de las entrañas, sólo la ira “que causó infinitos males a los aqueos”. En la otra esquina vigila Odiseo, el “sagaz, astuto y en ardides fecundo” Odiseo, autor del plan de construir un caballo de madera atiborrado de intrusos, artilugio perfecto para engatusar a los troyanos. Tan sensato que aún llevado por el ansia de retornar a Ítaca pero consciente de los límites que le imponía su humanidad, emprendió el viaje desde el caos, la ruta larga y llena de obstáculos que requirió tenacidad, flexible y “multiforme ingenio”, talento para escuchar con oído solícito el consejo de los dioses.
“La Odisea” dará fe de su hazaña: “Tendréis que pasar cerca de las sirenas que encantan a cuantos hombres se les acercan. ¡Loco será quién se detenga a escuchar sus cánticos pues nunca festejarán su mujer y sus hijos su regreso al hogar!”, le advierte Circe, por cierto, antes del emblemático tránsito por la Isla de las Sirenas. “Pasa sin detenerte después de taponar con blanda cera las orejas de tus compañeros… sólo tú podrás oírlas si quieres, pero con pies y manos atados, firme junto al mástil”. Así lo hizo; y aunque su ardiente corazón “deseó escucharlas”, Odiseo se sobrepuso a la propia debilidad, al fulminante deseo de disolverse en la nada, previendo un entorno que lo protegiese incluso de sus tanáticos impulsos.
¡Ay! Pero metidos hasta el cuello en tremedal de emociones que todo lo trastoca y enmaraña, la furia del Pelida y no la prudencia del errante parece el signo de nuestros tiempos, es cierto. Con las redes sociales haciendo las veces del carro que arrastra el cadáver del humillado enemigo por el campo de batalla, los dolores, frustraciones y rencores cobran nuevos e invisibles bríos. La falta de resultados tangibles, la sensación de atasco, la sospecha de que la comunicación no fluye efectivamente entre decisores, son factores que arriman brasas al inflamable intercambio. Entre tanta anomalía, el frívolo clamor de los tambores de guerra -mal embutido en las entretelas de una retórica que preconiza “opciones basadas en la inteligencia y la fuerza" para lograr “la liberación de Venezuela”- insiste en degradar la faena política.
Pero a tono con la imagen de un precavido Odiseo que igual lucha con la tentación de arrojarse al mar, Américo Martín nos recuerda que “las grandes decisiones se toman en el helado cerebro, no en el ardiente corazón". Y es que la noticia de las reuniones en Noruega entre representantes de Maduro y Guaidó -y con ella el barrunto de que una salida pacífica podría estarse gestando- propone un nuevo duelo entre la pasión y la razón, entre el impulso de muerte y el apremio impostergable de la vida.
Era previsible. Junto a la palabra “negociación” otra vez se despliegan las banderas moralistas que los coléricos usufructúan con sevicia. Lejos de ajustar la perspectiva y responder con inteligencia práctica a la necesidad de resolver el empate catastrófico, el purismo prepolítico aprovecha para desacreditar a priori los afanes de la mediación internacional, para tachar de apaciguadores a quienes rechazan la intrusión militar o de traidores a quienes participaron en los encuentros preliminares en Oslo. Cruzamos el mar, nos topamos con las sirenas. Entrampada por la seducción tanática de ese canto, a la oposición democrática corresponderá decidir si reniega de sí misma, si se sigue diluyendo en aventuras suicidas como las del 30A, o si se reapropia sin complejos de esa identidad pacífica-constitucional-electoral permanentemente acoquinada por el inmediatismo y adulterada por los autócratas.
Aquiles, Odiseo. Entre la cólera y la astucia se debate nuestra suerte. Nuevamente el llamado es a flexibilizar la expectativa, a desactivar la emocionalidad, a sacar jugo a la ocasión. La negociación no es una garantía pero como ya adelantan algunos, sí es un derrotero inevitable. Tarde o temprano habrá que asumirlo, prevenidos para esquivar el reto tramposo, conscientes del tenor de nuestras fortalezas; amarrados al mástil si hace falta para no ser víctimas del fuero chacumbélico que lleva a ver remansos donde los monstruos marinos aguaitan con fauces abiertas.
Mibelis Acevedo D.
@Mibelis
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